Difícil integración y provisionalidad del sector

El enfoque integral con el que nuestro país abordó el complejo fenómeno de las drogodependencias tuvo la consecuencia positiva de desarrollar un sistema de atención con un carácter biopsicosocial más acusado que cualquier otra especialidad, pero ha producido el efecto secundario de su difícil ubicación dentro del sistema sociosanitario.

El tema de la “normalización” ha perseguido a nuestro sector profesional desde su origen, aunque el significado de esa palabra haya ido cambiando con los tiempos.

En los primeros textos fundacionales del PND, de las asociaciones profesionales y de los familiares de drogodependientes, ya se expresaba la necesidad de normalizar la atención a las personas con problemas derivados del consumo de drogas o de adicciones. Entonces era muy importante que los recursos de los que disponía la sociedad de la época se pusieran al servicio de un problema emergente que nadie sabía muy bien cómo atender.

Posteriormente, con la creación de una importante red nacional de atención a las drogodependencias, se inaugura una nueva etapa, en la que si bien se sigue insistiendo en la necesidad de integración dentro de los sistemas normalizados, lo cierto es que se da carta de naturaleza a uno nuevo que se instala entre los sistemas de salud y de servicios sociales. Un nuevo sistema y que es muy bien acogido y valorado por los usuarios y sus familiares.

Tanta insistencia en la necesidad de integración en uno u otro sistema o en ambos, ha hecho que el sector de las drogodependencias siempre haya vivido bajo el síndrome de la provisionalidad, lo cual ha marcado profundamente su identidad y, en mi opinión, la sigue marcando sobre todo en lo que se refiere a su marco institucional.

Las aportaciones de los profesionales

A pesar de la falta de definición de su ubicación, sus técnicos nunca han dejado de avanzar. A nivel profesional el desarrollo ha sido impresionante teniendo en cuenta las pocas décadas transcurridas desde su “fundación” como sector. Médicos, trabajadores sociales, educadores, psicólogos, sociólogos, pedagogos, orientadores…, han realizado un enorme esfuerzo por profundizar y acotar el conocimiento científico y técnico sobre las adicciones consiguiendo un desarrollo sin precedentes en un campo de trabajo como éste. Pero, además, su contribución no ha quedado circunscrita a los intereses de cierto corporativismo, sino que ha ido mucho más allá de sus fronteras en los campos de la asistencia, la prevención y la incorporación social.

En prevención, los profesionales y científicos del sector han contribuido eficazmente a crear una metodología y unas técnicas preventivas útiles para todo tipo de problemas psicosociales, a mejorar el enfoque de la educación y la promoción de la salud, así como han señalado el camino de cómo debe ser el modelo educativo si quiere estar al servicio de las habilidades para la vida.

En el plano asistencial los profesionales han profundizado en los mecanismos de la dependencia que laten en el fondo de diversos problemas y trastornos, contribuyendo a mejorar el conocimiento y el abordaje de muchos de ellos como: la dependencia emocional, las relaciones de pareja basadas en la sumisión, drogodependencias y adicciones, determinados trastornos de personalidad, incapacidad de emancipación, dificultades para el manejo de las propias discapacidades, tendencias relacionales sesgadas, dificultad de organizarse con otros (iguales) para alcanzar objetivos comunes, etc. También han contribuido al conocimiento del funcionamiento del sistema nervioso y su capacidad de autorregulación.

Lo mismo cabe decir de la integración social, el esfuerzo realizado para integrar sociolaboralmente a drogodependientes y adictos ha sido enormemente útil para otros colectivos y personas, cuyas alternativas anteriores eran más escasas. Pasar de una posición pasiva de enfermo o víctima a la de alguien que busca activamente empleo o desarrolla una actitud emprendedora, implica un proceso de empoderamiento que va más allá de las drogas.

Los profesionales no sólo han hecho progresar al sector de las adicciones sino que han contribuido al avance de la psicología, la sociología, la psiquiatría, las neurociencias, el trabajo social y comunitario, el enfoque familiar educativo y psicoterapéutico, la salud pública, etc., en el plano teórico y práctico.

También el sector asociativo de familiares y afectados supo dar una lección histórica de cómo concienciar al país –a la sociedad y a los poderes públicos- de un problema que era eminentemente social.

Las adicciones ya no son un prioridad desde el punto de vista político e institucional

Cabría pensar, pues, que el proceso de la integración del sector es un fenómeno imparable desde el punto de vista profesional y social. Pero ¿qué decir del ámbito administrativo e institucional? Pues en pocas palabras que se ha quedado atrás, como en tantas otras cosas en nuestro país. Porque si bien es verdad que la Ley General de Sanidad de 1986 y la creación del PND significaron un cambio cualitativo al frente del cual se pusieron las instituciones del momento, hoy, hay que reconocer que esas instituciones han sido desbordadas por los acontecimientos y carecen de los reflejos y la capacidad suficientes para liderar los cambios, a veces incluso para acompasarse con ellos.

Disponemos de metas y objetivos perfectamente formulados por las instituciones que deben dirigir o influir en la política del sector. Instituciones como el PNSD, la Comisión Mixta Congreso Senado, la Comisión de drogas de la FEMP, las Federaciones de Asociaciones, etc., sin olvidar a las secciones de drogas de los organismos internacionales como la UE o la OMS no dejan de proponer, declarar, recomendar…, múltiples formas de ordenar, impulsar e integrar el sector, pero con escasa influencia sobre la realidad. Las instituciones nacionales, por su parte, están entrando en la misma deriva que las internacionales; han permitido el acceso de técnicos y profesionales a puestos de responsabilidad, garantizando la seriedad y el rigor de sus análisis, diagnósticos y declaraciones, a cambio de vaciarlas de poder efectivo.

