El amor es libertad y no atadura

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ananke
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El amor es libertad y no atadura

Mensaje por ananke »

El amor es libertad y no atadura

Ana María Costoya

Cada vez que oímos o leemos algo nuevo sobre el amor, se confirma la sensación de estar hablando sobre el mayor misterio de la humanidad. Lo cierto es que muy pocos se pondrían de acuerdo a la hora de fijar una definición perfecta de lo que ese maravilloso valor o sentimiento podría significar y son tantas las teorias que intentan explicar el alma humana que parece imposible llegar a un consenso definitivo.



Por otro lado están las canciones, películas, novelas y otros medios artísticos que parecen empeñados en harcernos creer que nuestro afecto, cariño o amor bien podría medirse por la profundidad de nuestro tormento y dolor emocional. Del mismo modo, tenemos por un lado los típicos cuentos del príncipe azul y la princesita que se juran amor eterno, y por otro el típico relato dramático que recrea el juego clásico de la víctima y el verdugo, unidos por el destino cruel. Y no olvidemos todos esos mitos o creencias culturales que nunca pierden la ocasión de recordarnos que "amar es darlo todo, que por amor se soporta todo, que los amantes se deben amor eterno hasta que la muerte los separe, etc..", algo sobre cuyas consecuencias sobran ejemplos, desgraciadamente, en las páginas de sucesos.

Lo que está claro es que para la mayoría, vivir en pareja, amar y ser amados es una de sus mayores ilusiones y todos podemos admintir que vivir es estar relacionado, que la vida es relación. Por tanto, vale la pena intentar comprender como funciona el amor y las relaciones en general afin de conseguir una vida lo más armónica y satisfactoria posible. Para los más escépticos, quizás podríamos aplicar aquí también, en lo que se refiere a la pareja, la famosa frase que en su día pronunció Churchill acerca de la democracia: "Es la peor de todas las fórmulas posibles, excluyendo todas las demás". Siempre habrá quien mantenga una existencia egocéntrica dedicada a la búsqueda de sensaciones, con o sin pareja, pero, en general el ser humano necesita imperiosamente recibir y dar a los demás ante todo amor, cariño y comprensión, esencialmente a través de una relación de pareja, aún a sabiendas de las dificultades que podría entrañar tan arriesgada aventura. Porque la gran mayoría no quiere estar solo, aunque por circunstancias de la vida muchos se resignan a vivir sin compañía. Y es bueno y necesario aprender a estar solo, incluso mucho mejor que con malas relaciones; además, siendo por elección, podría ser tan enriquecedor como la vida en pareja y muy necesario para reflexionar, encontrarnos sinceramente con nosotros mismos, con nuestra propia identidad. Pero en el amor hay algo que nos cuesta más entender, por lo mucho que todos valoramos la libertad: ¿Por qué aceptamos tan a menudo permanecer en esas jaulas doradas o sombrías, cuando el amor ya no existe, o que la vida en pareja se convierte en un infierno, prisiones que mantenemos a veces a lo largo de nuestras vidas? ¿Cómo explicar tantas contradicciones y paradojas en algo que podría, por lógica, resolverse con bastante más rapidez? Para entenderlo tendríamos que ir más allá del intelecto, integrando la razón y el corazón, y puesto que nos enseñan a amar y a vivir, tan sólo nos quedará ser pacientes y comprensivos a la hora de hacer o hacernos reproches o demás críticas cuando las cosas sobrepasen nuestro entendimiento.

Deseamos tener con quien hablar, intimar y a quien querer, buscamos un amor que nos haga felices, que pueda satisfacer nuestras necesidades, llenar algún vacío, en algunos casos heredado del pasado (en la infancia o siendo adultos) o alimentamos espectativas que llevamos en el recuerdo de experiencias afectivas de la niñez. Pero, ¿cuál podría ser, realmente, el verdadero propósito de las relaciones cuando tenemos que soportar tanto dolor, sufrimientos, desilusiones, y ese amor enfermo con el que nos toque lidiar? Porque hay que reconocer que no siempre el amor es paz y alegría; bastaría con charlar con unos y con otros para convencernos, en el caso, algo improbable, que nunca nos hubiera sucedido a nosotros. Para responder a estas cuestiones se ha empezado a hablar hace algunos años de "la adicción al amor", de la dependencia emocional, y de la necesidad de lograr un mayor dominio de nuestras facultades emocionales afin de conseguir unas relaciones sanas que no atenten contra la salud física y mental. Los libros más comentados son sobre todo el de Stanton Peele y Archie Brodsky, Amor y Adicción (quizás los pioneros con esa terminología, en 1975), seguidos por el famosísimo y muy recomendable ensayo de Robin Norwood, en 1985, Las mujeres que aman demasiado, o el escrito por Pia Mellody, Andrea Wells Miller y J. Keith Miller, La adicción al amor. Estos libros contienen enfoques muy interesantes que vale la pena meditar. Resaltan ante todo la importancia de ser feliz con uno mismo y de conocerse en profundidad para vivir bien con el otro y de comunicarnos desde la realidad de quienes somos lejos de los roles o estereotipos que podrían esperar de nosotros. Así por ejemplo, ella era la que se sometía, iba detrás, suplicaba, sufría, esperaba, se encerraba, la débil y cambiante, y él el polígamo, el recio, el fuerte, el que salía al mundo, el que la dejaba, engañaba, el que nunca lloraba... Y todo ello quizás siga influyendo todavía en muchos casos de relaciones enfermizas, que arrastran condicionamientos culturales negativos, o en las típicas relaciones patológicas en las que la mujer (y a veces el hombre) parece empeñada en cuidar y salvar al otro a pesar de que este último demuestre su rechazo constante. Hasta que un día se plantee por fin la dignidad personal y diga basta, consciente al final que jamás podrá ser "la elegida", la única, la favorita que su aparente baja autoestima envuelta de soberbia le hiciera elucubrar. Se trataría pues de una dependencia por parte de los dos miembros de la pareja (el que amaría "demasiado", el dependiente-dominado y el que le haría la vida imposible, o el dominante) ya que ambos ponen de su parte para que esto suceda.

