La principal materia prima de este estimulante altamente adictivo es el efedrín, una de cuyas tres fabricas mundiales se encuentra en Roztoky, a pocos kilómetros al norte de la capital checa.

El gramo de pervitín, que en español se le llama «checo», cuesta en el mercado negro de Praga entre 18 y 37 euros, y una dosis alrededor de 7,40 euros.

Richard Kadlec, de 39 años, un adicto a esta droga, cuenta a Efe que comenzó a los 16 años a consumirla.

«Empecé en 1985. Jugaba al balonmano y sufrí una lesión de columna. No tenía nada qué hacer y me junté con una panda del parque y lo probé. Era el más joven», recuerda Kadlec aquellos inicios con la droga en Praga.

Poco después comenzó a delinquir, entraba a robar en pisos, y fue encarcelado durante cuatro años, para salir y volver a incurrir en el consumo de pervitín, hasta que fue nuevamente arrestado.

Trabajó como vendedor de hortalizas, como cocinero en la cervecería «U fleku» y contrajo matrimonio en 1992, para divorciarse tres años después.

Dejó a una hija, Daniela, de la que dice que prefiere que no lo vea cuando está en crisis.

Cerca de un centenar de drogadictos visita diariamente las instalaciones de Dropin, uno de los tres centros sanitarios no estatales que existen en Praga, y que se encuentra en su casco histórico.

Kadlec visita esta «comunidad» desde 1995.

Abierto de 9 a 16 de la tarde, este céntrico local constituye uno de los lugares donde los enfermos pueden inyectarse la droga sin miedo al acoso policial.

Aquí los «clientes» pueden además obtener vitaminas y preservativos, asesoramiento sobre subvenciones sociales, y hacerse análisis médicos y de embarazo.

Cantidades ingentes de jeringuillas usadas se depositan en contenedores, lo que constituye uno de los requisitos para poder acreditarse en estos locales, y evitar así ulteriores contagios de otras enfermedades, como el sida.

Con sus capacidades psíquicas disminuidas, aquejados por la enfermedad, los drogadictos se hacinan en una de las salas, que al menos cuenta con calefacción y está limpia, para hablar sólo de una cosa: de drogas.

El número estimado de consumidores ilegales de estupefacientes en el país centroeuropeo se cifra en unos 30.000, según la última Memoria Anual del Centro Nacional contra las Drogas, publicada por la Policía en 2006.

De estas personas, 19.700 eran consumidores del estimulante pervitín, mientras que 6.200 lo eran de heroína y 4.300 de subutex, ambos opiáceos, así como de otras sustancias psicotrópicas.

«La situación en el país es bastante estable», declaró a Efe Eva Skrdlantova, del Centro Nacional de Seguimiento para las Drogas y Drogodependencia, unidad integrada en la Oficina del Gobierno.

La inmensa mayoría de los drogadictos checos se aplican estos productos por inyección intravenosa, afirma Skrdlantova.

En el período 1993-2006 la Central Nacional contra la Droga ha detenido a 2.575 personas, de ellas 515 extranjeros, intervenido 13 toneladas de droga y 93.000 tabletas de éxtasis, y destruido un laboratorio para la fabricación de éxtasis y otros 126 laboratorios de pervitín.

«Se puede vivir normalmente, sin curarse», asegura Kadlec, quien ahora consume droga una vez a la semana, aunque desconoce el máximo legal que puede llevar encima para una dosis. «Quizás puede ser 400 miligramos, pero no estoy seguro», dice.

En cuanto a su tratamiento, confiesa que no fue al centro en busca de una terapia de tratamiento, sino a registrarse para que la policía no lo acosase.

El tipo de drogas consumidas por las que se solicita tratamiento, sigue el mismo patrón que en 2005, según Skrdlantova.

El grupo más numeroso de los solicitantes, un 59 por ciento, son consumidores de estimulantes, sobre todo de pervitín, seguido del 25 por ciento de adictos a los opiáceos y otras sustancias psicotrópicas.