Pongámonos en situación. Hace unos meses que dejó de fumar. Tras más de una década dándole al pitillo, con fuerza de voluntad y buen humor, consiguió acabar con el dichoso vicio. Usted sabe que aquella fue una decisión realmente acertada. No se arrepiente de ello ni un solo día. Pero por algún motivo que desconoce, cada vez que se toma unas cañas de aperitivo o una copa con unos amigos, el cerebro le envía unas señales un tanto sospechosas a su cuerpo. No puede apartar la mirada del cigarro de su amigo: el ya superado síndrome de abstinencia está haciendo de las suyas. Y lo hace con gran intensidad. Dicho de otro modo, con una copa en la mano, las ganas de echarse un pitillo crecen exponencialmente.

No se preocupe, usted no es el único a quien le sucede. Y esta reacción no significa que no haya superado su adicción a la nicotina. Sencillamente se debe a que existe una relación entre el consumo de alcohol y tabaco. Sergio Morchón, especialista en tabaquismo en el Hospital Universitari de Bellvitge: «Los bebedores tienen tres veces más probabilidad de ser fumadores que los que no beben. Aunque la adicción física al tabaco y al alcohol tienen diferentes modos de acción, es posible que tengan mecanismos cerebrales comunes». Morchón afirma que es difícil encontrar una explicación científica, aunque algunos estudios demuestran que el uso conjunto de ambas sustancias aumenta el placer obtenido.

Seguir leyendo >>