Aún no han cumplido 14 años y ya están siendo tratados por una adicción. El teléfono móvil es la droga a la que se han enganchado estos dos niños, de 12 y 13 años, que sufren un trastorno de conducta por un uso desmesurado de este aparato. Los dos menores siguen un tratamiento para curar esa adicción en el Centro de Salud Mental Infantil y Juvenil de Lleida (Csmij).

«Es la primera vez que aplicamos un tratamiento específico para curar una dependencia a un teléfono móvil», revela Maite Utgés, directora del centro. Cuando los padres de ambos niños acudieron al centro para pedir ayuda hubo pocas dudas a la hora de identificar el origen de los males de esos niños. «Los dos presentaban un trastorno de conducta y en ambos casos la situación degeneró en fracaso escolar», añade Utgés. La adicción al teléfono móvil les había abocado a esta situación.

¿Cómo se ha llegado a esta conclusión? La directora de este centro de referencia en Lleida de psiquiatría infantil indica que la adicción de esos niños por el teléfono móvil quedó evidente cuando se comprobó que si se les quitaba ese aparato «ambos tenían serios problemas para llevar una vida normalizada». Su dependencia al teléfono había llegado a tal extremo que sin él, estos menores eran incapaces de realizar las tareas que se exige a unos niños de su edad.

La primera medida, tal y como se hace con el resto de adicciones, fue evitar que esos niños tuviesen acceso a la «droga» a la que se habían enganchado. Ambos no tocan un teléfono móvil desde que iniciaron, hace unos meses, el tratamiento. Y eso ha cambiado sus vidas, ya que esos niños estaban pendientes de ese aparato una media de cinco o seis horas diarias. «Eso es mucho tiempo», alerta Maite Utgés. El móvil lo usaban tanto para hablar, enviar mensajes como para distraerse con los juegos disponibles en los teléfonos.

«Cuando se llega a un extremo de dependencia tan fuerte no resulta nada fácil, para esos menores, dejar de usar de golpe el móvil», añade. Los dos niños hacía alrededor de año y medio que disponían de teléfono para uso propio y sin ningún control por parte de sus padres. En uno de los casos –el aparato funcionaba con tarjeta– el niño se las había ingeniado, a espaldas de sus padres, para buscar dinero con el que recargar el teléfono. «Lo hacía con propinas que le daba su abuela u otros familiares sin explicar el destino que daba a ese dinero», indica Utgés.

Lo más difícil es ahora conseguir que esos niños admitan su adicción al móvil. «Por el momento ninguno de estos dos pacientes reconoce esa dependencia, por lo que hay que ir avanzando poco a poco en el tratamiento, con el que se busca un cambio conductual», añade la directora del centro de Lleida. Si las cosas van bien, esos dos niños necesitarán como mínimo un año de tratamiento, calcula Maite Utgés, para superar la adicción. Un estudio de la Oficina del Defensor del Menor de Madrid realizado hace poco más de un año ya detectó, al investigar el uso que hacían los menores del teléfono móvil, que cerca de un treinta por ciento de los jóvenes de entre 11 y 17 años elegidos para este estudio se sentían «sumamente agobiados» cuando se les retiraba el aparato.