Esta nueva era Trump que iniciamos parece caracterizarse por apelar al simplismo y las soluciones mágicas. Quizá conviene recordar que la complejidad y la racionalidad son las mejores herramientas para tomar decisiones. Ante este –ya demasiado largo– debate sobre si hay que regular o prohibir el cannabis en nuestro país, olvidamos lo fundamental: optar por no regular no hará desaparecer ni el consumo ni el cultivo ni la venta del cannabis. La prohibición lo que provoca es la des-regularización de los mercados a manos a organizaciones criminales. No es realista imaginar una sociedad sin drogas (no se ha dado nunca en la historia de la humanidad), y aún menos imaginar que por el hecho de prohibirlo desaparecerá. Por eso esta es una mirada mágica que, además, infantiliza a la ciudadanía.

Así pues, la pregunta que deberíamos hacernos es: ¿cuál es la mejor manera de regular para encontrar el punto justo en el binomio libertad-seguridad que hay que asegurar? El Gobierno tiene el mandato de intentar preservar este complejo equilibrio, el control social debe tener como objetivo minimizar los daños posibles sin coartar la libertad individual.

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