Pablo es uno de los seis reclusos de la prisión de A Lama que participa en una innovadora iniciativa de Cruz Roja: convertirse por unas horas en monitores de un taller educativo sobre prevención de drogodependencias. Ayer estuvieron con los alumnos de cuarto curso del instituto Xunqueira I, y hoy acudirán al centro de Tenorio.

Las consecuencias de la adicción es algo que conoce bien Pablo. Los estupefacientes han marcado buena parte de su vida desde que comenzó a consumir a los 14 años. «Empiezas con el alcohol, que no lo tenemos como una droga y lo es como el tabaco… Empiezas así, luego uno del grupo de amigos trae una droga, como es el hachís, y el hachís te va haciendo conocer más gente que consume otro tipo de drogas. Al final, cuando te das cuenta y piensas que las controlas a ellas, son ellas las que te controlan a ti».

Fruto de ese control, Pablo perdió su empresa y terminó cometiendo una serie de delitos «y estoy pagando por ello». En parte, su condena en la cárcel de A Lama ha significado su salvación. «Una vez en prisión me di cuenta del problema que tenía». Y optó por hacerle frente, ayudado por los responsables del módulo terapéutico del propio centro penitenciario pontevedrés.

Su estancia en el penal le ha servido para arrepentirse de su pasado y concienciarse de que debía cambiar. «Ahora estoy estudiando otra vez y tratando de recuperar cosas que ya tenía que tener hechas». Curiosamente asegura que le resulta más fácil que antes el hincar los codos, tal vez porque «ahora tengo interés».

Caso atípico

No obstante, es consciente que su caso y el del resto de sus compañeros de iniciativa es atípico en el mundo carcelario. Reconoce que la mayoría de sus compañeros con dependencia a las drogas no asume que tienen un problema con ellas, «y éste es el primer paso que hay que dar. Darse cuenta del problema, aceptarlo y afrontarlo».

Pablo es consciente de que varios factores influyeron en su caída. Desde elegir mal al grupo de amigos, hasta gozar de una excesiva libertad por parte de sus padres. Y «dejar los estudios a muy temprana edad. Con 13 años ya pasaba de los estudios, iba pero…».

De este modo, tiene claro cuál es el mensaje que quiso recalcar a los estudiantes que ayer pudieron escuchar de sus labios sus experiencias: «Ellos son los que tienen que decidir. Tienen que saber decir que no. Con 16 años todo lo sabes, todo lo entiendes».

Antes de la droga, el futuro era una nebulosa envuelta en estupefacientes. Ahora es algo real, sacarse el graduado y «abrir mi propio negocio, mi propia empresa de construcción».

Durante su estancia en A Xunqueira I, los internos estuvieron acompañados por una educadora de la propia prisión. Aurora Carvajo sostuvo que «a los chavales no les falta información», si bien la experiencia de los reclusos demuestra que «es algo que a todos nos puede pasar. Empezamos jugando y después se puede convertir en algo serio». «Ellos tienen la última palabra. Son los que tienen que decidir si quieren consumir o no», precisó. La iniciativa se retomará en septiembre en más centros.