El título de este breve artículo puede parecer provocativo para ciertas personas. Pero la reivindicación viene de Kofi Annan, quien fue secretario general de las Naciones Unidas entre 1997 y 2006 y ahora es miembro de la Comisión Mundial de Políticas de Drogas: Creo que las drogas han destruido muchas vidas, pero las malas políticas de gobierno han destruido muchas más. Por esto defiende con argumentos de pesoque ha llegado la hora de legalizar las drogas.

Hasta el propio Obama ha reconocido el fracaso de la guerra contra las drogas: La cruda realidad demanda una nueva dirección en la política pública referente a las drogas, basada en el sentido común, en la ciencia dura y la experiencia práctica. Precisamente, EE.UU. ha sido y sigue siendo el gran valedor de esta guerra, posiblemente muy rentable para ellos, pero tan desastrosa para las personas relacionadas con el mundo de las drogas. Su talante represivo sigue presente en muchos países, con una lectura del fenómeno de las drogas simplista que provoca más problemas que soluciones.

La opinión y percepción del fenómeno se ha ido formando a partir de opiniones de los políticos y de los miembros de fuerzas de seguridad, donde predominan estereotipos al margen de su complejidad y especificidad, estereotipos de los que participamos posiblemente muchos profesionales relacionados con las drogas y la salud, como apuntaba hace tiempo Rosa del Olmo (1997). Estamos ante un fenómeno difícil de diagnosticar, tanto por su ilegalidad como por sus características intrínsecas, dada la rapidez de cambios que exige tanto adaptarse a las condiciones del mercado como a las cambiantes acciones en su contra. La magnitud del fenómeno a nivel mundial, por otra parte, como las manifestaciones y matices que adquiere la industria de las diferentes sustancias, debidas entre otras cosas a las distintas realidades geopolíticas en las que se desarrolla, dificulta más esta tarea.

Conviene comprender, por esto, los elementos políticos, económicos y sociales que se entrelazan en la cuestión de las drogas, tanto en el «narcotráfico» y el consumo como en las medidas preventivas y terapéuticas, si se pretende ofrecer respuestas acordes con el problema. Sólo desde una comprensión del fenómeno global de las drogas, podremos ubicar y orientar de forma adecuada las tareas preventivas, terapéuticas y de reinserción social.  No se puede olvidar el enfoque parcial que suele dominar el discurso público sobre las drogas: Si las drogas son la causa de los problemas, basta prohibirlas y castigar su producción, distribución y consumo, para que el problema desaparezca. Es un discurso que permanece inalterable en la mayor parte de la población alimentado de forma continua por los medios de comunicación social. Por supuesto, se hace referencia a las drogas ilegales. Mientras, las drogas legales, como el alcohol y el tabaco, disponen de vía libre para su producción, promoción  y distribución, a pesar de los graves perjuicios que generan en la sociedad.

Los daños del prohibicionismo parecen confirmar este fracaso, pues no sólo permanece la problemática general, sino que aparecen nuevos consumos de drogas tradicionales, como el alcohol, surgen “nuevas” drogas con nuevos frentes de consumo y, lo más importante, no parece encontrarse el final del túnel ante lo intrincado del tráfico de todo tipo de drogas. Falta, por otra parte, un compromiso serio de los gobiernos, aumenta la corrupción entre diferentes estamentos de nuestra sociedad y existe un gran colectivo de personas dependientes a las que no acaba de ofrecerse una solución definitiva. Un ejemplo conocido es el caso de México. González denuncia que bajo la aparente lucha contra el narcotráfico en México, se ha desarrollado una sociedad paramilitar que permite endurecer las leyes y abandonar al ciudadano: es un auténtico estado de guerra sin declarar en el que 120.000 personas han muerto o desaparecido entre 2007 y 2012. La globalización económica, por otra parte, a merced de los mercados y de las finanzas, ha provocado  mayores desigualdades en el trabajo, las rentas, los recursos, las oportunidades y la educación. Sin embargo, para la Declaración del Milenio, el desafío central de hoy es asegurar que la globalización se convierta en una fuerza positiva para todos los habitantes del mundo.

¿De qué sirve la asistencia técnica y dinero para el desarrollo de los países pobres y medios, si después no pueden vender sus productos por los proteccionismos de los países ricos? Los pobres están atrapados tanto por las deudas con intereses altísimos como por la imposibilidad de vender sus propios productos a precios rentables. No olvidaré las quejas de aquellos profesionales de Sudamérica, en un encuentro de la ASEP en Venezuela, al ver destruido su trabajo de promoción de cultivos alternativos, por la falta de salida al mercado de los productos  obtenidos, al mismo tiempo que los traficantes ofrecían mayores ganancias por seguir con el cultivo de la coca.

