El consumo de la mayoría de las drogas está
claramente marcado en función del género.
Las mujeres emplean más drogas legales que
los hombres, particularmente psicofármacos,
cuya prevalencia entre ellas es casi tres veces
mayor que entre ellos. Hoy día se calcula que
en España hay unas 590.000 usuarias habituales
de este tipo de medicamentos, lo que
supone el 3,5% de la población femenina, y
ese número tiende a crecer, por lo que se trata
de un fenómeno que merece la pena conocer
mejor. El presente artículo de Romo y Gil viene
a arrojar luz sobre el tema, recogiendo los
discursos de las propias usuarias y analizando
los patrones de género que sustentan el
consumo femenino de psicofármacos, ya sea
por prescripción facultativa, ya en forma de
automedicación.

El texto ofrece los resultados parciales de
una investigación multidisciplinaria sobre los
factores sociales y culturales que influyen en la
prescripción y uso de psicofármacos por parte
de mujeres en tres Comunidades Autónomas.
El estudio, realizado entre 2001 y 2003,
constó de 34 entrevistas semiestructuradas
a profesionales de la atención primaria y la
psiquiatría, así como siete grupos de discusión
con usuarias de las sustancias señaladas. Estos
grupos se formaron de manera que las edades
de sus participantes fueran homogéneas, y en
ellos participaron mujeres que consumían, o
habían consumido, psicofármacos por indicación
médica. Las conclusiones recogidas en
el artículo giran en torno a tres aspectos: el
modo en que estas mujeres sentían y expresaban
el ‘malestar’ que motivó el tratamiento,
las causas a las que lo atribuían y las estrategias
que seguían para lograr la medicación.

En opinión de las autoras, el ‘malestar’ de
las consumidoras de psicofármacos se relaciona
estrechamente con la construcción social
de género. Las mujeres más jóvenes (18-25
años) expresaban desasosiego por la falta de
modelos de referencia y sus dificultades para
armonizar la vida laboral y familiar. Las mujeres
de mediana edad (26-40 años), en cambio,
enfatizaban las diferencias de género como
motivo del mayor consumo femenino de estos
medicamentos. Así, afirmaban que los hombres
expresan el malestar de manera distinta,
se ven menos afectados sentimentalmente y
que el personal médico los toma más en serio.
Las mujeres de más edad (mayores de 40 años)
insistían en ese discurso de la diferencia, pero
trataban de entender su origen, argumentando
que los hombres se quejan más, lo cual evita
que acumulen conflictos. Del mismo modo,
este grupo subrayaba la sobrecarga emocional
que les producía su vida familiar.

Preguntadas por la causa de la ansiedad,
las mujeres jóvenes la achacaban a la necesidad
que sentían de hacer muchas cosas y hacerlas
bien, así como al temor a no conseguirlo. Las
de mediana edad, por su parte, atribuían su
estrés a las responsabilidades y exigencias a
las que debían hacer frente. En este sentido,
mencionaban situaciones concretas de discriminación,
como la doble jornada o la falta de
tiempo y espacios propios. En cuanto a las
mujeres más mayores, explicaban el origen
de su malestar aludiendo a las separaciones
matrimoniales, los duelos, la menopausia o el
‘nido vacío’. Además, lamentaban la falta de
expectativas laborales y sus problemas para
cuidarse a sí mismas. En muchos casos, se
sentían desamparadas, impotentes y aisladas
del mundo exterior.

El tercer elemento que analiza el artículo
es el itinerario que realizaban esas mujeres
para conseguir su medicación. Las más jóvenes
mostraban una conducta independiente: trataban
de superar su malestar mediante el autoconsumo
y sólo acudían a la consulta médica
cuando se sentían incapaces de solucionar la
situación por sí mismas.

En general, eran ellas
las que decidían el fin del tratamiento o los
cambios de dosis, y también quienes orientaban
al personal sanitario sobre la medicación.
Las mujeres de mediana edad, por su parte,
se servían de otras estrategias para combatir
su malestar: buscaban modos de conformarse,
bajaban el ritmo de actividad e intentaban que
pasara o, simplemente, se dejaban llevar. De
la misma manera, echaban en falta una mayor
implicación de los facultativos en la comprensión
de las situaciones afectivas que causaban
su malestar.

Romo y Gil concluyen que existe una
fuerte vinculación entre los modelos de género
y el consumo de psicofármacos. Por la socialización
que han tenido, las mujeres están más
predispuestas a buscar ayuda para librarse del
malestar y, por ello, el hecho de que acudan
más a las consultas con problemas depresivos
y de ansiedad debe verse también como
una forma de librarse del estrés asociado a
sus roles sociales. Una vez en la consulta,
las mujeres tienden a expresar su malestar
verbalmente y a través del llanto, mientras
que los varones lo manifiestan en forma de
irritabilidad e indecisión. Dado que los médicos
no identifican estas últimas conductas como
signos de malestar, tienden a sobrediagnosticar
y sobreprescribir psicofármacos a las
mujeres, lo cual explica, en parte, que sean
ellas las principales consumidoras de este tipo
de medicamentos.

BIBLIOGRAFÍA

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