Que Afganistán es el país que más opio exporta, ya se sabía. Lo que no se sabía es que en el 2017 esas exportaciones crecieron un 65% respecto al año anterior pese a los esfuerzos para impedirlo de Estados Unidos, que ha invertido 7.280 millones de dólares (6.282 millones de euros) en operaciones contra la droga. La tradición de cultivar opio viene de lejos, pero nunca antes las cifras habían llegado a estos niveles. El país ha pasado de 200.000 hectáreas de plantaciones a 328.000. Según el informe anual de Sigar (Special Inspector General for Afganistan), oficina de observación de las Fuerzas Armadas de EE.UU., la recaudación se ha elevado de 1.500 millones de dólares a 3.000 millones.

Mayor productor de opio del mundo –se estima que posee el 90% del mercado–, desde Afganistán parten tres rutas: hacia el sur de Europa cruzando por Irán y Turquía, a Europa Oriental a través de Asia Central y Rusia, y a África por Pakistán. Es un perfecto engranaje que funciona gracias a una fuerte corrupción en las instituciones públicas y una justicia que hace la vista gorda al negocio.

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