Son muchas las preguntas que cualquier persona debiera plantearse: ¿cuál es el problema real del consumo de drogas en la sociedad? ¿Qué factores  provocan, favorecen o refuerzan la existencia de nuestra «sociedad intoxicada»? ¿Qué condicionantes sociales y económicos favorecen el cultivo y el tráfico de las diferentes drogas? ¿Qué tipo de información se suele ofrecer sobre las diferentes drogas en los medios de comunicación?  ¿Qué papel desempeñan los organismos internacionales y nacionales a la hora de dar soluciones a los problemas de las drogas? ¿Se lucha por conseguir el bienestar de aquellas personas que ven en el tráfico la forma de ganarse la vida? ¿Son las leyes represivas la mejor vía para resolver el problema?

Existe hoy una creciente reticencia entre los Estados a adherirse sin reservas a una lectura estrictamente prohibicionista de las convenciones de fiscalización de estupefacientes de la ONU: la Convencio%u0301n U%u0301nica de 1961 sobre Estupefacientes (enmendada por el Protocolo de 1972), el Convenio sobre Sustancias Sicotro%u0301picas de 1971 y la Convencio%u0301n contra el Tra%u0301fico Ili%u0301cito de Estupefacientes y Sustancias Sicotro%u0301picas de 1988. Se parte de la convicción de que, en materia de políticas nacionales, los enfoques no punitivos, pragmáticos y orientados a la salud que están en sintonía con las normas fundamentales de los derechos humanos abordan mejor las complejidades que rodean al consumo de drogas ilícitas que el enfoque de tolerancia cero que priorizan los actuales tratados internacionales. Estos tratados,  en su mayor parte, fueron negociados y adoptados en una época en que tanto el mercado ilícito como los conocimientos sobre su modo de operar tenían poco que ver con los de hoy día (Bewley-Taylor, 2012).

Por eso, bienvenida sea la declaración de Annan recordando que este año la Asamblea General de las Naciones Unidas celebrará una sesión especial sobre las drogas y el mundo tendrá la oportunidad de cambiar su rumbo. Y también la pregunta que plantea: ¿cómo hacemos frente a lo que la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito ha llamado las «consecuencias involuntarias» de las políticas de los últimos 50 años, que han contribuido, entre otras cosas, a crear un amplio mercado delictivo internacional de las drogas, que alimenta la violencia, la corrupción y la inestabilidad?

Es evidente que el problema de las drogas no se puede reducir a la existencia de unas sustancias concretas socialmente rechazadas, como tampoco al simple consumo de las mismas por unas determinadas personas. La cuestión de las drogas, con todas sus consecuencias individuales y sociales, no se puede comprender al margen de unos condicionantes históricos, culturales, económicos y políticos.  La guerra, después de todo, no puede ser realmente contra las drogas, puesto que no cabe arrestarlas, enjuiciarlas ni castigarlas. La guerra es contra quienes las consumen y son millones las personas castigadas en no pocas veces con fuertes sanciones, mientras el tráfico de drogas continua y el dinero que lo mueve campa a sus anchas por todo el mundo. El fenómeno de las drogas es, por esto y ante todo, una cuestión social y, por tanto, política.  Y corresponde a los gobiernos dar una nueva dirección en la política pública referente a las drogas y asumir la conveniente legalización de las drogas respetuosa de los derechos de todas las personas.

 

Referencias bibliográficas

  • Annan, K. (2016). Por qué es hora de legalizar las drogas- http://www.huffingtonpost.es/kofi-annan/legalizar-las-drogas_b_9317094.html?ncid=tweetlnkeshpmg00000001(26/02/2016)
  • Bastidas, S. (2010). Obama y la estrategia del sentido común.  El País, 18/05/2010
  • Bewley-Taylor, D. (2012) Hacia una revisio%u0301n de las convenciones de drogas de la ONU.TNI (2012), La lo%u0301gica y los dilemas de los grupos afines. Serie reforma legislativa en materia de drogas No. 19, marzo, 2012. TNI.
  • Del Olmo, R. (1997). «La cara oculta de la droga». Poder y control, nº 2, pp. 23-48.
  • González, S. (2014). Campo de guerra. Barcelona,  Anagrama.
  • Vega, A. y otros (2002), Drogas: ¿qué política para qué prevención? San Sebastián, Gakoa.