Detrás de las frías cifras que reflejan los estragos que el “paco” produce en casi la mitad de los jóvenes, sobre todo de los sectores más humildes, están las historias personales de destrucción. Relatos de degradación sintetizados en la necesidad de buscar placer rápido, de evadirse de una realidad de marginación permanente y poca contención. A cambio del aislamiento, la violencia y la autodestrucción.

Un trabajo de campo realizado por el Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) sobre unos 677 hogares correspondientes a un universo de casi tres mil personas de un barrio vulnerable del conurbano bonaerense, refleja que el 12,2 por ciento de la población es consumidora de pasta base o “paco”, pero la cifra trepa al 47,9% cuando se refiere a los menores de 30 años (ver infografía).

Pero el aporte de este Estudio etnográfico sobre consumo de paco excede la estadística y se interna en el testimonio de los afectados. Según explicó Hugo Migues, el profesional del Conicet que estuvo a cargo del estudio, se tomaron “informantes claves”, como los pacientes de los centros de atención a las adicciones.

Un nuevo flagelo

El uso del “paco” es relativamente reciente en los casos entrevistados. En su mayoría los consumidores tienen experiencia con otras drogas ilícitas, sobre todo cocaína, marihuana y, en los más jóvenes, la inhalación de pegamentos. La aparición de la pasta base convulsionó el “mercado”, pues surgió como una “oferta atractiva tanto por el costo mucho menor, como por la referencia a sus efectos más fuertes”.
Esos “valores agregados” surgen de los crudos testimonios que los propios jóvenes involucrados aportaron a los investigadores:

“…el paco era más barato, yo fui a comprar y era más barato que la merca (por la cocaína), porque la merca ya no me hacía más nada, ya no me hacía ni efecto…”

¿Droga de los pobres?

Pero ese valor económico, que llegó a configurar la denominación del “paco” como “la droga de los pobres”, pronto quedó desdibujado como mito o representación falsa dentro del imaginario colectivo. Migues ejemplifica esa situación en el diálogo con uno de los jóvenes entrevistados.

-¿Cómo empezaste a consumir pasta base?

-Porque estaba más barato.

-¿Alguien te inició en el consumo?

-No, era más barato. Yo fui a comprar y era más barato que la merca.

-Cada vez que consumías, ¿cuánta cantidad era?

-Cuando tenía plata, unos 150 papelitos. Son unos papelitos cuadraditos que valen un peso. Cuando no tenía plata consumía 20, 30.

Así, la representación de su menor precio es desmitificada por los propios consumidores con experiencia, que descubren que el final el consumo termina en un costo mucho mayor dado la necesidad imperiosa de repetirlo.

“¡No es económico!, porque es un peso cada cinco minutos, cada siete minutos, más no dura el efecto. Con la cocaína por ahí gastabas 40 o 50 pesos de golpe. Pero con esto por ahí gastas 40, 50 pesos en un ratito, en dos horas”.

Efecto devastador

La representación del “paco” incluye su peligrosidad y la amenaza de su capacidad de instalar el descontrol. Pero aun cuando ésta sea advertida por la propia comunidad, el usuario la sigue sintiendo, cuando se inicia, como un desafío que podrá manejar.
Las consecuencias para quien consume ésta u otras drogas son, por supuesto, la destrucción de la familia, la pérdida de afectos, el deterioro del organismo, de la capacidad mental y el riesgo de muerte.

“El colegio adonde iba yo estaba a dos cuadras de la villa, y en esa villa yo antes compraba marihuana o cocaína. Y un día veo un chico que consumía pasta base, era el que sabía dónde comprar, y le pregunté si no me dejaba probar, y este chico me dijo ¿Estás seguro? Mirá que no es como la cocaína, con esto te enganchas.

-No …, yo no me voy a enganchar, quiero probar para ver cómo es.

Bueno, probé. Ese día empecé a consumir y ya no compré más cocaína”.

Según el estudio del Conicet presentado ayer, la idea de peligrosidad que acompaña al paco está vinculada en el imaginario colectivo con las condiciones de su elaboración que, de alguna manera, explicarían el potencial destructivo que tiene. Y eso también se desprende de las palabras de los propios consumidores.

“Es una basura inmunda, es una lacra, es lo peor que hay, lo hacen con toda la resaca de la cocaína”, dice uno de ellos en el informe.

No obstante, en algunos casos, la representación relacionada con su mayores efectos no es hallada, al menos en el inicio, y algunos insisten en la búsqueda del efecto (“del mambo”) de la nueva sustancia.

“Al principio no me pegaba”

El informe revela que según la persona y probablemente de acuerdo a la habituación previa a otras sustancias, se presenta un período donde se “aprende” a descubrir los efectos del paco.

“Al principio no me pegaba. Yo estaba acostumbrado a tomar cocaína y entonces decía ésta gilada no pega. Fumaba uno, dos y no le encontraba sentido. Después cada vez fumaba más, fumaba diez. Ahí sí, le enganché el mambo y quedaba re loco, quedaba re puesto”.

“Para mí es parecido a la cocaína, pero el efecto es más potente, pega instantáneo. O sea, vos le estás dando fuego y ya, yuiii (hace ruido como algo que se enciende de golpe). ¡Te pegó! La cocaína tarda por ahí en pegarte… Y tiene un límite, esto no, esto es más potente”.

El informe del Conicet no ahorra referencias al tipo de sensaciones. La rapidez e intensidad con que se producen, y la escasa duración de los mismos, son aspectos comunes entre los relatos. En tanto, algunos relatos comparados entre usuarios de paco y de cocaína inyectada presentan una secuencia similar.
Y la representación de los efectos del paco coincide con los del uso inyectable de cocaína, cuando sus consumidores refieren a una sensación de flash que parece sintetizar un conjunto de sensaciones en una sola, y que se vivencia con una concentración extrema.
El final del camino para quienes no logran ponerse a salvo es sobradamente conocido: los aguarda el espanto.

Generador de violencia

Las ansiedad que produce la necesidad de consumir la pasta base es la causa más común de la mayor violencia que se desencadena, la cual suele aplicarse contra las personas cercanas. Esa situación es reconocida por los propios afectados en sus relatos:

“Cuando no consumo tengo malhumor. Y cuando consumo me pongo violento con mis hermanos. Por consumir me peleé con mi familia, vendí mi ropa, también saqué cosas de mi casa y las vendí. Antes era más bueno, ayudaba a la gente”.

“Varias veces robé para fumar. Siempre trataba de buscar plata en mi casa. Yo me ponía un poco violento antes de consumir sino tenía plata”.

Las ausencias de la casa, el descontrol y finalmente la presentación del estado de abandono hace la diferencia con otras drogas ilícitas. El uso del paco es más rápidamente detectado. La familia registra que el joven, o el niño, pertenecen a un mundo que la sustituye.

La representación que explica el distanciamiento necesario del grupo de convivencia con el consumidor, transfiere el problema a la calle y a la comunidad.

La misma representación lo configura afuera como una amenaza para los vecinos y lo convierte en alguien no confia- ble y amenazante. Así, según analiza el informe del Conicet, “las actividades adictivas e ilícitas atribuidas a la dependencia del paco lo convierte en un riesgo a los ojos de su propia comunidad, que le teme y lo mantiene a distancia”.