Al aire de la actual campaña militar en Afganistán contra el terrorismo de Al Qaeda y sus hermanos políticos del talibanismo, y también del cambio de enfoque por parte de Estados Unidos, al incluir en el enunciado estratégico del desafío consideraciones que antes no se hacían, especialmente en lo que concierne a la dimensión económica y social del conflicto, se pone atención nueva en la producción afgana de opio –estimada como equivalente al 90 por ciento de la que se obtiene en el mundo–, tanto por su repercusión en las capacidades económicas del islamismo radical como por su impacto en los mercados de Occidente, a los que llega a través de los circuitos que manejan los cárteles de la heroína.

De ahí que agencias especializadas de la ONU, como la ONUDD (Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito) hayan reflejado, con la consiguiente satisfacción, los progresos habidos y los que se pueden alcanzar en Afganistán por la vía de cultivos agrícolas de sustitución, como el de los propios cereales.

Pues ocurre que si la agricultura “normal” remunera mejor en términos reales a los campesinos, trae también como efecto que éstos dejen de estar dominados por la presión conjunta de los islamistas radicales que están haciendo la guerra y de los narcotraficantes, que mantienen una asociación simbiótica con la organización de los combatientes.

Relación triangular
En esa relación triangular de narcotraficantes, combatientes y campesinos son éstos los que, como no podía ser de otra manera, llevan la peor parte. Constituyen el eslabón débil de la cadena, pero pudieran convertirse a la postre, de tener éxito los programas de promoción agrícola, en el instrumento socialmente más poderoso frente a la subversión islamista y contra la narcoestructura de la heroína.

La parte más candente del problema de la heroína en Oriente, y de la cocaína en Occidente, es la localizada en la referida relación simbiótica existente entre organizaciones ideológicas sobre las armas y las narcoestructuras de la droga, que obtienen su materia prima de los espacios en conflicto, donde domeñan y someten a los campesinos de dos maneras: por la obvia presión de las armas y mediante locales sistemas de monopolio de demanda, que les imponen a los productores precios que no rebasan los simbólicos estipendios que recibían los esclavos y siervos para su sustento.

Sin ese tipo de relación en escenarios de esa naturaleza, en Afganistán o en las selvas de Colombia y en sus entornos de América del Sur, ni estarían tan enraizados los talibanes y sus adeptos en pie de guerra ni, tampoco las Farc en el ámbito suramericano, llevarían más de medio siglo nutriendo, a través de los países fronterizos y muy especialmente Venezuela, a los cárteles de la droga que la distribuyen, principalmente, por América del Norte y por Europa.

Paralelismo
De todos es sabido, por la información que de continuo se da por las agencias, del poder y de la capacidad de reto que tiene en México –principal puente de paso hacia el norte– el narcotráfico, por no hablar de la fabulosa gravitación de los recursos de este narcotráfico en la economía de esa nación, aparte el nexo existente entre los traficantes con la cocaína y los traficantes con revoluciones mexicanas de formato izquierdista y ropajes “progresistas”.

Existe por tanto un paralelismo claro, en el que no se repara lo suficiente, entre el narcoterrorismo colombiano de las Farc y la narcoestructura que financia la guerra del islamismo radical en Afganistán. Y junto a ese paralelismo, una correlación entre la producción de la droga, la violencia armada de las guerrillas, el retraso económico y las condiciones de implosión social en que subsisten las masas campesinas, proclamadas por las Farc víctimas de la oligarquía, del capitalismo y del imperialismo norteamericano. Esa revolución, desde Kabul a Bogotá si es, incuestionablemente, el opio de los pueblos …

Se contempla eso y se entiende, en lo que toca a la cocaína, el alboroto que han montado los padrinos de las Farc, Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y Compañía por las bases conjuntas de Colombia y Estados Unidos. Algunos por América ya hablan de la Narcofederación Bolivariana.