El estudio Drogas y Escuela 2006, presentado a finales del mes pasado, encendió algunas alarmas debido a la contundencia de sus conclusiones. El informe, elaborado por la Universidad de Deusto por encargo de la Dirección de Drogodependencias del Gobierno Vasco, reveló por ejemplo que hay escolares que tienen su primer contacto con la cocaína a los quince años y que un 10% de ellos considera sencillo acceder a esa sustancia estupefaciente. Además, casi la mitad de los escolares ha fumado porros y la realidad más constatable a pie de calle apunta a que un 67% toma alcohol.

Ese cúmulo de elementos de preocupación para padres y educadores tiene también una derivada en el comportamiento de los jóvenes: las consultas de adolescentes que demandan ayuda por problemas relacionados con las drogas se han triplicado en la última década.

Los responsables del Proyecto Hirusta, gestado en el seno de la Fundación Gizakia y que dedica parte de sus esfuerzos a trabajar con jóvenes con comportamientos de riesgo por el consumo de droga, destacan esta tendencia al alza del número de consultas. El hecho de realizar preguntas sobre estupefacientes no es revelador de su consumo y, por supuesto, no se trata de ningún indicativo negativo, al contrario, puesto que permite focalizar el problema del escolar. La creciente preocupación de las familias ante comportamientos de riesgo observados en los adolescentes y la concienciación de la necesidad de prevenir y apoyar antes de que el problema sea mayor han producido un considerable incremento en los servicios de asistencia por parte de organizaciones públicas y privadas.

El afán de responder a las demandas de la sociedad llevó a la Fundación Gizakia a crear nuevos programas, como Hirusta, que tiene como objeto los jóvenes entre 14 y 21 años. Un 50% de los adolescentes que requieren ayuda lo hace por problemas relacionados directamente con las drogas y otro 50%, inicialmente por otros motivos, pero, en definitiva el 78%, de los tratados guarda relación con el consumo.

En los ochenta la prioridad en los programas sobre drogas era la rehabilitación; en los noventa pasó a un primer plano la reducción de riesgos derivados del consumo. Actualmente, sin olvidar estas áreas, la prevención cobra protagonismo.

Hacer hincapié en lo preventivo parece que comienza a dar frutos. La evolución en la relación de los jóvenes con ciertos estupefacientes, ha sido positiva. En 2004 la ministra Elena Salgado analizaba los datos de una encuesta escolar referenciada a 2002 en la que se apuntaba un incremento registrado en el consumo de cannabis, la cocaína y el éxtasis entre los jóvenes, que nos colocó en los primeros puestos de la UE. La ministra decía que había que revisar «sin alarma, sin dramatismo, pero con rigor».

A la luz de los datos que ofrece el informe Drogas y Escuela 2006, la situación ha mejorado notablemente. Según este trabajo, el 91% de los jóvenes no ha probado la cocaína y el 97 % no ha consumido nunca el éxtasis. En pocos años se han visto los efectos demoledores de la cocaína, una sustancia socialmente bien vista en sus inicios. Por otro lado, el éxtasis, que tuvo su punto culminante hace unos años, es hoy en día más rechazado por los jóvenes.

Ahora queda el reto de reducir el consumo de cannabis, que se ha incrementado en los últimos años, y reconducir la relación de los adolescentes con el alcohol buscando soluciones integrales y no poniendo simplemente parches a las actuaciones que molestan al ciudadano, como el llamado botellón.