En un artículo titulado La paradójica narcoguerra de Bolivia, escrito por Ronald Fraser del DKT Liberty Project, una organización de derecho civil basada en Washington, el autor propone, entregar 11.200 dólares anuales a cada granjero boliviano por hectárea de coca que deje de plantar. La brillante idea hará que todos nos mudemos al trópico y nos dediquemos al cultivo de la sagradísima hoja, porque es el mejor negocio que alguien haya ofrecido jamás. Con apenas diez hectáreas que no cultivemos cada uno, superaremos el ingreso per cápita de los norteamericanos, los suizos y los escandinavos. Podemos amenazar al gobierno estadounidense con incrementar las cantidades que no se sembrarán y multiplicar nuestras ganancias sin hacer absolutamente nada.

Esa genialidad ya fue formulada por un senador estadounidense en la década de los 90, pero en vez de 11.200 dólares, regalaron 2.500 dólares por hectárea. El resultado final era predecible. Los agricultores tomaron el dinero y siguieron plantando.

No conocer con certeza la idiosincrasia de los pueblos, es motivo de grandes confusiones y errores. La propuesta del autor, que se especializa en política nacional de los Estados Unidos, tal vez podría ser aplicada en Norteamérica. No se lo puede culpar de desconocer la mentalidad del campesino boliviano, ni la geografía del lugar, tal vez jamás estuvo en Bolivia y nadie puede ser experto en asuntos internos de todos los países. Justamente por eso, debería analizar el tema más cuidadosamente.

Las plantaciones de coca, no son como las de soya o maíz, que se divisan desde cualquier punto. Estas se encuentran en la frondosa y remota selva amazónica, camufladas bajo la exuberante vegetación natural. Es muy difícil saber con certeza cuantas parcelas se están labrando. El único método para detectarlas supone ser la vía satelital. El terreno es de tan difícil acceso – casi no hay caminos, sólo sendas – que llegar a los cocales es una pericia. Los hortelanos colocaron trampas explosivas, llamadas cazabobos, que han descuartizado a varios incautos que se metieron donde no debían

Cuando uno se introduce en el bosque tropical, se topa con chozas de paja sin ningún servicio básico. No hay agua potable, sólo la que la que se hierve y acumula en algún recipiente. No existe energía eléctrica, se usan velas o lámparas de kerosén y el baño es cualquier matorral. Sin embargo en la época del auge de la droga, parqueado al lado de la humilde vivienda se podía ver un flamante camión, con un valor de 100.000 dólares. Esa es la coca y su efecto multiplicador de riqueza. El dinero entra en efectivo, no hay que pagar impuestos, se obtienen cuatro cosechas anuales y, es un arbusto de fácil mantenimiento que crece sin ningún abono ni cuidados especiales.

Desde que el líder de los cocaleros es presidente de Bolivia, se duplicó el número de laboratorios que fabrican cocaína, y hay vía libre para plantar la cantidad de coca que uno desee. El gobierno amplió la autorización para comercializar la hoja, de 5.900 a 46.000 vendedores minoristas, bajo la consigna ¡Que viva la coca, que mueran los yanquis!

Ofrezcan lo que ofrezcan, la coca tiene más valor que el oro o el petróleo. Una tonelada de cocaína pura a 100 dólares el gramo, significa 100 millones de dólares.

Con el extensivo uso del narcótico en Brasil – el segundo consumidor más grande después de los Estados Unidos – los traficantes no tienen que ir muy lejos, ni tomar riesgos innecesarios para transportar su mercancía. La extensa y descuidada frontera se adecua perfectamente a sus requerimientos comerciales. No es Bush quien se tiene que preocupar, sino Lula, a quien Evo llama «su hermano mayor». Pues parece, que el hermanito menor le va a hacer la vida miserable. Al ritmo de producción actual, la cocaína, pronto volverá a ser la droga de moda en las discotecas y, en las salas de emergencias de los hospitales.