La sensación de angustia de las personas que están en una situación de pobreza afecta su salud. Se preocupan y no ven una salida, al tiempo que se sienten con el deber y la responsabilidad de cuidar a sus hijos. Lo constata el último informe de indicadores de las Entidades Catalanas de Acción Social (ECAS) que, bajo el título Las voces de la pobreza desde dentro, expone que la situación de vulnerabilidad social lleva a las personas al límite emocional y psicológico: «La relación entre salud y pobreza es evidente». «Vemos como la angustia deriva en una situación de depresión y en un empeoramiento de la salud», asegura el autor del estudio, Eloi Ribé.

El informe, con los datos del Observatorio del Sistema de Salud de Cataluña, destaca que el porcentaje de niños que consumen fármacos, ansiolíticos y psicofármacos es más elevado si sufren pobreza infantil: se trata de niños que viven en familias en que el subsidio de paro se ha agotado o sólo cobran una renta mínima de inserción. Los menores en esta situación de pobreza toman casi el doble de ansiolíticos y psicofármacos que los niños que viven en familias con ingresos estables. Entre el 4% y el 6% de los niños en situación de pobreza consumen ansiolíticos y psicofármacos, mientras que entre los menores en hogares con ingresos entre los 18.000 y los 100.000 euros el porcentaje es de entre el 2% y el 3%.

La diferencia se repite -con otros porcentajes- en adultos. En este caso, el informe apunta a la diferencia de género en el consumo de fármacos, ansiolíticos, antidepresivos y psicofármacos. La directora de la Fundación Surt, Sira Vilardell, subraya que las causas de la feminización de la pobreza «no son nuevos», sino que están «muy vinculadas a la estructura de género». «El impacto de la pobreza en el padre o en la madre es diferente», concluye Vilardell.

Nota: artículo traducido del original publicado en ara.cat