Algunas de las fórmulas propuestas por estas instituciones nacionales e internacionales son bien conocidas: integrar los sectores de adicciones y de salud mental aprovechando lo mejor de cada uno en beneficio de los usuarios; emplear los avances en prevención de las drogodependencias en beneficio de la promoción de la salud integral y de la prevención de trastornos psicosociales; integrar los avances realizados en prevención y en promoción de salud para mejorar el sistema educativo (no para prevenir exclusivamente el consumo de drogas sino para impregnarlo definitivamente de las llamadas habilidades para la vida); realizar planes de integración social y laboral utilizando el conocimiento acumulado en el sector sobre los mecanismos de la dependencia y el empoderamiento, rompiendo los moldes de la especialización por colectivos en riesgo de exclusión; desarrollar un auténtico enfoque biopsicosocial en salud como el que se ha ensayado en el sector de las drogas; priorizar el carácter local de las intervenciones preventivas y de incorporación sociolaboral (planes locales).

Pero estas propuestas requieren de un auténtico impulso que no está, según parece, entre las prioridades de la agenda política, ni al alcance de los profesionales y del movimiento asociativo que vive sus horas más bajas en lo que a capacidad reivindicativa se refiere.

Llegados a este punto solo vemos dos alternativas, a demás de seguir como estamos: Bien tratar de aglutinar al sector en torno a una o varias de estas propuestas para colocarlas entre las prioridades de los que deciden mediante el uso de la persuasión o la presión o, bien, liderar el cambio desde dentro.

La dinámica entre la dependencia y la autonomía y el futuro del sector

Pero, ¿en qué consiste ese cambio?, ¿en qué consiste la integración? ¿Cuál puede ser la contribución del sector?

Si adoptamos un criterio suficientemente amplio podemos considerar las dependencias como uno de los mayores problemas de nuestro siglo en los llamados países desarrollados. Nos referimos fundamentalmente a la dependencia en términos psicológicos, educativos y culturales. La dependencia como un proceso que se opone a la autonomía y al empoderamiento de los ciudadanos y de los colectivos, que afecta a la sociedad atravesando todos los sectores.

La dinámica entre la autonomía y la dependencia atraviesa la vida de todas las personas desde que nacen hasta que mueren. Y puede ir un poco más allá, porque las tendencias y las estrategias con las que afrontamos esa dialéctica se pueden transmitir familiar y generacionalmente. Hay estudios que apuntan a la disposición genética a desarrollar determinadas enfermedades como las drogodependencias, aunque aquí nos referimos básicamente a lo que aprendemos en nuestro entorno sobre lo que significa ser autónomo o dependiente; mantener una actitud pasiva o proactiva ante los acontecimientos de la vida y ante la vida misma (conceptos que varían considerablemente de unas familias a otras).

La dialéctica entre dependencia y autonomía también está presente en la relación médico-paciente de atención primaria y de salud mental, marcando la diferencia entre el asistencialismo y asumir la responsabilidad sobre la propia salud (a medio y largo plazo); marca la tendencia de las relaciones entre los usuarios de los servicios sociales y sus profesionales hacia la cronicidad pasiva o el empoderamiento; también suele estar presente en la mayoría de las discapacidades -una cosa es la dependencia física y otra la psicológica-; en las relaciones de emancipación padres-hijos; en las relaciones machistas con o sin violencia de género, en los procesos de incorporación social de personas con distintos grados de exclusión; en la búsqueda activa/pasiva de empleo, en el desarrollo de una auténtica actitud emprendedora en los más diversos órdenes de la vida (trabajo, estudio, participación social), en los proyectos de desarrollo comunitario, en el modo en que se estructuran las organizaciones sociales demasiado dependientes del líder carismático de turno, etc., etc.

Los profesionales de las (drogo)dependencias sabemos algo de todos estos asuntos, porque forman parte de nuestra especialidad. Entendemos de los mecanismos que mantienen ancladas a las personas en situaciones no deseables para ellas, pero de las que les da miedo salir; conocemos los mecanismos emocionales y las justificaciones ideológicas de las resistencias al cambio; conocemos metodologías y técnicas que favorecen los procesos de independencia y de empoderamiento sin necesidad de manipular al otro, ni decirle lo que tiene que hacer, sólo ayudándolo a descubrirlo. Y algo muy importante, sabemos cómo establecer una relación con el paciente, cliente, usuario, familia, colectivo, etc., basada en la igualdad, la cooperación y la mutua responsabilidad, lo contrario al tipo de relación que perpetúa la dependencia. La calidad de las relaciones entre los profesionales y las personas “dependientes” nunca son neutras; o apuestan por el cambio (es decir por empoderar al otro y limitar el papel profesional al de alguien que ayuda, aconseja o asesora) o por mantener el status quo actual en el que el profesional prescribe y el ciudadano hace como que obedece, con los resultados que todos conocemos.

Si el sistema es capaz de organizarnos de manera que podamos ser útiles en todas o algunas de estas tareas, estupendo, si no, quizá la alternativa sea ocupar conscientemente esos espacios demostrando nuestra eficacia. Claro que para ello será necesario previamente llevar a cabo un proceso de empoderamiento del sector ¿Estamos cerca o lejos de ese empoderamiento? Me parece que lo mejor es que cada uno conteste a esa pregunta. Si tuviéramos éxito, aunque fuera un éxito relativo, atendiendo un problema tan extendido como las dependencias, nos habríamos ganado el futuro y habríamos hecho efectiva la tan traída y llevada integración.

Firmado: Alfonso Ramírez de Arellano (Psicólogo)

Blog: http://alfonsoramirezdearellano.blogspot.com.es/