Existe una zona en el centro de São Paulo por la que la mayoría de ciudadanos evitan pasar. Quienes lo han hecho suelen comparar el desfile de drogadictos a una película de zombies, pues los viciados al crack deambulan en su ‘noia’ (abreviativo de paranoia usado en la jerga brasileña) sin rumbo fijo y visiblemente demacrados.

‘Cracolandia’, como se conoce popularmente esta región de edificios viejos y vecinos preocupados tomada por los ‘cracudos’, es desde hace tiempo uno de los mayores problemas que afrontan las administraciones públicas de la mayor ciudad de Brasil y de Sudamérica.

En las últimas semanas, las calles de ‘cracolandia’ vieron emerger una nueva especie de «favelinha» formada por unas 400 minichabolas de madera y otros materiales improvisados donde residían algunos de los dependientes. Para acabar con este fenómeno, el alcalde Fernando Haddad, del gobernante Partido de los Trabajadores (PT), decidió llevar a cabo una innovadora y polémica medida: pagarles alojamiento a los drogadictos y darles un pequeño empleo a cambio de que abandonen pacíficamente las barracas. Así lo hicieron la semana pasada y algunos «cracudos» ya duermen en los depauperados hoteles de la región y alternan su vicio con pequeños empleos, si bien a esta actividad sólo acceden quienes se encuentran en tratamiento médico.

La medida, conocida coloquialmente como Bolsa-crack ha generado críticas como la del influyente columnista de la conservadora revista Veja Reinaldo Azevedo, que aseguró en un artículo reciente que la medida «quiere oficializar la región como área permanente del crack», ya que «ofrece alojamiento y no obliga a las personas a seguir un tratamiento».

La retirada de las minichabolas y el alojamiento de usuarios forma parte del proyecto Brazos Abiertos, que abrió hace tres meses un edificio de 25.000 metros cuadrados en la región para trabajar con vagabundos usuarios de crack. Anteriormente, en 2012, un proyecto llamado Centro Legal del anterior alcalde fracasó al intentar forzar el internamiento de los drogodependientes mediante la acción policial, lo cual derivó en una fuerte oposición ciudadana debido a fuertes escenas de represión policial. Las propias autoridades reconocían que querían conducir a los usuarios de crack a la desintoxicación y a abandonar el barrio a través del «dolor y el sufrimiento».

Poco después, la actuación policial se dedicó a dispersar los grandes tumultos de «cracudos», pues se suelen agrupar para consumir juntos y protegerse entre ellos. Unos minutos después de ser dispersados, los usuarios se reencontraban en otro lugar cercano como un panal de abejas. La acción de psicólogos y agentes de salud, por otra parte, se ve limitada porque una gran parte de los drogadictos no quiere dejar una de las drogas más adictivas y baratas del mercado. La polémica decisión de llevar a cabo internaciones forzadas de usuarios tampoco ha reducido la presencia

El Ministerio de Salud de Brasil estima que unos 600.000 jóvenes son adictos al crack en el país, si bien otros estudios apuntan a una cifra que podría llegar al doble y São Paulo es la ciudad más afectada por la epidemia.