El opio, la sustancia natural de la que se obtiene la heroína, es el producto nacional de Afganistán, que suministra el 90 por ciento de esta droga que se consume en el mundo.Según el último informe elaborado por la Oficina de Drogas y Delincuencia de la ONU, la producción de opio alcanzó el año pasado las 7.700 toneladas al cultivarse 157.000 hectáreas de adormidera, la planta que genera dicha sustancia. Aunque estas cifras suponen una reducción con respecto a 2007, el opio sigue siendo un próspero negocio y el principal motor de la economía nacional al mover cada año 2.630 millones de euros.

Esa es la cantidad que, al precio que se cotiza en los países fronterizos, reportaron el opio y la heroína a los traficantes de droga afganos, mientras que los campesinos que cultivan las plantaciones de adormideras obtuvieron casi 565 millones de euros. Además, los impuestos por tales cosechas (el tradicional “ushr”) ascienden a entre 38 y 54 millones de euros, que luego se inflan a entre 154 y 309 millones durante el proceso de producción y transporte.

Esas tasas son cobradas tanto en la parte del país que controla el Gobierno del presidente Hamid Karzai como en las zonas que ya ha recuperado la insurgencia talibán, que se ha hecho fuerte en la mitad sureste de Afganistán. Además, el 98 por ciento de los cultivos de opio se concentra en tales regiones, por lo que el tráfico de drogas ya se ha convertido en la primera fuente de financiación de la guerrilla talibán.

En este sentido, la ONU calcula que los siniestros “Estudiantes del Corán” podrían obtener hasta 78 milllones de euros gracias a la droga, pero dicha cantidad será forzosamente mucho mayor debido al rápido avance de la ofensiva talibán, que cada vez cuenta con más y mejores.
No en vano, al norte de Afganistán, en los bazares de armas de la frontera con Tayikistán, con un kilo de heroína se pueden comprar 30 fusiles “kalashnikov”, seis lanzagranadas o media docena de cajas con munición.

Pero no sólo los talibanes se aprovechan de este negocio para financiar su rearme, según la OTAN, entre un 40 y 60 por ciento. La corrupción rampante en el Gobierno sostenido por Estados Unidos ha convertido a Afganistán en un “narcoestado” con ramificaciones al más alto nivel político.

De hecho, recientes investigaciones periodísticas han señalado al propio hermano del presidente Karzai como uno de los mayores traficantes de droga del país. A pesar de las sospechas, todas estas acusaciones han sido rechazadas y calificadas de “vendettas políticas” por Ahmed Wali Karzai, que es gobernador de Kandahar, una de las provincias sureñas donde la insurgencia talibán tiene su bastión.

Cierto o no, la heroína es el negocio que mantiene en el poder a los “señores de la guerra” que dirigen el país desde sus respectivas regiones. Y hasta han empezado a circular ya ciertas teorías que implican a la CIA y al Ejército estadounidense en el tráfico de drogas, como ocurrió en el Triángulo de Oro durante la Guerra de Vietnam en los años 70.

Desde la caída del régimen talibán en diciembre de 2001, la producción de opio se ha multiplicado por 33, ya que los integristas islámicos llevaron el tradicional cultivo de adormideras a sus niveles más bajos.

Aunque la ONU intenta incentivar el cambio de tales plantaciones por otros productos agrícolas, los paupérrimos campesinos afganos se aferran al único cultivo que puede reportarles algunas ganancias, debido a la enorme demanda de los clanes de la droga. Además, éstos se sienten a salvo de las fuerzas multinacionales destinadas en Afganistán, ya que países como España, Alemania, Italia y Polonia se muestran reacios a que sus soldados intervengan en operaciones no militares, sino policiales, contra el narcotráfico. Todo ello a pesar de que la heroína está espoleando la ofensiva talibán y trayendo de nuevo la guerra al siempre convulso Afganistán.