De pie en la escalinata del juzgado de Brooklyn, bajo la tormenta y la nieve, el fiscal estadounidense Richard Donoghue celebró la condena de Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán como una victoria en el conflicto más largo que vive Estados Unidos.

«Algunos dicen que la guerra contra el narcotráfico no vale la pena. Están equivocados», afirmó. Pero esa guerra, que ya lleva casi medio siglo, no da señales de acabar, como tampoco el narcotráfico.

Durante el juicio de once semanas contra Guzmán, los fiscales presentaron a la Federación de Sinaloa como una organización vertical con una cadena de mando clara, liderada por un jefe todopoderoso: El Chapo. Sin embargo, Guzmán lleva tres años arrestado y desde entonces ha ocurrido lo siguiente:

  • El apetito de Estados Unidos y Europa por la cocaína parece insaciable. Los precios de la cocaína en Reino Unido son los más altos desde 1990 y el nivel de pureza de la droga es el mayor de toda la década. El abastecimiento de metanfetaminas y otras drogas sintéticas también se ha disparado.
  • México bate récords de asesinatos. Durante los primeros nueve meses de 2018 se produjeron 25.394 homicidios, un 18% más que los 21.460 registrados en el mismo período de 2017, año que a su vez registró la cifra más alta de asesinatos desde que comenzó la recolección de datos en 1997, según el Ministerio de Interior de ese país.
Mueren cinco personas, uno de ellos marino, en un choque armado en México

En su último informe de Gobierno, el presidente Enrique Peña Nieto echó la culpa del aumento de asesinatos a las fuerzas de seguridad por no lograr combatir a las pequeñas pandillas criminales que emergieron después de que Guzmán y otros importantes líderes de cárteles fueron capturados.

Pero incluso antes del juicio contra El Chapo, siempre se sospechó que los sucesivos gobiernos mexicanos habían colaborado con el Cártel de Sinaloa contra rivales menos fáciles de controlar, para lograr la ‘Pax Mafiosa’.

En la práctica, Sinaloa sigue siendo una organización fuerte que continúa transportando drogas al norte mientras la lucha por los mercados locales en México ha disparado el número de muertos.

En los sitios en los que el cártel está debilitado o desmembrado por la guerra interna, grupos rivales redoblan la violencia y otros cárteles emergen para llenar el vacío. El cártel de Jalisco Nueva Generación, que en un momento fue considerado un grupo de novatos intentando hacerse sitio, ahora es un jugador importante. Los Zetas ya no son tan fuertes como antes, pero nunca perdieron el noreste y la costa occidental, ni tampoco el cruce fronterizo de mayor flujo comercial, el de Nuevo Laredo hacia Laredo, Texas.

Mientras tanto, la sociedad mexicana se ha embrutecido: la violencia de los narcos deja en la sombras los asesinatos por otros delitos, los feminicidios y los escandalosos niveles de violencia machista. Las drogas –cocaína, metanfetaminas y heroína– circulan con la misma impunidad oficial con Guzmán arrestado, extraditado y condenado que en cualquier otro momento. El nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, parece igual de comprometido que sus antecesores con la estrategia de lucha militar contra las drogas, que hasta ahora sólo ha contribuido al derramamiento de sangre.

La condena de Guzmán es un hito histórico, pero su legado puede compararse con otros momentos menos celebrados de la narrativa narco.

Uno de ellos fue en 2010, cuando en la cumbre de la OEA en Cartagena el presidente colombiano Juan Manual Santos pidió que se desechase el plan de batalla de la guerra contra el narcotráfico y que se iniciase de nuevo sobre la base de la «corresponsabilidad» entre las naciones «productoras» desgarradas por la violencia del narcotráfico y los países «consumidores» donde no sólo se consumen las drogas, sino que se «lava» el dinero.

La respuesta del presidente Barak Obama fue una inusual admisión de que «realmente tenemos una situación que involucra a las dos partes», pero la guerra contra el narcotráfico se endureció, aumentando la cantidad de muertos y pérdidas.

390 millones de dólares por descarga

Después están los otros números: el dinero. El testimonio más revelador del juicio fue el de Jesús Zambada García, contable del cártel de Sinaloa. Él explicó que un envío exitoso a Nueva York podía dejar casi 390 millones de dólares en beneficios, que se repartían entre cinco inversores, incluido su hermano Ismael Zambada García El Mayo, que fue cofundador de la Federación junto a Guzmán.

Cuando le preguntaron cuántos envíos podían realizar cada año a Estados Unidos, Zambada respondió: «Cientos». No hay evidencias de que esto ya no sea así. Sólo se sabe que hay plazas libres en la mesa de oportunidades de inversión.

Un detallado informe sobre la micro y la macro economía de la cocaína, publicado en 2012 por dos académicos de la Universidad de los Andes en Bogotá, concluyó que el 2,6% del valor en la calle de la cocaína de Colombia se queda en ese país, mientras que el 96,4% se lo llevan las redes de distribución y los bancos de los países «consumidores».

«La sociedad colombiana prácticamente no se beneficia económicamente del narcotráfico», señala uno de los autores del informe, Alejandro Gavíria, «mientras que las redes de distribución criminales de los países consumidores hacen mucho dinero, que luego es reciclado por bancos que operan sin las restricciones que sufre el sistema bancario colombiano».

En el juicio contra Guzmán, escuchamos hablar de envíos desde Colombia hacia Estados Unidos, pasando por México y, según la información que llegó al juzgado, el dinero siempre «volvía a México»: aviones y bolsos Samsonite llenos de dinero en efectivo viajando de aquí para allá.

Pero sabemos que el dinero no se queda en México. Cruzando el Río Este desde el juzgado de Brooklyn están las oficinas centrales en Estados Unidos del banco HSBC, a través del cual se lavaron cientos de millones de euros del narcotráfico para ser distribuidos en la economía «legal». El banco Wachovia hizo lo mismo con montos aún mayores, según admitieron ante el Juzgado de Distrito del Sur de Florida. En ambos casos, el castigo fue solo una advertencia.

Una denuncia contra Guzmán presentada en El Paso en 2012 lo acusa de dirigir «un enorme aparato de lavado de dinero». Otra denuncia presentada en Florida en 2014 –después del acuerdo judicial alcanzado por el banco Wachovia– detalla 92 transferencia de dinero realizadas por personas relacionadas con Guzmán entre 2003 y 2007, cada una por decenas y cientos de miles de dólares, a través de una oficina del Bank of America en la ciudad de Oklahoma. Ninguna de estas denuncias ha llegado a juicio.

Los abogados defensores de Guzmán también adoptaron la visión de un cártel dirigido por un solo hombre, solo que argumentaban que el jefe era El Mayo, el hombre que cofundó la Federación junto a El Chapo y más tarde lo vendió a la autoridades.

El juicio contra Guzmán marca el fin de una de las persecuciones más grandes del mundo. Su condena plantea la pregunta: ¿Y ahora quién será el siguiente?

El Mayo ha mantenido un perfil mucho más bajo que el de El Chapo, que fue arrestado tras otorgarle una entrevista al actor de Hollywood Sean Penn, aunque en 2010, Zambada dio una inusual entrevista a la revista mexicana Proceso.

«Quizás algún día me entrego, para que me fusilen y estalle la euforia», dijo el jefe narco. «Pero al final todos sabemos que nada habrá cambiado».

Traducido por Lucía Balducci

Nota: artículo original publicado en eldiario.es