Cuando depositamos en algo externo la capacidad de aportarnos felicidad o bienestar, el sentirse mejor que no hemos cultivado dentro de nosotros, nos arriesgamos, a la larga, de vernos sometidos por eso que nos atrae tanto, apasiona o con tri bu ye a evadirnos de los problemas de la vida que no queremos enfrentar. Es en este contexto que podríamos inscribir muchas adicciones corrientes: a una sustancia, a comer en exceso, al trabajo, al deporte, a cualquier otra actividad o hacia algunas personas. Esa dependencia excesiva, en este caso a una relación, para nuestra alegría o felicidad, en una fuente externa a nosotros, puede resultar frustrante, alienante y con el tiempo destructiva. Nos convertimos luego en adictos al amor.

Al parecer, la raíz de estos males sería esencialmente el miedo a la soledad, alimentado por una baja autoestima, y el caso es que aunque pudiera parecer contradictorio, cuando una persona adquiere la capacidad de estar solo y bien consigo mismo, es que nunca se encuentra solo. Esa persona no buscará en vano algo externo para llenar un vacío existencial mientras que podrá enfin sentirse capacitado para amar de verdad, sin enganche u obsesión enfermiza, a menudo confundidos con el noble sentimiento.

De todos modos, siempre se puede salir de cualquier relación enfermiza, empezando por la toma de conciencia de esa realidad, incluso a veces podría resultar un despertar auténtico, de un crecimiento interno extraordinario, una vez superada la adicción, lleno de compasión y comprensión hacia los otros y de una gran mejoría como personas dispuestas a ayudar a los demás. En este sentido, cualquier relación positiva o negativa, puede ayudarnos a despertar la conciencia y a evolucionar espiritualmente como seres humanos libres, todos alumnos de esta escuela emocionante que es la vida. Por todo ello, creo que el amor, que cada uno definiría a su manera, y las relaciones en general, tienen un propósito mucho más profundo y extenso que la mera búsqueda de la felicidad o de satisfacciones en cualquier ámbito, porque incluso los llamados fracasos, que deberíamos recalificar como experiencias de crecimiento, nos empujan, motivan, sacuden para seguir evolucionando, despiertos, enriqueciendo el alma de matices y riquezas inestimables. Arriesgarse a amar, en libertad, vale la pena, y como decía Antoine de Saint-Exupéry: "El amor es la única cosa que crece cuando se reparte".

Amar demasiado, pues, con ataduras, no tiene nada que ver con el amor de verdad, y estos sentimientos pueden resultar devastadores. Significa obsesionarse por el otro permitiendo que esa obsesión se adueñe de nuestras emociones y actitudes. Nuestra conducta carecería de responsabilidad, siendo el otro el dueño de nuestros pasos y un colpaso para nuestra autoestima edificada tan debilmente por ilusiones y autoengaños. El amor, al contrario, debería fortalecer el núcleo de nuestra personalidad, impulsándonos a ser realmente nosotros mismos, con todo nuestro potencial y creatividad, a conocernos mejor, a realizarnos y por consiguiente a ser libres en todos los planos de la existencia. Recordemos pues que el amor no es obsesión, no es atadura, no es idolatría, ni sumisión, el amor nos invita a encontrarnos con nosotros mismos en un plano más profundo y verdadero, fomentando la sabiduría que atesoramos en nuestro interior. Por ello debemos enfrentar nuestros miedos e inseguridades, promover la capacidad perceptiva, la empatía, la autonomía real, para no verse acorralados y dependientes, prisioneros en esas jaulas que fabricamos nosotros mismos. Las historias de amor son en realidad ciclos curativos llenos de oportunidades para sanar viejas heridas infantiles o más cercanas en el tiempo, que deberíamos aprovechar también para crecer como personas y compartir luego esta inmensa riqueza y felicidad. El amor verdadero consiste sobre todo en acompañar al ser amado al encuentro de su propio ser, de si mismo, de su búsqueda de libertad.

http://magazine.diariosigloxxi.com/noticia.php?id=17640
No hay nada que te haga perder, en el sentido estricto, tu libertad, salvo tú mismo.