Al ser la actividad deportiva un enfrentamiento entre personas, es razonable la utilización de una terminología extraída del lenguaje militar. Se dice que no existe un deporte más bélico, guerrero y cruel, por extraño que parezca, que el ajedrez. Su simulación de una batalla encaminada a dar muerte a uno de los dos reyes, es una demostración de la belicosidad del deporte.

Por otra parte, en una sociedad capitalista y en un mundo con cada vez menos ganas de pelea, pese a la proliferación de pequeñas guerras mantenidas por ideologías e intereses económicos, una de las posibilidades de dar salida a los instintos guerreros del ser humano es el deporte.

Desde la conversión del juego en actividad física de competición, su evolución ha sido continua y sigue siéndola. Los juegos permitieron el alumbramiento de variantes asignándoles de mayores complejidades para hacerlos distintos a los anteriores y dotarlos de una superior fascinación a ojos de los jugadores. La carrera, el salto o el lanzamiento, por un lado adquirieron el grado de complicación suficiente que obligó a los practicantes competidores a mejorar su condición física, técnica y táctica, hasta llegar a los límites de nuestro tiempo. Hoy no es suficiente, para vencer, el entrenamiento, la mejor técnica o la táctica a emplear, sino otra serie de elementos como son la medicina, la tecnología mejoradora de vestimenta y artilugios – el salto con pértiga es una muestra –puestos a disposición del atleta, con el propósito de conseguir marcas inimaginables hace tan solo unos años.

El espectáculo deportivo y el negocio existente a su alrededor demostraba, una vez más, el interés por ofrecer el más circense y difícil todavía, espectáculo a la actividad deportiva.

El espinoso asunto del “doping” no parece tener solución alguna. Podrá detectarse su aplicación en deportistas famosos y se les sancionará, como en el caso de Ben Johnson, pero el sistema de competición unido al rendimiento que al deportista le exigen, para proporcionar el espectáculo requerido, sus firmas patrocinadoras, el exitismo de los espectadores, el dinero que recauda publicitariamente la televisión por el “circo del deporte”, no permite que los deportistas estén siempre, o casi siempre, dispuestos a rendir al máximo sólo por el simple aunque cada vez más rígido entrenamiento. Se precisan otras ayudas y las farmacológicas, a las que han unido las psicológicas y los nuevos materiales, son inevitables al haberse transformado el deporte en motivo de espectáculo y negocio.

Manuel Pascual Piqueras, entrenador de atletismo de valía reconocida, dijo en el diario El País, de 16 de octubre de 1988, algo que debería hacer pensar a los responsables de la pantomima del control “antidoping”:

“Que no se haga apología del esfuerzo, porque competir a alto nivel no es sano. Si se prohíben las ayudas, el hombre no podrá correr los 100 metros en menos de 10 segundos o afrontar tres carreras de 5.000 metros consecutivas. Y entonces veremos los estadios vacíos y este ejemplo de los mitos que buscan todos los niños desaparecerá. Ayuda artificial es correr con zapatillas especiales, saltar con pértigas de fibra de carbono o entrenarse con máquinas de musculación”.

Manuel Pascual Piqueras

El deporte, por esas razones, en su estado de profesionalismo ha convertido en espectáculo una actividad físico–educativa, y esa exorbitante abundancia de modalidades y especialidades ha dado paso a multitud de competiciones en las que toman parte millones de deportistas, de los cuales tan sólo una pequeña parte compone la selección de los mejores de cada deporte, especialidad y modalidad. Se trata, pues, de un universo, sólo posible de conocer de forma superficial.


Marta Graciela Ivancich. Directora del curso de Profesionales, Entrenadores y Deportistas, «Drogas en el Deporte».