En el verano de 1155 antes de Cristo, Haydar salió del monasterio. Los amanuenses sufíes que inmortalizaron su leyenda lo caracterizaron taciturno, recio. Caminó al bosque casi seco por el denso sol estival, quizás con el ceño fruncido. Su curiosidad se posó en una planta que resistía al seco calor iraní. Arrancó una parte que masticó y tragó. Cuando retornó al templo, reía. Las primeras referencias escritas al hachís, la resina del cannabis, llegaron de su paseo por el bosque. Haydar pidió a sus discípulos que no soltaran el secreto. Pero los poetas no resistieron el pecado de endiosar sus cualidades.

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