Entre los efectos colaterales de la fallida “guerra contra las drogas” están los vejámenes a los que son sometidos los usuarios de sustancias psicoactivas, denominadas oficialmente como drogas ilícitas o prohibidas y, por lo tanto, quienes las usan son discriminados como asociales; estigmatizados desde la moralidad aceptada, y, en el peor de los casos, criminalizados por contravenir códigos policiales.
Todo lo ilícito termina incidiendo de mala manera en la conciencia colectiva, asumiéndose como lo culturalmente inaceptado y todas las instancias proceden consecuentes con tal ética. Así, los consumidores de drogas ilícitas son, para sus familias, para el vecindario, para los centros educativos, personas “problemáticas”; para los profesionales de la salud, enfermos mentales; para la policía, potenciales delincuentes, y para los religiosos, posesos del demonio.
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