Una de las preocupaciones esenciales de los padres es la educación de los hijos, algo para lo que no han sido programados, no viene inscrito en los genes y nadie les ha enseñado, pero tienen que jugar con la certeza de que lo están haciendo y, además, de que lo están haciendo bien. Cuando les asaltan las dudas recurren al método de la comparación, es decir, qué hacen los demás padres ante un problema determinado, o bien, llaman a la puerta del experto para que los asesore y oriente. Los más relajados, siguen en la creencia de que están siendo educados en la escuela y que su función es secundaria. Los más neuróticos ven fantasmas por todas partes y acaban trasmitiendo sus obsesiones a los hijos. La verdad es que los padres se encuentran en una constante tesitura de inestabilidad educacional y por ello terminan convenciéndose a sí mismos de que lo están haciendo lo mejor que saben.

Existen dos vertientes claves en cuanto al proceso educativo parental, la que se asienta en la tradición, aquello de yo hago lo que mis padres hicieron conmigo, y la de nueva creación, situaciones y elementos para los que no cuentan con un patrón anterior y tienen que ir improvisando sobre la marcha. En esta última vertiente se encuentran las nuevas tecnologías, que irrumpen con fuerza en nuestra cultura pero que obviamente carecen de tradición y de aprendizaje previo. Varias generaciones de padres poseen un aprendizaje tecnológico basado en una televisión en blanco y negro, un teléfono unido a un cable, un fax para enviar documentos, una carta postal con sello de correos para felicitar las fiestas y poco más. Ponerse al día con las nuevas tecnologías ha sido un gran esfuerzo por parte de todos y ahora nos encontramos con las dudas lógicas de cómo educar a los hijos para que su desarrollo sea positivo, integrado y tecnológicamente sano.

La estampa tecnológica actual se corresponde con la imagen de personas utilizando el teléfono móvil, la tableta, el ordenador portátil o cualquier artilugio que los tengan en contacto con el mundo virtual. Es usual contemplar en una cafetería, restaurante, parque o lugar indefinido, a la madre o el padre hablando por teléfono o enfrascado en alguna actividad con sus dispositivos móviles, mientras que los hijos hacen lo propio con los suyos. Esta situación ha cambiado sustancialmente los valores propios de una cultura que se sustentaba en la comunicación cara a cara y que ha dado el salto a la virtualidad. Ahora nos corresponde a todos asumir la responsabilidad de encauzar este hecho y aprender a vehiculizar este nuevo patrón de comportamiento. Pero es patente, que una gran mayoría de padres se encuentran atrapados en la más absoluta de las ignorancias, porque no saben cómo gestionar esta realidad, algo que los supera por la gran rapidez con la que se está desarrollando.

Se están estableciendo patrones de uso de los dispositivos móviles basados en el método de la comparación, observar qué hacen los demás padres, o en la insistencia de los niños, que consiguen doblegar la fortaleza de sus progenitores sucumbiendo a la compra o permitiendo el regalo en edades cada vez más tempranas. Los padres suelen utilizar como argumento principal lo que los especialistas llaman “correa digital”, mantener el control de los hijos a través del móvil, obviando los peligros que puede conllevar el hecho de que tengan en su poder un instrumento de comunicación abierto al mundo, con conexión a Internet, cámara digital, redes sociales, entre otras muchas aplicaciones posibles que los hacen vulnerables ante demasiados peligros potenciales del mundo adulto. La realidad evolutiva nos dice que los niños tienen que adquirir un nivel de maduración suficiente para acceder a determinados contenidos y no podemos ser permisivos en estos extremos. El objetivo parental debe ser, ante todo, que sus hijos sean responsables con el uso de las nuevas tecnologías, otra cosa es cómo conseguirlo.