En Navarra, entre 450 y 600 heroinómanos, con una media de 31 años de edad, murieron en el decenio de 1990 a 2000. Las principales causas de su fallecimiento fueron el sida y las sobredosis. Así lo ha concluido Mikel Urtiaga Domínguez en su tesis defendida recientemente en la Universidad Pública de Navarra. El trabajo doctoral, titulado Aproximación a la prevalencia y mortalidad de una cohorte de usuarios de opiáceos. Navarra 1990-2000, ha sido dirigido por el profesor del Departamento de Ciencias de la Salud Francisco Guillén Grima y ha obtenido la calificación de sobresaliente cum laude.

Mikel Urtiaga Domínguez (Pamplona, 1959) es licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Zaragoza (1983). Cuenta, asimismo, con una Maestría en Salud Pública por la Escuela de Salud Pública de México (1986) y un Máster Internacional de Atención Sanitaria al Medio Ambiente por la Universidad Pública de Navarra y la Fundación Miguel Servet (1991). Es, además, Oficial Sanitario por la Escuela Nacional de Sanidad de Madrid (1989) y en 2003, obtuvo el título de Especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública.

Desde 1997 ha trabajado como técnico superior en Salud Pública en el Instituto de Salud Pública de Navarra: en la Sección de Enfermedades Infecciosas y Control de Brotes (hasta 2003), y en la sección de Intervenciones Poblacionales y Promoción de la Salud (desde 2004).

Es coautor de siete artículos publicados en revistas científicas nacionales, un capítulo de libro, una treintena de artículos en otras publicaciones científicas y ha participado en la elaboración de una veintena de ponencias a congresos nacionales e internacionales. Asimismo, ha impartido más de treinta cursos sobre salud pública en distintas instituciones y organizaciones. En 1992, su trabajo Aproximación a la prevalencia de usuarios de heroína en Navarra en 1990 mereció una mención especial en el apartado de investigación del Premio «Reina Sofía».

1.231 heroinómanos en 1990

El consumo de heroína comenzó a aumentar a principios de la década de los ochenta y, pronto, «se convirtió en uno de los principales problemas de salud pública de este país, además de tener otros efectos devastadores en el tejido social», explica Mikel Urtiaga. En 1990, para conocer las dimensiones de la epidemia en Navarra, este médico pamplonés realizó un estudio «con el objetivo de cuantificar el número de usuarios de opiáceos residentes en Navarra, a través de los contactos con instituciones o servicios asistenciales, sociales y penales, que los identificasen como tales«.

En total, se localizaron 1.231 usuarios, lo que supone que 2,4 de cada 1.000 habitantes o que 1 de cada 417 residentes en Navarra, era consumidor de opiáceos en aquel momento. La edad media de los usuarios era de 26 años. Por sexos, la prevalencia era tres veces superior en varones que en mujeres y, por zonas, el número de consumidores en áreas urbanas era 3,42 veces mayor que en las rurales.

Según señala el autor, aunque tanto en el estudio de 1990 como en la tesis doctoral se utiliza la denominación «usuarios de opiáceos», básicamente se trata de heroinómanos. «Aunque la mayoría eran politoxicómanos, en aquel momento la droga fundamental de uso prácticamente diario, en su adicción, era la heroína. Además, los heroinómanos hacían uso de drogas por vía parenteral (UDVP), es decir, mediante inyección», señala Mikel Urtiaga.

Tres de cada diez fallecen

A partir de este estudio realizado en 1990, Mikel Urtiaga realizó un seguimiento vital de los usuarios de opiáceos identificados, durante el periodo de 1990 a 2000, con el objetivo de cuantificar la mortalidad de este colectivo, así como sus causas. Sin embargo, en este tiempo, «de los 1.231 usuarios de opiáceos, no se pudo obtener datos de 105 de ellos, por lo que el seguimiento se realizó a los 1.126 restantes».

La investigación del estado vital se basó en el Registro de Mortalidad del Instituto de Salud Pública, «donde se asigna y codifica la causa básica de muerte de los boletines de defunción correspondientes a nuestra comunidad«, indica Mikel Urtiaga.

El estudio concluye que en este periodo fallecieron un total de 327 usuarios, el 29% del total, es decir, «3 de cada 10 consumidores de opiáceos, que tenían una edad media en el momento del fallecimiento de 31 años«. En cuanto a las principales causas de las muertes, en la tesis se señala el sida, con 177 fallecimientos, y las sobredosis, con 76 muertes. Además, cabe destacar que el riesgo de fallecer dependiendo del sexo era de «1,35 a favor de los varones», es decir, «los varones fallecieron un 35% más que las mujeres«.

Sin embargo, para estimar el verdadero volumen de la epidemia de uso de heroína en Navarra, se tuvo en cuenta que, para el mismo periodo de estudio, el número de usuarios de opiáceos de la cohorte estudiada en la tesis representaban entre el 54,7% y el 72,3% del total de inscritos en los registros de base poblacional, bien fueran de infección (VIH), enfermedad (sida) o muerte (Registro de Mortalidad y Registro de Reacciones Agudas Adversas a Drogas (RAAD)). Por lo tanto, «asumiendo estas proporciones, la estimación más cercana al número real de usuarios de opiáceos en nuestra comunidad desde 1990 a 2000 se situaría entre 1.552 y 2.058, y el número de fallecimientos entre 453 y 598«, concluye el autor de la tesis.

