«El alto consumo de alcohol en Rusia no es un mito creado por los extranjeros, es una epidemia. Nuestras cifras de adictos duplican las manejadas por las autoridades», señaló Pavel Shapkin, presidente de ANA.
Cerca de 40.000 personas mueren cada año en Rusia debido al consumo de bebidas alcohólicas, mientras en Estados Unidos esta cifra no supera las 200.
No obstante, Shapkin se muestra contrario a «medidas de choque» como la imposición de una «ley seca», ya que este tipo de campañas terminan siendo «contraproducentes», y apoya programas de educación y concienciación social.
«Deberíamos concentrarnos en aumentar los precios. Encarecer el producto para hacerlo menos accesible, especialmente para los jóvenes», apuntó.
Según los datos de esta asociación, por el precio de una botella de vino nacional un ruso puede comprar dos o más botellas de vodka, por lo que los jóvenes que comienzan a beber cerveza se acaban pasando, tarde o temprano, a la bebida rusa por excelencia.
El ex presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, defendió una nueva campaña nacional contra el alcohol el pasado 7 de mayo con ocasión del 20 aniversario de la que él mismo lanzó en 1985 y que tuvo una pésima acogida entre la población.
«Debemos extraer las lecciones del pasado, pero es imprescindible que la población comprenda qué peligroso y destructor es este mal», señaló.
En su opinión, este problema aún es más grave en la actualidad que hace 20 años, ya que «ahora un ruso bebe 17 litros de media anual y en 1985 ésta no superaba los 10 litros».
Gorbachov considera prioritario crear más puestos de trabajo, ya que el paro se ha convertido en uno de los detonantes de la adicción al alcohol, al igual que la falta de expectativas entre los jóvenes.
Shapkin considera «razonables» las propuestas de Gorbachov, aunque resalta que la nueva campaña debe centrar sus esfuerzos en los productores, que se las ingenian para producir alcohol barato y de mala calidad sin licencia.
En los supermercados una botella de vodka cuesta 42-45 rublos (cerca de 1,30 euros), de los que 38 rublos son impuestos, por lo que el fabricante recurre a todo tipo de artimañas para abaratar el producto, incluso utilizando sustancias nocivas para la salud.
El presidente ruso, Vladímir Putin, anunció esta semana que el Gobierno tiene previsto regular la producción de alcohol, ya que desde la introducción de las reformas económicas liberales los precios han bajado y la producción ha aumentado notablemente.
«Esto no tiene nada que ver con las peculiaridades del pueblo ruso, es el mercado quien dicta las reglas. Debemos reducir la producción», agregó.
Según una encuesta realizada por el Centro de Opinión Pública, el 58 por ciento de los rusos respaldaría una nueva campaña contra el alcohol, mientras un 36 por ciento se opondría.
Entre las medidas planteadas por los rusos, el 56 por ciento propone que no se vendan bebidas alcohólicas a los menores de 21 años y el 39 por ciento apoyaría la introducción de multas para los que beban en lugares públicos.
Además, un 61 por ciento de los encuestados confiesa beber más que hace 20 años, lo que se explica por el revuelo que se formó en Rusia cuando el Gobierno amenazó hace unos meses con prohibir el consumo de cerveza en las calles.
Cuando el último zar, Nicolás II, introdujo la primera ley seca de la historia de Rusia en agosto de 1914, con el objetivo de dedicar la producción de alcohol a la cura de los heridos en la primera guerra mundial, la media de consumo era de 2,8 litros por persona y año.
La ley seca fue refrendada por los comunistas a su llegada al poder con la prohibición en junio de 1918 de la venta de alcohol, pero ésta fue abolida por impopular en 1925.
El ex presidente soviético, Leonid Breznev (1964-1982), un bebedor empedernido según Gorbachov, intentó tímidamente limitar el consumo, aunque fue durante la Perestroika cuando se lanzó por primera vez una campaña a escala nacional.
Un buen ejemplo de la importancia del alcohol en la vida de los rusos es la costumbre de colocar sobre las tumbas en los cementerios un vaso de vodka con pan negro y sal, por si al muerto le entran las ganas de beber.