Marta Saiz | Buenos Aires (Argentina)

Ariel, Jonathan y Luis escuchan atentamente las explicaciones de su profesor de barismo. Están en una pequeña sala con más compañeros, una máquina de café y una pizarra sobre la que están escritos los 10 mandamientos de esta bebida. Los tres tienen un trastorno por consumo de sustancias y, entre cafés, hablan de sus experiencias y de cómo llegaron hasta aquí. “Conversamos mucho de nuestros sentimientos y compartimos nuestras dificultades. Ahora sé que no soy la única persona con estos problemas”, expresa Ariel. Para ellos, este es un lugar de encuentro. 

El espacio se llama Casa Lucero y es un centro de prevención y asistencia en adicciones. Ubicado en el barrio Los Piletones de Villa Soldati, en la ciudad de Buenos Aires, empezó su actividad en 2010. “Funcionamos como un centro de día y trabajamos en la reducción de riesgos y daños. Actualmente, atendemos a 20 personas usuarias de sustancias y realizamos terapias, clases de refuerzo escolar, talleres de escritura, manualidades o muralismo y cine fórums, siempre enfocándonos en las necesidades de cada una”, destaca Nancy Cobos, coordinadora del centro.

“Este taller hace que me involucre en la preparación del café, que requiere disciplina, organización y perseverancia. En la práctica voy mejorando y eso levanta mi autoestima”, dice Ariel, que reconoce que la mezcla de café y nuevas amistades le está haciendo muy bien. 

“El hecho de integrar a personas que tengan problemáticas en la adicción y vivan en la calle es un buen propósito y esto me hace abrir la mente, porque soy una persona muy desconfiada”, afirma Luis, que hace el taller como parte de su tratamiento. “Escuchar las experiencias de los demás me ayuda a ser más sociable y el taller como salida laboral me acerca a una nueva oportunidad”. El alumno sabe que es complicada la integración, debido a la estigmatización y discriminación que hay hacia las personas consumidoras, especialmente si viven en barrios populares. “Las personas se dejan llevar por muchos prejuicios y no ven que aunque alguien lleve tatuajes, tenga antecedentes penales o viva en esta villa les puede enseñar muchas cosas. Hay quienes estamos saliendo de distintos tipos de vida y nos proyectamos en tener nuevas metas”.  

Entre pruebas, risas y aplausos aprenden, no sólo una posible salida laboral, sino a tomar decisiones futuras sobre sus propias vidas. “Es muy especial para nosotros que venga alguien de fuera, comprometido con toda su experiencia, a enseñarnos”, sostiene Jonathan.

Sin embargo, en la sala faltan mujeres. El rol de los cuidados que todavía recae en ellas o el estigma que pesa en las consumidoras son algunas de las razones por las que es más complicado que acudan a estos talleres. “La mayoría de las personas que hay en todos los dispositivos son hombres y estamos trabajando en ver qué lugar ocupan las mujeres con respecto al consumo, para promover actividades en los barrios que sensibilicen a la población y disminuya la discriminación a la que están expuestas”, recalca Cobos. También tienen programas específicos para mujeres con hijos, en los que se garantiza el cuidado y acompañamiento de los menores mientras ellas realizan su tratamiento. 

Casa Lucero forma parte de la Dirección General de Políticas Sociales en Adicciones de la Ciudad de Buenos Aires, de la que Jesica Vanesa Suárez es su directora. Esta funciona de manera autónoma e independiente, ya que cada una de las jurisdicciones –la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es una– define sus políticas territoriales. En concreto, el área está integrada al Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, lo que hace que se crucen las políticas y se miren los temas de adicciones desde un enfoque sociosanitario. “La idea es que dentro de la misma dirección se puedan contar con todos los dispositivos que necesiten las personas usuarias y trabajar en red”, apunta la coordinadora del centro. 

Por esta razón, en el taller de barismo también está Miriam López, psicóloga social del Programa de Integración: “Trabajamos con las personas usuarias en los programas de adicciones y de integración comunitaria, desde el comienzo hasta el final del tratamiento y en la reinserción laboral”. La psicóloga visita por primera vez al grupo en esta formación que hoy realiza su segunda clase. En la sexta se graduarán. Ese día –comentan todos– traerán medias lunas y churros para celebrar por todo lo alto. 

