Bingos, loterías, maquinitas, caballos.

La oferta para participar en actividades de azar es variada, mas no es igual para paliar sus efectos.

Con base en los estudios efectuados en algunos países, que reportan que 1% de la población adulta mantiene una relación no sana con el juego, el psiquiatra César Sánchez Bello calcula que en Venezuela hay alrededor de 400 mil jugadoras y jugadores patológicos. Pero eso no es todo: por cada uno de estos sujetos hay otros 10 de su entorno inmediato absolutamente afectados.

Hay personas que todavía creen que se trata de un vicio, de una mala maña. Pero en realidad es una enfermedad crónica, que aumenta en silencio, que sólo muestra síntomas si se halla en períodos avanzados, y que está sembrada de recaídas:
los individuos dedican más tiempo a la actividad, acumulan deudas, dejan de trabajar, cometen delitos para conseguir dinero, los acosa un deseo intenso e imperioso de jugar. «Se sienten culpables, tienen rabia, miedo, angustia», enumera Sánchez Bello, quien dirige la Unidad de Atención Integral del Juego y de la Ciberadicción, que funciona desde el pasado lunes en Nueva Esparta.

El trastorno puede estar acompañado con abuso de sustancias, bebidas alcohólicas, depresión, intentos de suicidio o suicidio consumado, al igual que de males como úlcera gástrica e hipertensión arterial. Como cualquier consumidor de cocaína o de marihuana, el jugador compulsivo padece de síndrome de abstinencia.

Cabe recordar que, de acuerdo con el psiquiatra Luis Alfonzo, ex director del programa de Salud Mental del Ministerio de Salud y Desarrollo Social, «existe una gran asociación entre conductas suicidas y patología psiquiátrica; predomina la depresión y los trastornos por abuso de sustancias, en especial, el alcohol».

Las mujeres primero

En esta adicción inciden factores genéticos, individuales, socioculturales, económicos. Si los padres tienen problemas, posiblemente los hijos también los tendrán, advierte Sánchez bello. «Este es un problema emergente de salud pública, y queremos llamar la atención sobre él».

El fácil acceso empeora la situación.

«En la mayoría de las naciones, esto se reglamenta muy bien, se acompaña con programas de prevención y de juego responsable; si no se regula, será mayor el costo social, que los beneficios», refiere.

«Pero en Venezuela nos encontramos con que hay una sustitución perversa de la cultura del trabajo por la cultura del azar, y el país se ha convertido en un garito: hasta el Estado es propietario de loterías».

Anteriormente, la proporción de hombres era mayor que la de mujeres: tres hombres por cada mujer, salvo en el bingo y las máquinas tragamonedas. Pero, asegura el psiquiatra, «esa relación ha ido cambiando, se ha emparejado la proporción entre mujeres y hombres, porque ellas poseen sus propios recursos».

Individuos de cualquier edad pueden verse apresados por esta compulsión, pero hay dos momentos de la vida en los que la vulnerabilidad es mayor: las y los adultos mayores (mayor tiempo libre, posible sensación de vacío y soledad), y la población infantil y juvenil.