Dicen los bioquímicos que la felicidad no es más que un equilibrio de hormonas y neurotransmisores. Y que la desesperada búsqueda de la felicidad, el bienestar, la euforia o la supresión del dolor nos lleva a consumir drogas que reemplacen nuestras carencias.

El Informe Mundial de las Drogas 2006 de la Oficina de Naciones Unidas revela que en el mundo hay, actualmente, unos 200 millones de consumidores de drogas; 162 millones de cannabis; unos 35 millones de anfetaminas; unos 16 millones de heroína y unos 13 millones de cocaína.

Nos olvidamos de que ser humano produce sus propias drogas, llamadas endógenas que actúan como estimulantes, antidepresivas, analgésicas, tranquilizantes, somníferas y hasta afrodisíacas.

Hagamos que nuestro sistema límbico y nuestro rinencéfalo generen dopamina y disfrutaremos de estados de ánimo creativos y emotivos; hagamos que nuestras cápsulas suprarrenales segreguen noradrenalina y cambiará nuestra afectividad, nuestra fantasía; activemos nuestra acetilcolina, gonadotropina, melatonina, endovalium y tiroxina y despertará nuestra memoria, nuestra capacidad de razonar, nos sentiremos más jóvenes, desaparecerán nuestros dolores; consigamos que nuestra glándula pineal, nuestro cerebro, nuestra hipófisis, nuestro timo aumenten su dosis de feromonas serotonina, endorfina, catecolamina y olvidaremos nuestra melancolía y seremos irresistibles al sexo opuesto.

Deberíamos dedicarnos a movilizar nuestras drogas endógenas en lugar de caer en el infierno de la falsa felicidad. Sobre todo sabiendo que el precio pagado a un cultivador de hoja de coca es de 90 dólares por kilo; que el de venta al por mayor es de unos 3.000 dólares; que cuando llega a los traficantes, ese mismo kilo cuesta 80.000 dólares y que una vez ‘cortada’ por los camellos, los drogadictos pagan por la cocaína en la calle 290.000 dólares.