El Informe Mundial de las Drogas 2006, que presentó la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito desata todas las alarmas respecto al consumo de drogas blandas y duras en Europa, pero en especial en España. El dato es significativo: en nuestro país, consumimos cinco veces la media europea de cocaína y, también, estamos a la cabeza en el consumo de cannabis.

Se podrían hacer reflexiones de todo tipo al respecto pero, en primer lugar, hay que hacer una constatación: ser los primeros en este baremo es para avergonzarse. Algo no está funcionando bien en nuestra sociedad. Que mucha gente, un número cada vez mayor, consuma drogas blandas o duras -distinción que creo habría que ir superando- es sintomático de una enfermedad grave en nuestro tejido social.

En primer lugar, que algunas personas no sepan recurrir a otros incentivos para realizar sus vidas nos habla de una sociedad sumida en la búsqueda de un placer inmediato, a pesar del alto coste que conlleva, en el consumo y la satisfacción fácil, en la vivencia del instante y poco más…Que España destaque en este ranking, indica cierto deterioro en nuestro país de la idea de auténtica calidad de vida.

Por otro lado, las constantes campañas de las administraciones públicas se demuestran insuficientes. Hasta en esto parece que tenemos que depender del Estado para que nos eduque pero, aún así, el fracaso es estrepitoso. Habría que preguntarse si las sucesivas leyes educativas, impuestas como auténtica ingeniería social por los sucesivos gobiernos socialistas, no han tenido mucho que ver en ello.

La argumentación podría parecer forzada. Pero a poco que se conozca el ambiente educativo en España, especialmente el resultante de la LOGSE y del renovado engendro de la LOE, se es perfectamente consciente de la degradación en la formación de los adolescentes y jóvenes de nuestro país -principales consumidores de drogas-. La ausencia de modelos de conducta que incentiven el esfuerzo, la superación, el sacrificio para lograr las metas propuestas, y la educación -de la cual muchas familias claudican, dejándola en manos de los centros educativos- lúdica, basada en la permisividad, la falta de autoridad y de límites que orienten a los educandos en una filosofía sólida de vida tiene como resultado una juventud que, en bastantes casos, no tiene más horizonte que vivir el «carpe diem» del modo más instintivo y básico.

Podría parecer un discurso moralista pero no es más que la advertencia de que algo falla en el modelo de conducta que asume buena parte de nuestros jóvenes, motivado por un entorno social que fomenta estas actitudes. El que España y EE.UU. estén a la cabeza de consumo de heroína, que en Europa suba alarmantemente el número de consumidores habituales de drogas y que nuestro país lidere el consumo de cannabis en nuestro continente nos habla de una enfermedad moral de las sociedades opulentas, pero que afecta especialmente a España.

Construir una sociedad madura, adulta, abierta y articulada -que pueda sustentar sistemas democráticos sólidos- depende en buena parte de saber educar ciudadanos responsables y bien formados. La cuestión del índice de consumo de drogas es sintomático y preocupante de cara al futuro que, entre todos, queremos construir.