Es el primer día de Rock al Parque 2015. La lluvia cae por tandas sobre el Parque Simón Bolívar, en el Occidente de Bogotá. Los asistentes hacen fila para someterse a las rutinarias requisas de la Policía. Lo decomisado termina en bolsas negras, solo se salva lo que se «encaleta» bien.

Carlos* y Mateo*, de 18 años, hacen parte de la masa de espectadores. Ambos van vestidos con chaqueta de cuero y pantalón ajustado, y cargan dos bolsitas de «perico» (cocaína) que pasan desapercibidas por los uniformados. Antes de buscar el escenario en el que tocará el grupo musical que cierra la jornada, deciden confirmar si la cocaína que compraron es realmente esa droga, como se los aseguraron los vendedores. «Es que la están sacando «chiviada»», dice uno de ellos.

Mientras tanto, un grupo de jóvenes en una carpa espera que consumidores como Carlos y Mateo se acerquen y pidan información sobre las drogas que ingerirán. Ellos pertenecen al proyecto «Échele cabeza cuando se dé en la cabeza», liderado por la ONG bogotana Acción Técnica Social.

«Lo que hacemos es brindarle información a personas mayores de edad que ya han tomado la decisión de ingerir drogas y que no tienen problemas graves derivados de esto, con el fin de promover la reducción del consumo», explica Julián Andrés Quintero, director de la organización.

«Échele cabeza» nació en el 2009 con los «raves» %u2500fiestas de música electrónica%u2500 de Bogotá y otros eventos en los que el consumo de drogas es evidente. «Siempre hemos intervenido en esos espacios. Nunca nos verán en la entrada de un colegio, ni en parques», aclara Quintero; a través de folletos con llamativos mensajes como «Destrábese, manténgase atento» o «Si decidió comprar trago pirata, no olvide pedir las gafas y el bastón», informan sobre los riegos de consumir sustancias psicoactivas, sobre todo si están adulteradas.

Hace tres años, el Servicio de Análisis de Sustancias Psicoactivas (SAS) se incorporó al proyecto. Cuenta con el permiso del Fondo Nacional de Estupefacientes y el apoyo de la Secretaría de Salud de Bogotá, y busca someter -voluntariamente- a una prueba las drogas que se llevan a fiestas y conciertos; con el fin de que los consumidores conozcan lo que se están «metiendo».

«Tenemos unos métodos muy sencillos con los que podemos decir dos cosas: uno, si hay presencia o no de la sustancia adquirida; y dos, si hay presencia de sustancias adulterantes», precisa Julián Molina, químico farmacéutico y coordinador del SAS.

El testeo

Carlos saca de su billetera la bolsita de cocaína y se la entrega a uno de los miembros de «Échele cabeza», para que la analice en un básico laboratorio montado allí. Confiesa que se siente nervioso, pues cambió de «dealer» %u2500proveedor de droga%u2500 y no sabe con qué se encontrará.

Se extrae una porción del polvo blanco, que es depositada en otra bolsita: es la muestra para el testeo. Enseguida, Carlos debe responder unas preguntas: en cuál barrio o localidad vive, por cuánto dinero y en dónde compró la droga. «Yo compré ese perico en Chapinero, a 5.000 pesos. Debe ser del más paila», dice.

Molina se coloca unos guantes de látex negros y comienza el procedimiento. «Para analizar cocaína, usamos la prueba de Scott semicuantitativo. Consiste en echarle un reactivo a la muestra para identificar un promedio general de la droga. Luego la centrifugo por un tiempo y obtengo el resultado».

Julián Molina, coordinador del Servicio de Análisis de Sustancias psicoactivas. LA SUCURSAL

Esa conclusión expresa en porcentajes la cantidad real de la droga en determinada sustancia: entre 0 y 25 por ciento, entre 25 y 50 por ciento, entre 50 y 75 por ciento, y más de 75 por ciento.

El «perico» que compró Carlos es realmente cocaína entre 50 y 75 por ciento. «El otro 50 o 25 por ciento es un adulterante desconocido que puede provocar un «mal viaje» «, advierte el químico farmacéutico.

Ahora es el turno de Mateo. «Toca saber qué es lo que uno se mete, ¿no? Escuché que están rebajando la droga con sedantes para animales», cuenta mientras entrega la muestra; su prueba da el mismo resultado que obtuvo la de Carlos. Se marchan tranquilos con los análisis; tanto, que deciden «pegarse el viaje» -a pesar de que ese «perico» no es puro-.

Cabe destacar que las pruebas usabas por el SAS no solo sirven para medir la cantidad de droga existente en una sustancia. También ayudan a detectar adulterantes o descubrir nuevos psicoactivos.

«Quien elige es la persona. Nosotros no tenemos una visión prohibicionista. Solo le damos la información para que tome la decisión», aclara Quintero. Sin embargo, cuenta que ha visto jóvenes que, al recibir el resultado del análisis, tiran la droga para evitar consumirla. «Hasta algunos se han enojado y dicen: «¡Esto es una mierda! Me estafaron» «.

La marihuana es la droga de mayor consumo en Colombia según la última Encuesta Nacional de Consumo de Sustancias Psicoactivas, realizada en el 2013 por el Observatorio de Drogas del Ministerio de Justicia. La cocaína ocupa el segundo lugar. En el mismo estudio también se detectó un incremento en el uso de estas sustancias, en comparación con el 2008.

