«Hemos decidido como sociedad que es demasiado caro modificar el entorno del niño. Así que tendremos que modificar al niño». Así de claro se muestra el doctor Michael Anderson en un polémico artículo que ha publicado esta semana el New York Times. En él cuenta que cuando aparece en su consulta un niño que presenta dificultades escolares, y ve que su entorno no tiene muchos recursos, le receta Adderall, un potente fármaco compuesto de anfetamina y dextroanfetamina, que se ha vuelto extremadamente popular en los EE.UU.

Cómo ya advirtió El Confidencial hace un añolas anfetaminas, y otros compuestos psicoestimulantes que facilitan la concentración, como el Ritalin, se están volviendo muy populares en las universidades estadounidenses. De hecho, en los campus operan sofisticadas redes para traficar con los fármacos, que aunque son legales (en EE.UU., no en España) no se pueden adquirir sin receta médica.  

La novedad alarmante, que revela el reportaje del NYT, es que estos fármacos se están empezando a recetar en niños pequeños, sin necesidad siquiera de recurrir a un diagnóstico del polémico trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), que era la razón habitual para dar psicoestimulantes a los niños. Así que ya no se está drogando solo al 9,5% de los adolescentes americanos de entre  4 y 17 años que se calcula han sido diagnosticados con TDAH, sino al resto de niños y adolescentes que puedan presentar bajos desempeños académicos.

Un tema muy controvertido

Para muchos médicos esta sobremedicación a la que se está sometiendo a los niños estadounidenses está plenamente justificada en la medida en que, ciertamente, hace que los niños hagan más caso en clase, den menos guerra y, sobre todo, saquen mejores notas o, al menos, no suspendan. Pero muchos otros especialistas creen que los médicos están exponiendo a niños y adolescentes a injustificados riesgos físicos y psicológicos. Entre los efectos secundarios de este tipo de fármacos se encuentran la supresión del crecimiento, un aumento de la presión arterial y, en el peor de los casos, la aparición de episodios psicóticos.  

Estas drogas se han vuelto tan populares que muchos jóvenes y adolescentes mienten a sus psiquiatras para ser diagnosticados con TDAH y recibir así una receta para comprar estos fármacos. Algunos, incluso, han visto claro el negocio, y se dedican a vender los medicamentos a otros jóvenes que no tienen prescripción. Al final se da un tremendo círculo vicioso que, tal como han advertido muchos especialistas, mantiene bajo el efecto de las drogas a niños, adolescentes y estudiantes universitarios.

El problema ya no es el sobrediagnóstico por TDAH, que muchos creen que es una epidemia «tan equivocada como ficticia», sino que este tipo de drogas están siendo demandadas por estudiantes, familias y facultativos porque, simple y llanamente, facilitan un mayor desempeño académico. La «excusa», el TDAH, ha pasado a un segundo plano y, tal como reconoce el doctor Anderson en el NYT, lo que verdaderamente persiguen estas drogas es evitar «el bajo rendimiento académico que se da en determinadas escuelas».

¿Drogas recreacionales?

El abuso del Adderall y otras «drogas para estudiar», tal como se conocen a estos compuestos en los entornos escolares, se ha convertido en un grave problema en los institutos y universidades estadounidenses. El acceso a las mismas es, además, relativamente sencillo y barato. Los traficantes suelen ser jóvenes del propio entorno y las cajas de píldoras se pueden conseguir por un precio que no suele superar los 20 dólares. Pero estas drogas tienen algo muy distinto al resto, las motivaciones son muy diferentes: no se toman para divertirse, se toman para progresar académicamente. Por eso el público es muy distinto, son los chicos más esforzados, más perfeccionistas y los que mejores notas sacan los que acaban cayendo en su consumo.

En el caso de los niños más pequeños no hace falta recurrir a traficantes, pues son sus madres las que se encargan directamente de conseguir la drogaSegún datos del Gobierno de EE.UU., el 30 por ciento de las mujeres adultas comparten sus prescripciones con amigos y familiares. El Ritalin y el Adderll campan a sus anchas.

El uso de las «drogas para estudiar» es similar al de los esteroides en los gimnasios, las toman los alumnos más avezados. El problema es que, al contrario que en el ámbito deportivo donde el dopaje está prohibido y perseguido, en los círculos escolares y universitarios nadie persigue estas prácticas, aunque, en resumidas cuentas, son fenómenos similares. Es cierto que sólo está bien visto si se tiene un problema pero, ¿es un problema que un niño tenga dificultades para hacer los deberes? ¿Es justo que un estudiante pueda ir dopado a un examen?

Uno de los principales peligros de todo esto, tal como advirtió el pediatra Lawrence Diller en el Huffington Post, es que estas drogas estimulantes afectan a todos por igual. En dosis pequeñas la gente logra centrarse en tareas que encuentran aburridas o difíciles. Por eso parece que niños que eran hiperactivos están más calmados. Perosegún se incrementa la dosis, todos los niños acaban siendo más activos y se distraen más, como cualquier otro adicto a las metanfetaminas. Hay que tener algo claro: el speed de los bajos fondos y el Adderall que toman los estudiantes son, prácticamente, la misma cosa. Son anfetaminas, y tienen sus efectos y sus riegos.