POULIN , C. Y OTROS
Adolescent passengers of drunk drivers: a multi
level exploration into the inequities of risk and
safety. Addiction, vol. 102, n.º 1, págs. 51-61, 2007.

Los accidentes de tráfico constituyen la primera
causa de mortalidad entre los jóvenes de 15
a 29 años en España. El consumo excesivo de
alcohol está íntimamente relacionado con ese
tipo de accidentes, pues en 2004 más del 40%
de los jóvenes de entre 21 y 30 años fallecidos
en esas circunstancias presentaban altas tasas
de alcoholemia. Las alarmantes cifras de consumo
de alcohol entre los más jóvenes y la baja
percepción del peligro que tal hábito provoca
completan un panorama preocupante para las
políticas de salud pública. De ahí el interés de
este artículo canadiense, que indaga en los
factores de riesgo que afrontan los y las adolescentes
que viajan en vehículos conducidos por
personas bebidas.

La investigación se desarrolló en la región
atlántica de Canadá, país donde el carné de
conducir implica algunas limitaciones para
los conductores noveles, en cuanto a tasa de
alcoholemia permitida (0 g/l durante los dos
primeros años), obligación de ir acompañado
de un conductor experimentado y restricción
en el número de pasajeros. Las fuentes estadísticas
utilizadas fueron una encuesta escolar
sobre drogas a escala regional y el censo de
2001. El riesgo de viajar en un vehículo que
es conducido por una persona que ha bebido
fue relacionado con una larga serie de variables,
que se pueden agrupar en tres conjuntos:
demográficas (género, curso académico,
provincia de residencia, medio rural/urbano
de residencia, nivel educativo de la madre y
estructura familiar), de consumo de drogas
(curso académico en el que se probó el alcohol
por primera vez; y consumo de alcohol, cannabis
y tabaco) y otras relativas a la conducción
(tipo de licencia del conductor, conducción
bajo los efectos del alcohol y conducción bajo
los efectos del cannabis).

De acuerdo con los datos de esta investigación,
en 2001 el 23,3% de los adolescentes
encuestados reconoció haber acompañado a
un conductor bebido en los doce meses anteriores,
y la mitad de esa cifra, declaró haberlo
hecho en más de una ocasión. Además, los
análisis mostraron que todas las variables
demográficas seleccionadas estaban asociadas,
en mayor o menor medida, con la conducta
estudiada y que todas, salvo el curso
académico, debían considerarse como factores
de riesgo. En opinión de los autores, el consumo
de alcohol y cannabis son también factores
de riesgo. Respecto al hecho de disponer o no
de permiso de conducir, los resultados indican
que el carné es un factor que protege del
riesgo de viajar con un conductor alcoholizado,
y que una elevada tasa de carnés entre la
población adolescente tiene escasa relevancia
como factor preventivo. Para explicar este
hecho, se proponen dos hipótesis: que los
conductores novatos respetan la tasa cero de
consumo de alcohol, o bien que, una vez que
los adolescentes obtienen su carné, dejan de
viajar como pasajeros.

La parte más interesante del artículo es la
que se refiere a su aplicabilidad a las políticas
de prevención. En efecto, los resultados del
presente estudio ponen en ponen en tela de
juicio una investigación comparativa realizada
en Canadá sobre programas escolares dirigidos
a reducir la posibilidad de que los adolescentes
se suban a un vehículo conducido por alguien
que ha bebido. En opinión de de los autores
del presente estudio, esa investigación enfatizaba
variables que los individuos pueden
controlar. Por el contrario, las conclusiones
de Poulin et al. apuntan en una dirección
completamente diferente. Así, señalan que
existen importantes riesgos que escapan al
control del adolescente, ya sean a escala individual
(residencia en el medio rural, bajo nivel
socioeconómico), o a escala comunitaria (alta
prevalencia de adolescentes que conducen
bajo la influencia del alcohol, baja tasa de adolescentes
con permisos de conducir y peores
resultados académicos). Esto significaría que
no todos los adolescentes tienen las mismas
posibilidades de acceder a un trasporte seguro
(por ejemplo, los que viven en el medio
rural, donde apenas hay transporte público
nocturno, tendrían más riesgo de terminar
en un vehículo conducido por alguien que ha
bebido). Este hallazgo les permite afirmar
que las políticas de prevención de este tipo de
conductas de riesgo deben ir dirigidas a toda
la población adolescente, independientemente
de que consuman o no alcohol u otras drogas.
En suma, los autores de este trabajo sostienen
que ir de pasajero de un conductor bebido es
una conducta compleja, y defienden que los
programas de prevención que quieran disuadir
de ello a los adolescentes deben tener en
cuenta las características individuales y del
entorno de estas personas.