Hace poco comenzó un muevo programa de TV donde durante un mes unas personas con problemas de drogodependencias son tratadas en vivo y en directo.

Antes de nada, añado, que los organizadores del programa televisivo llamaron al centro donde trabajo solicitando pacientes que fueran a ser ingresados en nuestro centro y que fuéramos nosotros con nuestro aval, “cómplices”, quienes les ofreciéramos la posibilidad de tratar su drogodependencia en vivo durante un mes, sobra decir que respondimos que no por muchas razones.

En el programa en cuestión hay clínicos y las correctas instalaciones están insertadas en una ambientación austriaca tipo Heidi; pero lo primero que nos llama la atención es el título del programa que no es otro que: Yo adicto, sin dilación, al paciente se le adscribe de entrada a un significante: “Adicto”, estigmatizándolo desde el primer momento a esa categoría con lo que ello supone. Voluntariamente se hace público y se le impregna hasta el tuétano de ese semblante, así que cuando vuelva a insertarse en la sociedad tanto el programa de TV como el paciente saben que casi todo el mundo lo señalará con el dedo, para que ahora y siempre se recuerde que él es un adicto y que estuvo en una especie de Gran Hermano para drogodependientes.

Ante esta situación a uno le surgen multitud de preguntas ¿Qué es lo que ocurre cuando el síntoma tiene que ver precisamente con ser el centro de atención?

No es la primera vez que un programa de TV es cuestionable éticamente, por ejemplo el programa escenas de matrimonio, sistemáticamente se realizaba maltrato psicológico, ¡si, ya sé! Era un programa de humor, pero por mucho que nos hiciera gracia, entre chiste y chiste podíamos oír una retahíla de descalificaciones, insultos y humillaciones sin parangón alguno. Curiosamente de eso nadie se quejó. En fin, como aseveró Séneca en cartas a Lucilio, “algunos de tal manera se han acostumbrado a las tinieblas, que juzgan que está en tono confuso cualquier cosa que se halle en plena luz”.

Desde hace algunos años vemos que en los programas de TV gana terreno todo lo terapeutizado, las historias personales, la terapia en directo, la confesión catártica tipo purgante y en público que ya explicara Aristóteles. El comercio y el mercado se han hecho con las emociones, con la narrativa y ganan terreno los programas de experiencias personales, según Eva Illouz profesora en el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad de Jerusalem, la modernidad hay que entenderla también como el periodo en el que aparecen con fuerza social las emociones y, en consecuencia, las narrativas terapéuticas. A través de la industria publicitaria, de los talk show, de los libros de autoayuda o del propio discurso terapéutico los consumidores se convierten en pacientes, en objetos públicos dispuestos a ser expuestos, analizados, discutidos y valorados. Las emociones privadas constituyen espacios públicos.

Esta claro que estamos en una sociedad más aislada y más fría en relación al contacto real y físico, que necesita paradójicamente de comunicación afectiva, necesita charlar con los vecinos a la puerta de casa como se hacía antaño. Hoy, salvando las distancias, esta función posiblemente la cumple la televisión ¿Pero dónde están los límites?

Nos preguntamos si es curativo hacer a una persona con problemas de adicción el centro de atención y convertirlo en una persona famosa de la noche a la mañana.

Según Manuel Fernández Blanco: hasta no hace mucho tiempo la fama se unía al prestigio, por eso se podía tener buena o mala fama. Actualmente, la fama se ha independizado del prestigio y ha pasado a ser un valor en sí misma.

Escuchamos a menudo decir de alguien que “es un famoso”, como signo de identidad, en ausencia de cualquier mérito o atributo especial. A estos personajes, al contrario de lo que podría parecer, también les pesa la fama y, en muchos casos, su deterioro físico o anímico, o su muerte prematura, dan prueba de ello. La fama inconsistente sólo puede realizarse a costa de la degradación del sujeto, que acaba con frecuencia convertido en un desecho de sí mismo. La fórmula, para el clínico, Fernández Blanco sería algo así como: a menor consistencia personal, más dependencia de la fama.

En relación a los famosos y las drogas, me ha sorprendido y no hace mucho tiempo, que la misma ONU por medio de La Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes JIFE, ha llamado la atención a estas personas “famosas”, como mal ejemplo, afirmando que trivializan el problema de las drogas, etc., sea como fuere, un buen tirón de orejas.

Posiblemente los patrocinadores de la cultura hipermoderna del nuevo The way of life correlacionen bien con todo lo que tiene que ver con las drogas, por ejemplo; la necesaria rapidez de las cosas, el no esperar, la carencia de límites y el desprecio a las normas, la huida hacia adelante de Lacan, lo efímero de Gilles Lipovestsky, poder con todo de Vicente Verdú. ¿Es legítima la utilización de la intimidad de estas personas aunque se presten? Así, sabiendo que callar es dejar pasar, debo denunciar la doble moral que supone tratar así a estas personas y de estas maneras.

Firmado:
Fernando Pérez del Río
Psicólogo. Proyecto Hombre Burgos.