Salí de casa para zambullirme en la noche del éxtasis en Zaragoza. Después de una semana bastante polémica por las muertes de Málaga, quería comprobar hasta qué punto se está extendiendo el consumo de las drogas de diseño. No pasaba de la una y cuarto de la madrugada del sábado al domingo, cuando después de ponerme las ropas que consideré más modernas, me fuí en busca de las pistas de bailes más concurridas de la ciudad.

Para entonces todavía no podía imaginarme todo lo que mis ojos iban a ver durante esa larga noche. Quién me iba a decir que iba a pasar por un camello, que me iba a ver encerrado en un apestoso baño con un joven probando pastillas de colores o que iba a estar escuchando una música, que más que oír sentía pues se pegaba a mi cuerpo marcando el ritmo de mis latidos.

A esa hora salía de casa, lo primero que note fue el cortante cierzo. Empezaba mi aventura. Decidí hacerme una ruta y encaminé mis pasos hacía el primer bar, situado cerca de la Gran Vía. Antes de llegar pude observar que la noche zaragozana ya había empezado su movimiento sin esperarme. Un grupo de chicas jóvenes, apenas 18 años y visiblemente embriagadas, me abordaron y trataron de decirme algo, que resultó completamente ininteligible.

Olor a hachís quemado


Entré por la puerta del primero de los locales. Música agradable, chicos y chicas moviéndose y un cierto olor que inundaba todo el local. Era olor de hachís quemado, centro un poco más la vista y aparecen varios jóvenes quemando su china o liando su canuto. Decido que allí no voy a encontrar lo que busco.

Antes de seguir, doy un paseito por la zona del Rollo (calle Moncasi y Maestro Marquina). Los estragos de la noche hacen acto de presencia. Chavales muy jóvenes aparecen tirados por los soportales, uno de ellos está tumbado y su pelo casí se mezcla con sus propios vómitos. Sigo con mi ruta hacia la siguiente zona, conocida como la «zona pija» o León XIII.

«Oye coleguita, no sabrás por aquí quién pasa piles» , me comenta un chaval muy bien vestido. «No, además estaba pensando lo mismo». «Pues si te enteras me pegas un toque». En este bar, parece que la gente tiene otra idea de diversión. Observo que la música es más marcada, más fuerte. Hay grupos de chicos que mientras bailan cierran los ojos y ladean la cabeza al compás de la música. Los ritmos me parecen más alienantes.

Ya pasan de las tres y media de la madrugada, cambio de zona. Me quedo estupefacto al entrar al tercer bar, en la calle la Paz. La música allí ya resulta ruido, voy al baño y se abre la puerta del retrete, me llama la atención el sonido, pero no son las bisagras, es el sonar de una nariz que aspira fuertemente. Miro de reojo y veo como un chico se tapa un orificio de la nariz y aspira por el otro, su acompañante recoge unas tarjetas pero antes las chupa y se pasa los dedos por los dientes.

Cambio de garito. Pregunto a un par de chavales, que bailan muy animados, si saben donde podría comprar unas pastillas, pero me miran con cierta desconfianza. Se han hecho las seis de la mañana, me fijo que la gente que puebla todos estos bares apenas hablan se limitan a bailar y a silbar al ritmo del boom-boom.

Es hora de moverme de nuevo, esta vez voy hacia Doctor Cerrada. «Estas azules son las mejores», oigo que comenta un chaval. Por fin encuentro a alguien que está dispuesto a pasarme unas pastillas. Después de preguntar al de las rulas azules me dice que espere un poco que va a buscar a un amigo. Al poco, me vino con un colega, cuyas mandíbulas danzaban en el aire al compás de la música tecno. «Acompáñame al baño», me dice, yo le hago caso aunque un poco asustado. Una vez allí, entre el olor fétido, me saca de uno de sus bolsillos una pequeña bolsa. «Estas son muy buenas, dan un pedo cojonudo», asiento con la cabeza. Me invita a degustarlas, entonces yo cojo una, de color rosa, y la chupo, me sorprende su fuerte sabor amargo. «Cuestan siete euros cada una, pero si me compras más te hago precio. Si coges cuatro te las paso a 20 euros», mientras me comenta todo esto saca un trozo de pastilla y se la introduce en la boca. Yo sin saber muy bien cómo actuar le digo que espere que voy a ver si mis colegas quieren más. Decido salir de ese bar, por el momento ya he encontrado lo que quería.

En otro local, pude observar que mucha gente no parecía, ni mucho menos, drogada. Algunos bailan y se divierten sin parecer intoxicados. Es más, consigo hablar con unas chicas, les pregunto si saben dónde coger unos piles. «Nosotras pasamos de mierda, yo me divierto sin tomar nada. Con esta música no se necesita nada más. A mí, el cuerpo no me pide más que baile».

Me recomiendan que si quiero conseguir algo me vaya para la calle Predicadores que allí puedo encontrar de todo. Cojo un taxi y voy para allá, ya es prácticamente de día, pasan de las 7 de la mañana. LLego y empiezo a ver cosas un poco más chocantes. Los chavales sales de los afters como auténticos vampiros, todos se calzan sus gafas de sol, aunque observo que algunos tienen unas pupilas bastante dilatadas. Entro en un bar. Noto que estos afters son cada vez más oscuros, parece como si al llegar el día, éstos locales te siguieran asegurando la noche.

Las mismas caras


Cada vez siento más el cansancio en mi cuerpo. Pero quiero irme a un bar que hay cerca del Parque Grande. La entrada está llena de jóvenes, muchos hacen cola para sacar dinero de un cajero cercano. Entro y observo que está muy bien montado. «Este es el templo del sonido», comenta un joven mientras me hago sitio. Pocos bailan, aunque allí descubro mucha gente que he ido viendo a lo largo de la noche. Algunos parecen más cansados, otros actúan como si tuvieran nuevos tics en la cara, pues la mueven, sobre todo las mandíbulas, sin poderla controlar.

Opto por salir del bar. Se han hecho las diez. Los jóvenes que marchan de ese club se mezclan con los recién levantados. La diferencia de rostros es notable. Los que trasnochan, pálidos como la cera y con gafas de sol, otros no las llevan y muestran una pupilas tan dilatadas que parecen discos. Antes de marcharme pregunto a unos chicos, si saben dónde puedo seguir la marcha. Me dicen que si quiero puedo estar hasta las 8 o 9 de la tarde, me remiten a las zonas ya recorridas. Me doy cuenta que la marcha va a seguir su curso pero que yo ya he visto demasiado.