«¿Y qué me dices de Maragall… quiere vender marihuana en las farmacias?». Hombre, dicho así -le contesté a mi interlocutor, que se autoproclama liberal- da la impresión de que el presidente de la Generalitat hubiese perdido la cabeza. Y de momento… También he oído a algún votante del PSOE esgrimir frases con similiar desatino o mala baba, según se mire. A fuerza de machacar los cerebros con mentiras tras mentiras («Todas las drogas son iguales»), los `populares´ han logrado en ocho años anular no sólo los primitivos circuitos de la razón sino el más elemental sentido común.

Un conocido tertuliano y columnista, antes socialista o comunista (no sé bien) y luego martillo pilón del imperio Prisa, se escandalizaba días atrás de la iniciativa lanzada por el mandatario catalán. «Lo que nos faltaba», venía a decir tras un juego de palabras tan bien escritas como infumables en su mensaje. Como si las farmacias fueran a convertirse en establecimientos legales para drogadictos viciosos y lugares de perversión para adolescentes.

El caso es que los mal pensados se empeñan en no dar crédito ni valor a quienes defienden, con la ciencia en la mano, el uso de la marihuana con fines médicos. Que los tiene, a juzgar por los numerosos estudios al respecto. Pues hasta en la tierra del principal aliado de Bush en el planeta, Tony Blair, el Gobierno tutela una plantación de cannabis para usos terapéuticos sin que nadie, o muy pocos, en el Reino Unido se escandalice en las iglesias. Y menos aún en Barcelona, donde decenas de mujeres adultas, con el juicio intacto y el cáncer en el cuerpo, se las ingenian para conseguir la marihuana que les alivie los síntomas indeseables de la agresiva quimioterapia.

Montserrat, Luisa, Mercedes…, madres y esposas, no tienen problema alguno en confesarlo, en mostrar abiertamente que consumen un `medicamento´ que nos les cura pero les ayuda a seguir luchando dignamente contra el mal. Y ahí siguen estas mujeres, muchas de ellas en la frontera de los 50, utilizando la marihuana delante de sus hijos, de sus maridos, de sus amigos, con el miedo siempre presente a las malditas recaidas causadas por el tumor.

Cuando la enfermedad está de por medio, no vale apelar a la banalización del consumo de cannabis como hipótesis de ataque. Como acaba de sugerir el director del Observatorio Europeo de la Droga, Georges Estievemart, en un congreso de comunidades terapéuticas celebrado en Palma de Mallorca. Pascual Maragall tendrá que hilar fino. La clase médica catalana, progresista y con la mirada siempre al futuro, está por la comercialización del cannabis medicinal. Falta que digan en qué casos, cómo y cuándo la idea verá la luz. Claridad es lo que falta.