 

Durante el taller de barismo los alumnos aprenden a diferenciar los matices del café | Bernat Marrè.

 

La importancia de las redes comunitarias

Casa Lucero se ubica en la comuna 8 de la ciudad de Buenos Aires. Según el último boletín epidemiológico de la Dirección General de Políticas Sociales en Adicciones, es una de las comunas con mayor demanda y la tercera desde donde llegan más llamadas por consultas a la línea 108 de consumos problemáticos. De hecho, se registraron más de cien llamadas en todo el últime semestre de 2023, alrededor de un 60% por parte de hombres cis. Por otro lado, cerca del 80% de las personas que manifestaron preocupación por el consumo de otra persona fueron mujeres, especialmente madres. “Aunque las mujeres se encuentren solicitando ayuda o contención en relación a un problema de consumo –en muchas ocasiones ajeno– aparecen otros pedidos también como prioritarios que pueden velar la identificación de un problema propio de consumo, o expresar las dificultades de acceso derivadas de otras necesidades como, por ejemplo, la salud”. 

El informe destaca que más del 50% de las personas que llaman en la ciudad se encuentran desocupadas, con la secundaria incompleta y la primaria completa como máximo nivel educativo. “El acceso a la educación y la inserción laboral continúan siendo desafíos en la población con problemáticas de consumo”. Por esta razón, Casa Lucero cuenta también con escuela de primaria y secundaria abierta a la comunidad, así como otras actividades y talleres. Labor que no sería posible sin los vínculos y lazos creados por las mismas personas del barrio como Gloria Miranda, una de las fundadoras de Casa Lucero y operadora territorial. “En los inicios, las propias vecinas nos miraban con desconfianza. Pensaban que nos íbamos a llevar a sus hijos y no se los íbamos a devolver. Pero luego vieron que este espacio funcionaba como un lugar de contención y de oportunidad para terminar sus estudios”.

La idea de este dispositivo es que no solamente sirva para aquella persona que directamente consume, sino también que sea un sostén para otras, aunque nuestro foco sea el trabajo con adicciones. Estamos presentes en el barrio con diferentes actividades, creando vínculos con otras organizaciones y centros comunitarios”, remarca Cobos.

Uno de estos centros es el creado por Rosa Basualdo en los años 90 y que en sus inicios funcionaba únicamente como comedor comunitario, aunque ya venían trabajando con infancias y adolescencias desde el año 1985. Ahora, este lugar de dos plantas acoge una ludoteca, una biblioteca y una cocina para el servicio de alimentación. “Cuando llegué al barrio había muy pocas casas, la mayoría construidas con chapa, y una sola luz para toda la comunidad. Tampoco había agua. Comenzamos realizando una labor social muy necesaria en aquella época a través de las ollas populares y así, junto a otras villas, fuimos presentando las necesidades ante el gobierno de la ciudad”. Al centro llegaban niños, niñas y adolescentes después del colegio o al salir de trabajar, algunos con problemas de adicción. “Antes de Casa Lucero, nosotras hacíamos ese trabajo de contención: comían, se bañaban y los sosteníamos hasta que llegaban sus familias. Ahora es un alivio, porque nos articulamos con ellas para que los jóvenes que vengan pidiendo ayuda puedan ir directamente allá”. Para Basualdo, es muy importante el seguimiento en terreno que se hace con los grupos de adolescentes y preadolescentes. 

Porque la presencialidad y la unión con organizaciones de la sociedad civil es esencial en el trabajo de adicciones. Y así lo manifiesta Margarita Barrientos desde su comedor comunitario, al que acuden más de cien personas cada día, un número que ha ido en aumento desde la pandemia. Sabe de lo que habla porque uno de sus hijos tuvo un trastorno por consumo de sustancias: “A veces viene una muchacha o un muchacho que tiene un problema con la adicción y nos pide ayuda. Muchas veces sólo necesita hablar con alguien, sentirse escuchado y cubrir sus necesidades básicas”.

 

Rosa Basualdo acompañada de su hija Mirta Sosa, que desde los ocho años ha compartido juegos y experiencias con otros niños y niñas del barrio | Bernat Marrè.

*En la foto de portada: Gloria Miranda, fundadora de Casa Lucero y operadora territorial | Bernat Marrè.