El consumo de drogas se constituye en torno de una práctica que, según muestran la historia y la ciencia, opera en desmedro del funcionamiento del cerebro y otros órganos vitales del consumidor, así como de su inserción social saludable, lo que define un problema polifacético. 

Creo que mi hijo se está drogando. ¿Qué le digo? Algunos alumnos entran a clase con el efecto de drogas. ¿Qué hago?

El fenómeno adictivo es complejo; sólo puede comprenderse desde una perspectiva multidimensional, que incluya los sistemas vinculares y los campos sanitario / salubrista, bio-psicosocial, cultural, económico, normativo y geopolítico.

Emergen así posibles respuestas. Pero existe una actitud conservadora, restringida a lo normativo, para explicar este y otros fenómenos. Se basa en la creencia de que sólo cambiando normas se resuelven los problemas. Esto conduce a fracasos previsibles, especialmente cuando no se incluyen acciones educativas y preventivas.

En lo referido al consumo de drogas, este reduccionismo se observa cuando el debate se restringe a alternativas de normas para permitir, regular o prohibir el acceso a aquellas.

El consumo de drogas se constituye en torno de esta práctica que, según muestran la historia y la ciencia, opera en desmedro del funcionamiento del cerebro y otros órganos vitales del consumidor, así como de su inserción social saludable, lo que define un problema polifacético. Allí la droga ocupa su lugar como producto de mercado, cuyo consumo nutre a diversas industrias.

Lo grave es que, al pensar cómo abordar este problema, los profesionales de la salud suelen quedar atrapados en su propio laberinto, sin aportar al cambio necesario. No suman cuando sólo insisten en cambiar normas sobre circulación de las drogas (semillas, flores, pastillas, bebidas y otras presentaciones).

Al no ocupar la dimensión sanitario / salubrista un lugar estructurante en estos análisis, la población queda desamparada, sólo al resguardo de su interpretación sobre lo que implica el estatus legal de droga. Así, en el imaginario colectivo, el alcohol no entra en la categoría “droga”, lo que resulta en una baja percepción de riesgo de su consumo, pese a la elevada prevalencia de trastornos vinculados con él.

Otro efecto del enfoque normativo es el aumento de creencias erróneas sobre la marihuana, tales como “no es nociva pues está legalizada en otros países” o “no es adictiva pues se aprobó su uso para tratar enfermedades”.

El caldo de cultivo de estas creencias es el desconocimiento de los efectos reales que produce el consumo de esta droga en individuos sanos (para ciertas enfermedades, se investigan algunos cannabinoides para producir medicamentos específicos, que puedan ser provistos como tales).

Los neurocientíficos explican que los efectos de las drogas en el cerebro son independientes de las leyes vigentes.

Lo preocupante es que en medios de comunicación, redes sociales e instituciones educativas hay casi nula presencia de información para derribar tales mitos, por contraste con la abundancia de información tergiversada que circula, en armonía con estrategias comerciales planificadas (ejemplo: marcha por la marihuana).

En este sentido, la Organización Mundial de la Salud aporta el informe sobre los efectos sociales y de salud del consumo de marihuana no médica, donde detalla las principales conclusiones de una reciente reunión de expertos (ver en http://bit.ly/2qIUX9U).

Además de describir sus efectos negativos, destaca que la prospectiva es desfavorable, por la tendencia a que la cannabis que se produce y se vende tenga cantidades crecientes de THC (principio activo que genera los efectos más buscados por quienes consumen esta droga), gracias a los aportes de la ciencia aplicada a este mercado.

Esto remite a la dimensión económica y geopolítica del fenómeno. Si consideramos esta última, es entendible lo inapropiado de comparar fuera de contexto marcos normativos de países latinoamericanos y europeos.

La gravedad de lo expuesto requiere un llamado a la sensatez para reubicar los tantos en pos de un necesario enfoque integral. Resulta útil para ello el aporte del modelo salubrista aplicado al campo de las adicciones.

Según Enrique Saforcada, “salubrista” es lo que promueve y contribuye a la salud de la población y no sólo a paliar o sanar lo ya enfermo. El consumo de drogas plantea situaciones críticas para lo esperado como desarrollo saludable. Sólo ese motivo debería desvelar a los responsables de las políticas públicas.

El paradigma salubrista reubica el foco sobre la complejidad del fenómeno adictivo en clave de salud y educación, antes que de normas, comercio o industria (aun reconociendo el resultado de investigaciones que indican que a mayor oferta y accesibilidad de una u otra droga, mayor es el índice de consumo).

De este modo, opera como guía para que padres, docentes, referentes sociales y profesionales en general generen sus respuestas. Pueden promover decisiones responsables al advertir el contraste entre lo que es o no saludable, por encima de que una conducta determinada sea identificada como legal o no en diversos procesos sociohistóricos.

Este paradigma redescubre el derecho humano a la salud, ubica a lo saludable como valor elegible y estimulante e invita a innovar en clave de salud colectiva. Así, opera como contexto habilitante también para la prevención de la violencia y el suicidio.

Al advertir las grandes diferencias entre paradigmas, las alternativas son quedarse instalado en la zona de confort que ofrecen los enfoques funcionales a la cultura del consumo o asumir la tensión que implica dar un salto hacia un territorio no validado por las modas, pero rico en vitalidad y esperanza, imprescindibles para abordajes exitosos.