El poder de la cocaína radica en su capacidad de actuar como ‘bomba cerebral’, infiltrándose en el sistema nervioso central para distorsionar no solamente el ‘software’ neuronal -los elementos efímeros que transmiten la señal-, sino el ‘hardware’, la configuración de las diminutas conexiones -o sinapsis- que se establecen entre nuestras neuronas.

En el detalle microscópico, la sinapsis es una brevísima rendija vacía que separa los terminales de dos neuronas. A la señal de la neurona de partida, los neurotransmisores se lanzan a ese espacio infinitesimal para cumplir su cometido: impactar sobre sus dianas en la neurona receptora. Ésta responde disparando un ‘pulso’ eléctrico que transmitirá la señal a la siguiente sinapsis. Para generar esta corriente, la célula abre canales en su membrana que permiten la entrada de iones.

El disparo del impulso lleva asociada su propia anulación. Una vez entregado el mensaje, la neurona emisora recoge los neurotransmisores para que cese la estimulación. Uno de los efectos de la cocaína es bloquear esta recogida, lo que provoca que el neurotransmisor permanezca activo, repitiendo una y otra vez su mensaje y sobreestimulando el sistema.

«Interruptor» de calcio

En los últimos años se han identificado otras interferencias de la cocaína en el cerebro. Un equipo de científicos de la Universidad de Ginebra, con la colaboración del doctor Rafael Luján, de la albaceteña Facultad de Medicina de la Universidad de Castilla-La Mancha, ha definido otro de los mecanismos de la cocaína. La relevancia del estudio lo ha hecho merecedor de presentarse a la comunidad científica desde las páginas del reputado semanario
Science.

Los científicos centraron su estudio en las neuronas del tegmento ventral, un área interna del cerebro que rige las adicciones, la motivación y el placer. Tras inyectar cocaína a ratones de laboratorio, rebanaron finas secciones del encéfalo de los animales y los sometieron a ensayos de electrofisiología y a la observación por microscopía electrónica, técnica aportada por el científico español.

El estudio ha logrado definir un mecanismo que Luján explicaba como «la reversión a corto plazo del efecto de la cocaína en estas neuronas». En condiciones normales, los canales iónicos transportan sodio y potasio, pero son impermeables al calcio. La cocaína permeabiliza las neuronas al calcio haciendo que estos canales pierdan uno de sus componentes, como si se «destaponara» la vía de entrada de este elemento, y el calcio produce así una sobreestimulación.

Al añadir a las lonchas cerebrales un compuesto llamado DHPG, el efecto de la cocaína se revierte. Los científicos han comprobado que esto se produce por un «recambio» de los canales: la neurona sintetiza de nuevo los «tapones», recuperando la configuración anterior y anulando el estímulo.

Luján precisaba que «sería un error concluir que el DHPG puede utilizarse como fármaco. Es un compuesto para uso experimental en laboratorio, muy tóxico y nocivo». Pese a todo, el investigador confía en las futuras aplicaciones terapéuticas: «Si profundizamos en el mecanismo, se podrán ir definiendo las dianas más adecuadas, y llegar al diseño de agonistas o antagonistas específicos, eficaces y sin efectos dañinos».