«Si tiene solución, para qué preocuparse. Y si no la tiene, para qué preocuparse». Este lema tiene mucho que ver con la propuesta que un estudio acaba de hacer a las personas con sida. Aprender a enfrentarse a situaciones estresantes, reconocer los aspectos que se pueden cambiar y los que no y saber actuar correctamente ante estas circunstancias, puede ser una ayuda para cualquier persona, y en particular para aquellas con VIH.

Estos pacientes tienen que lidiar cada día con circunstancias que aumentan su ansiedad, como es el tener que estar pendiente periódicamente de resultados analíticos, el cumplimiento correcto con su tratamiento, o tomar las medidas adecuadas para no producir contagios. El estrés se ha relacionado en muchos estudios con un deterioro del sistema inmunológico, encargado de defender al cuerpo humano de los microorganismos patógenos. En el sida, se produce una gran reducción de las células de este sistema y esto vuelve a la persona incapaz de luchar contra cualquier infección.

Según investigadores del Centro de Estudios de Prevención del Sida, de la Universidad de California en San Francisco (Estados Unidos), una alta proporción de las personas infectadas con el virus de la inmunodeficiencia adquirida (VIH) tiene depresión. “Vivir con los cambios de una enfermedad crónica puede ser estresante. Este estudio indica que estos pacientes pueden aprender técnicas específicas para lidiar con el estrés de esta patología crónica”, explica la doctora Margaret A. Chesney, principal autora del trabajo.

En el estudio, se compararon tres intervenciones distintas en 149 sujetos con VIH que se autodefinieron como homosexuales o bisexuales. La edad de los participantes oscilaba entre los 21 y los 60 años, todos estaban deprimidos, y su nivel de linfocitos CD4 estaba entre los 200 y los 700 por mililitro.

Una de las intervenciones consistió en asignar a parte de los participantes a 10 sesiones de grupo de 90 minutos de duración durante tres meses, seguidas de seis sesiones de mantenimiento a lo largo del siguiente año. Este programa trataba de que los pacientes reconociesen qué aspectos de una situación podían cambiarse y cuáles no y, por consiguiente, enseñarles a reaccionar de una manera apropiada ante esas circunstancias.

Otro grupo de pacientes también participó en sesiones con la misma frecuencia que sus compañeros, pero en este caso sólo se les ofrecía información sobre la enfermedad y los asuntos legales que la rodean. El resto de los participantes fueron inscritos en una lista de espera.

Después de tres meses de seguimiento, los investigadores observaron que los pacientes del primer grupo, comparados quienes sólo recibieron información sobre el sida, mostraron una disminución mayor de su estrés y de su hastío. En comparación con los inscritos en la lista de espera, también se observó un aumento de su optimismo, mediado por una reducción de su ansiedad.

Estas diferencias se mantuvieron durante los seis y 12 meses posteriores. Además, el optimismo siquió aumentando en las personas tanto del grupo de información de la enfermedad como en las del programa específico durante la fase de mantenimiento.

“Estos resultados indican que podemos ayudar a los pacientes a abordar su existencia de forma más positiva, con menos estrés y desilusión. Todo esto se traduce en una mejora de su calidad de vida”, concluyen los autores del estudio.