Son las nueve y media de la mañana y aún se ve el rocío en los alrededores de Rentschler Field (Coneccticut). Aaron tiene una hamburguesa en la mano derecha. En la izquierda, una cerveza bien fría que prácticamente no deja de llevarse a los labios, como si tuviera prisa en terminarla. Ha empezado a beber tarde. Solo quedan dos horas y media para el partido. «Vamos con una hora de retraso», recalca este residente de Hartford, quien cree que tendría que haber llegado al campo mucho antes para aprovechar bien el «tailgating». O lo que es lo mismo, la mezcla de barbacoa y macrobotellón que se celebra en las inmediaciones de los estadios de béisbol y de fútbol americano en las horas previas a un partido.

Para hacer «tailgating», miles de fans, con entrada para el partido o sin ella, aparcan sus vehículos pegando el morro al coche de enfrente y dejando espacio por la parte trasera para que la gente campe a sus anchas e instalen sus planchas, neveras a rebosar de carne y cervezas, televisores, juegos, sillas y mesas e incluso marquesinas. Eso si no eres de los que acude en autocaravana. «Es casi como ir de acampada, pero por un periodo de tiempo más breve», apunta Maja, una joven de origen serbio que vive en Coneccticut desde hace dos años.

«Se le llama “tailgating” porque los coches aparcan muy pegados los unos a los otros», explica Maja, a lo que Aaron corrige: «En realidad es porque bebemos y cocinamos en la puerta del maletero». La confusión es lógica. En inglés, la palabra «tailgate» se usa para denominar a la puerta del maletero y por extensión a conducir pegado al maletero del coche de delante sin respetar la distancia de seguridad.

El «tailgating» no sería posible sin la ayuda de los estadios o de los vecinos. La razón por la que los estadios habilitan miles de metros cuadrados para que la gente festeje es que, además de unir a la afición, es una sustanciosa fuente de ingresos. En el caso de Rentschler Field, cada coche abona 15 dólares para acceder al parking en el que caben cerca de 11.000 vehículos. En otros casos donde el estadio carece de un parking propio, son los jardines de las casas vecinas las que se utilizan para reunirse. «En Michigan, donde fui a la universidad, puedes alquilar un jardín o una plaza de garaje cerca del estadio por unos 75 dólares», afirma Aaron. Y es que el «tailgating» es un negocio millonario que convierte en merchandising del equipo local cualquier objeto que pueda ser de utilidad durante la fiesta, desde utensilios de cocina a calefactores y mantas.

«¡Oh, no! ¡La Policía!», grita un joven. Por el tono, parece que acaba de ser pillado in fraganti quebrantando la ley y alerta a sus amigos. Pero ni él ni quienes lo rodean tratan de huir o de esconder los cientos de cervezas que probarían el delito. «Esta es la única ocasión en la que la Policía permite beber alcohol al aire libre», aclara Val, quien trabaja en el mundo de la moda.

En la mayoría de las jurisdicciones de Estados Unidos el hecho de consumir alcohol o portar una bebida alcohólica en la calle es un delito. En Connecticut, uno de los estados con las leyes más severas, las sentencias pueden llegar a los 3 meses y las multas rondan los 500 dólares. Aún así, las fiestas de «tailgating» son una de las pocas ocasiones en las que la Policía mira para otro lado. Y lo hacen literalmente, ya que el recinto está plagado de policías estatales que intentan que las decenas de miles de fans, a pesar de la embriaguez, no perturben el orden público.