“A veces resulta muy complicado diferenciar entre actividad económica legal y criminal, entre dinero limpio y dinero sucio.” Las cloacas de la economía. Roberto Velasco.

La lectura de Morir en México, la crónica periodística de John Gibler, deja mal sabor de boca. Y no solo por la crudeza de los crímenes, ya conocida a través de la prensa, la literatura (El poder del perro, de Don Winslow) o el cine (Traffic, de Steven Soderbergh). Ni por el escándalo descomunal de la impunidad, bien explicada por el autor en una reciente entrevista en el diario El País cuando dijo que En México es más peligroso investigar un asesinato que cometerlo.” Es, sobre todo, por la íntima connivencia entre las redes de narcotráfico y el estado, convertido de hecho desde hace décadas en un narcoestado. Ocurre en México, ocurrió y ocurre en otros países, y podría ocurrir en otros. Y es que la capacidad de penetración del crimen organizado en los entresijos de la economía y la política “limpias” es directamente proporcional a los inconmensurables beneficios que la ilegalidad de las drogas genera.


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El México descrito por Gibler sería la metáfora extrema de la situación a la que puede conducir una política sobre drogas basada en el prohibicionismo y la insufrible war on drugs. Y es que nada ocurre porque sí. Las casualidades no existen, sino que son provocadas y/o alimentadas por decisiones humanas. Prohíbes unas determinadas sustancias siguiendo criterios que nada tienen que ver con la salud pública, provocas que entre el punto de producción y el de venta de las sustancias “controladas” los precios se multipliquen exponencialmente, favoreces que quienes gestionan estos procesos dispongan de dinero de sobra para comprar voluntades, mantener a salvo el sistema financiero internacional en tiempos de crisis, etc. ¿Qué puede salir mal?

Lo dicho, México como exponente extremo de decisiones políticas que contribuyen a generar beneficios inimaginables con capacidad para comprarlo todo. Como escribe Don Winslow en la novela mencionada: “Lo que hicieron, en los términos más sencillos posibles: vendieron el país a los narcotraficantes.”

En el libro antes citado, Robert Velasco dice en relación con los beneficios del crimen organizado: “Naciones Unidas estimó que los beneficios anuales obtenidos en 1994 ascendieron a 750.000 millones de dólares, incluyendo en esa cifra los aproximadamente 500.000 millones que genera el narcotráfico”La cifra global se estimó en 870.000 millones de dólares en 2014 por UNODC, el 1,5% del PIB mundial. Sea esta o no la cifra, baste quedarse con que se trata de una cantidad ingente de dinero que necesita recurrir al mercado “limpio” para lavarse. De todo esto ya hablaba Alain Labrousse hace años.

La pregunta que no puede dejar de hacerse, y a la que John Gibler intenta dar respuesta es: ¿esta situación es resultado indeseado de decisiones erróneas? Porque si así fuera, en efecto, la guerra contra las drogas habría sido un rotundo fracaso. Su impacto sobre el mercado de las drogas es ridículo comparado con el dinero invertido en su supuesto control. Cualquier empresa de otro tipo habría quebrado y habría sido liquidada hace décadas por no cumplir objetivos. Pero, ¿y si los objetivos fueran otros? Su respuesta (hay otras): “La narcoguerra es una guerra subsidiaria por el racismo, la militarización, el control social y el acceso a toneladas de dinero en efectivo que la ilegalidad posibilita.”

 Si el objetivo de la “guerra contra las drogas” hubiera sido promover la salud pública o reducir el consumo de drogas, me temo que habría sido un fracaso sin paliativos. Pero, ¿y si no hubiera sido ese el objetivo? ¿Si se tratara, con la coartada de la salud, de moralizar, construir chivos expiatorios que faciliten procesos de control social, etc.? En este caso, me temo que está siendo todo un éxito, del que México es una encarnación dantesca.