A mediados del 2014, «Échele cabeza» publicó los resultados de varios testeos elaborados en festivales y fiestas a los que fueron invitados. El 65 por ciento de la cocaína analizada tenía un nivel de pureza menor al 50 por ciento, es decir, la droga estaba adulterada. En cuanto a las pruebas que hicieron en LSD (una de las drogas sintéticas que existen en el mercado), el resultado preocupa: ninguna muestra tenía el ácido.

El LSD y otras drogas sintéticas

Horas más tarde, un joven de unos 20 años se acerca a la carpa. Pregunta por el análisis y entrega un pequeño cartón de LSD. Un integrante de «Échele cabeza» corta con un bisturí la muestra y Vanesa Morris, coordinadora del proyecto, la recibe. Es socióloga de profesión, pero fue entrenada para realizar el testeo.

«Todos nuestros colaboradores recibieron las debidas capacitaciones», destaca Quintero.

Morris procede a hacer un test colorimétrico conocido como cromatografía en capa fina o TLC (por sus siglas en inglés). Aplica sobre la muestra un reactivo. Si presenta una fluorescencia, quiere decir que sí es la sustancia. Pero si se torna de color amarillo, indica que se trata de 25i -NBOMe, una anfetamina que produce efectos psicodélicos más potentes que el mismo LSD y la cual se vende en las calles como si fuera el ácido, según ha detectado el proyecto.

«Aún no están claros los daños colaterales del 25i -NBOMe. Lo que hemos visto son «malos viajes» o intoxicaciones agudas. El LSD se demora 40 minutos en hacer efecto, mientras que esa sustancia actúa más rápido», argumenta Morris.

Vanesa Morris, coordinadora del proyecto ‘Échele cabeza cuando se dé en la cabeza’. LA SUCURSAL

Otra de las preocupaciones del equipo de «Échele cabeza» son las drogas sintéticas. En los testeos han identificado, por ejemplo, que el MDMA -mejor conocido como «éxtasis»- se está adulterando con DOC, una sustancia que genera alta estimulación y cuyo efecto puede durar mucho más tiempo.

«Nosotros nos debemos mucho a los usuarios. Nos traen lo último que sale para analizar cómo es. Ahí nos damos cuenta de las cosas raras que van apareciendo», cuenta Quintero. De ese modo, descubrieron este año la circulación de una pastilla de «éxtasis» llamada «Heisenberg». Es azul y tiene el rostro de Walter White, el protagonista de la serie de televisión estadounidense «Breaking Bad». Al someterla a las pruebas, encontraron que no era MDMA, sino DOC.

Ese día en Rock al Parque, Échele cabeza» analizó en total 17 muestras, de las cuales ocho eran cocaína y nueve, LSD. El promedio de pureza del perico testeado fue de entre 50 y 75 por ciento. Por su parte, ningún cartón examinado contenía el ácido. Estos datos demuestran una vez más lo que el proyecto y los consumidores vienen pensando desde hace tiempo: buena parte de las drogas que se venden en Bogotá son «chiviadas».

La «Zona de recuperación»

Cerca de la carpa en donde se presta el servicio de análisis de drogas, «Échele cabeza» cuenta con un espacio llamado «Zona de recuperación». En ese lugar, se apoya y acompaña a quienes presenten una crisis a causa del consumo de drogas o la mezcla de estas con alcohol.

Un paramédico brinda hidratación, un sillón para descansar y una cobija, a todo el que llegue con síntomas de un «mal viaje».

«Pretendemos ser un espacio previo a que el muchacho termine en una caseta de primeros auxilios o saliendo de un festival en ambulancia. Los médicos le aplican un relajante muscular y le mandan «pepas» (fármacos), eso ayuda, pero en su cabeza puede estar en un viaje horrible», reconoce Quintero.

¿Cómo está Colombia en la reducción del consumo de drogas?

A pesar de que en el 2007 el Gobierno Nacional estableció una política para la reducción del consumo de sustancias psicoactivas, enfocada en la prevención y la mitigación del riesgo, Daniel Mejía, director del Centro de Estudios sobre Drogas y Seguridad de la Universidad de los Andes, opina que en esta materia el país está muy atrasado.

«Como el país estuvo concentrado en la reducción de la oferta de drogas, dejó a un lado todo el tema de políticas públicas para evitar el consumo y hoy estamos viendo las consecuencias: se venden más sustancias en las calles y existen daños más graves, como lo hemos visto recientemente», explica el experto.

Sobre proyectos como «Échele cabeza», Mejía considera que son necesarios. Sin embargo, el catedrático asegura que estas iniciativas deben contar con más trabajo científico, médico y psicológico; esto, para no poner en riesgo la vida de quienes los frecuentan.

También piensa que la información sobre drogas no está llegando a los jóvenes. «Las políticas serias de prevención deben trabajar de la mano con los colegios; y no solo con los públicos, también con los privados. Hay que establecer cátedras sobre el tema de drogas y explicarles (a los estudiantes) los riesgos a los que se exponen».

*Nombres cambiados a petición de las fuentes.