La epidemia de SIDA

Estas cifras suponen, en palabras de Mikel Urtiaga, que «en 11 años han podido fallecer hasta 600 personas de una media de edad de 31 años, en una comunidad de medio millón de habitantes». Sin embargo, añade, «el verdadero drama de la epidemia de heroína en Navarra en particular, es que el consumo de esta droga coincidió con la aparición del Sida, sin que el país contara aún con una red apropiada para afrontar el problema de la adicción a los opiáceos«.

Así, el estudio pone de manifiesto que de los usuarios de opiáceos que fueron objeto de seguimiento, el 52,5% (591) era VIH positivo, con un riesgo relativo de fallecer 3,2 veces superior a los no infectados por el virus. Como se sabe, el estar infectado por VIH no implica tener sida, pero en la tesis se constata que «de los usuarios registrados en 1990, 280 desarrollaron la enfermedad, teniendo éstos un riesgo de fallecer 6,45 veces superior a los que no lo hicieron, tanto VIH positivos como negativos«. Asimismo, el estudio constata que los usuarios de opiáceos seropositivos que no habían desarrollado sida tenían una tasa de mortalidad similar a la de los no infectados, «16,63 y 15,40 muertes por 1.000 años persona, respectivamente«.

En este sentido, cabe destacar, que en la tesis se señala que «hasta 1997 la media anual de muertes en la cohorte era de 38 al año, pero con la introducción de los tratamientos antiretrovirales de alta eficacia (denominados HAART, por sus siglas en inglés), esta cifra se reduce en más de la mitad, unos 15 al año«.

Según explica Mikel Urtiaga, ha habido países de nuestro entorno, como Holanda, Suiza y Reino Unido, entre otros, que, desde el inicio de la epidemia, optaron por políticas pragmáticas dirigidas a reducir los riesgos para la salud de los usuarios de opiáceos, «programas de dispensación de metadona, mejora en la accesibilidad a jeringuillas estériles, salas de veno-punción, reparto de jeringuillas en las cárceles, etc.«, mientras que en España «se mantuvo una oferta basada en la abstinencia del uso de drogas, y en el caso de Navarra, la asistencia de estos usuarios recaía en la red pública de Salud Mental con conciertos con comunidades terapéuticas de iniciativa privada, fundamentalmente«.

Por ejemplo, en Navarra, «los programas de dispensación de metadona comienzan a finales de 1993; y en la Prisión Provincial de Pamplona comenzaron a repartirse jeringuillas en el año 1998, obligados por una sentencia judicial y 18 años después de que se tuvieran evidencias de que el sida se transmitía a través de la sangre. En cualquier caso, Navarra fue la segunda comunidad, tras el País Vasco, en la que se inició este tipo de programa«, apunta.

En opinión de Mikel Urtiaga, «visto con perspectiva, parece probable que el contexto social, sanitario y también económico, dada la crisis económica de aquellos años, retrasaron la adopción efectiva de ciertas medidas y este retraso se tradujo en muertes y sufrimientos potencialmente evitables«.

Estas políticas han tenido su reflejo en los datos sobre la incidencia acumulada de sida y sida en usuarios de drogas por vía parenteral en Europa occidental. Así, en la investigación de este médico pamplonés se señala que las tasas de incidencia acumulada de sida -número total de casos desde el inicio del registro- tanto de España como de Navarra, desde el inicio de la epidemia hasta el año 2000, «son las más altas de Europa, más del 70% superiores a las de Francia o Italia y cuatro veces mayores que las de Holanda o Reino Unido»

En concreto, en la tesis se indica que, «desde 1994, España, a pesar de ser el quinto país en población, tras Alemania, Reino Unido, Francia e Italia, ocupa el primer lugar en número absoluto de casos de sida, posición que mantiene en la actualidad«.

En cuanto a los casos de sida atribuidos a uso de drogas por vía parenteral, o mediante inyección, el estudio constata que las diferencias con el resto de Europa son aún mayores. Así, «España y Navarra presentan unas incidencias acumuladas que duplican a las de Italia, país que presenta el segundo lugar de incidencia de Europa Occidental, cinco veces superiores a las de Francia, 26 veces superiores a las notificadas por Holanda y 51 veces superiores a las del Reino Unido«.

Programas de dispensación de heroína

En el capítulo de reducción de riesgos por el uso de opiáceos, el autor de la presente tesis se refiere, además, a los programas de dispensación de heroína destinados a heroinómanos en los que han fracasado el resto de medidas y que llevan a cabo «los países de nuestro entorno que mejor han conseguido controlar los efectos letales del uso de opiáceos«.

En España, indica Mikel Urtiaga, se acaban de publicar los resultados preliminares del primer ensayo clínico de dispensación de heroína, realizado en Andalucía, de los que se desprende que «los participantes tratados con heroína mejoran su salud física cuatro veces más que los que reciben metadona, la salud mental mejora casi el doble, el riesgo de contagiarse de VIH es cuatro veces menor y la actividad delictiva disminuye a la mitad«. Estos resultados, indica, «son similares a los encontrados en los estudios realizados en Suiza y en Holanda«. También, en breve, «Cataluña comenzará otro ensayo de dispensación de heroína y morfina dirigido a usuarios de opiáceos en los que los programas de mantenimiento con metadona han fracasado«, añade.