En la década de los 80, la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, sus siglas en inglés) reconoció por primera vez que el tabaco provocaba dependencia y síndrome de abstinencia. Como asegura un nuevo estudio, su inclusión en la tercera edición del «Manual de diagnóstico y estadística de los trastornos mentales» (DSM-III) estuvo marcada por las presiones de una industria que no pudo frenar a la APA pero que sí modificó el contenido publicado.

Según esta investigación, publicada en la revista «Tobacco Control», las tabaqueras intentaron influir sobre el criterio de los editores. «La industria controló cuidadosamente la creación del DSM situándose en niveles altos de sus operaciones políticas y científicas», señalan los autores de la Universidad de California (San Francisco, EEUU).

De hecho, en 1975 Horace R. Kornegay, el presidente del Instituto de Tabaco (TI) -definido como «el brazo político de las tabaqueras»- mostraba su preocupación porque el manual pudiese incluir trastornos relacionados con el consumo del producto.

Influir en la edición de libro

Un año después, él mismo daba a conocer la estrategia para «influir el proceso editorial» y nombraba a un especialista dispuesto a «luchar por la causa»: Richard Proctor, jefe de Psiquiatría de la Escuela Médica Bowman Gray.

Proctor -que ya había colaborado con la industria en otras ocasiones- se puso a trabajar de inmediato en la difusión de un mensaje «contrario a la inclusión de la dependencia al tabaco en el DSM III».

Sin especificar sus relaciones con la industria, este especialista envió distintas cartas al presidente del grupo encargado de revisar el manual, Robert L. Spitzer. En ellas se quejaba, entre otras cosas, de la utilización de unos criterios distintos para definir el abuso del tabaco.

En un principio, las respuestas de Spitzer indicaban que no daría su brazo a torcer. Sin embargo, una misiva de 1979 demuestra que ambos especialistas se enviaron borradores de la definición a incluir en el libro. Unos borradores que Proctor no dudó en reenviar, en varias ocasiones, a un miembro de la compañía R.J.Reynolds (fabricante de Camel). Estos contactos por correo, así como las declaraciones públicas o la participación en conferencias profesionales, entre otros, no lograron frenar la inclusión del trastorno en el manual.

Versiones modificadas

Sin embargo, las diferencias entre el primer «boceto» y la versión publicada parecen indicar que estas «presiones» sí sirvieron para alterar el texto empleado a la hora de definir el «desorden en el uso del tabaco».

«En el borrador inicial, [el trastorno] sólo requería el uso del tabaco. En la versión final era necesario un consumo de tabaco de un mes como mínimo, […] que el paciente lo hubiera intentado dejar, de forma seria aunque ineficaz, y que hubiera presentado síntomas de abstinencia«, explican los autores.

Los sintomatología necesaria para el diagnóstico también fue modificada: «De «signos o síntomas, normalmente de naturaleza física, que remitirían, al menos en parte, al cese del consumo» hasta la presencia de «un desorden físico serio» (por ejemplo, enfermedad cardiovascular o respiratoria)».

Transferencias de dinero

Aunque los especialistas no han encontrado datos que prueben la existencia de una alianza entre las tabaqueras y la asociación psiquiátrica, ellos mismos señalan que «tras la publicación del DSM-III, Theodore H. Blau -presidente de la APA en 1977- recibió 120.000 dólares […] en materia de «análisis y evaluación de la investigación sobre» el hábito de fumar».

«Las compañías tabaqueras, trabajando tanto de forma directa como colectiva, […] vigilaron el proceso de edición del DSM-III y planearon e implementaron una estrategia para influir sobre su contenido y el impacto posterior a su publicación», subrayan los investigadores.

«La inclusión de la dependencia a la nicotina representó un éxito para la salud pública y la psiquiatría […] Nuestro estudio muestra que el logro vino dado a pesar de las extensas, y a veces ocultas, acciones de una industria que buscó socavarlo», concluyen. La aparición en el mercado del DSM-III supuso una revolución para la psiquiatría ya que incluía 100 diagnósticos no presentes en las dos ediciones anteriores (de 1952 y 1968). Actualmente, los profesionales de la mente trabajan con la cuarta edición (DSM-IV), que vio la luz en el año 1994.