Se desploma, como con cada «pico». Pero algo cambia. No es el efecto habitual. Ni tan siquiera un mal viaje. Se evapora la ansiedad que inaugura cada «chute», se ahoga y cara, labios y uñas se tiñen de azul. Quizás ha sido el último. Pero otro pinchazo, esta vez directo al brazo sin pasar por la vena, llena de nuevo de oxígeno sus pulmones, le despierta. Resucita.

Restar una muerte a la larga lista que acumula la heroína es la misión de esa segunda inyección, esta vez cargada de naloxona, una sustancia concebida como «antídoto» ante las sobredosis por opiáceos. Un salvavidas contra el abuso del «jaco» que hoy en día llevan encima centenares de usuarios de heroína en Cataluña gracias a un programa del Departament de Salut pionero en España.

La idea de distribuir naloxona nació en 2008 y, convertida en piedra angular del Plan de Prevención para las Sobredosis, empieza a recoger sus frutos. Un logro que se traduce en la captación de unos tres centenares de consumidores que, a lo largo de este tiempo, han aprendido a identificar una sobredosis y combatir su zarpazo final.

La formación de los consumidores, a cargo de casi 300 profesionales entre educadores sociales, personal de enfermería y médicos, además de luchar contra la estigmatización facilitando el acceso a la naloxona, incluye el aprendizaje de hábitos que evitan recurrir al «milagro» que viaja en ampollas monodosis.

Captados en salas de venopunción o en servicios de atención a drogodependientes, los usuarios son alertados sobre cómo se abre la puerta a una sobredosis: «Si vuelven al consumo tras la abstinencia, bien tras salir de la desintoxicación, bien por acabar de cumplir condena». Así lo explica Joan Colom, director general de Drogodependències i Sida del Departament de Salut, quien desgrana una segunda lección básica: «Si se consume, que sea acompañado«. Ese séquito será el que logre salvar una vida inyectando a tiempo la antagonista de la heroína.

Los responsables del programa, financiado íntegramente por el Departament de Salut, creen posible «reclutar» hasta 1.500 consumidores de heroína en toda Cataluña hacia finales de 2010. Un plan ambicioso para luchar contra una de las mayores causas de mortalidad en hombres jóvenes.

Éxito contrastado

Cuestionado sobre si, efectivamente, el programa ha logrado ya salvar vidas, Colom se sincera: «Quizás». Se trata de una estadística inexistente hasta el momento y difícil de recabar. Sí se tiene constancia del uso de 31 de las ampollas de naloxona distribuidas. ¿Son 31 fallecimientos menos? Quizás.

Pese a las sombras de duda, Colom se reafirma: «No dudamos del acierto en el programa», un modelo que aunque no cuenta con ningún espejo en el que mirarse en España, sí se ha aplicado en países como Inglaterra o Canadá o ciudades como Chicago y Nueva York.

En esta última, golpeada durante décadas por las drogas, sí parece haber dado resultados palpables. El Departamento de Salud de Nueva York, donde el plan se activó en 2006, confirmó en un informe fechado en marzo una reducción notable de los fallecimientos en apenas dos años: de las 874 muertes por sobredosis registradas en 2006 se pasó a 749 en 2007 y 666 en 2008. Un éxito cuyas razones, según el mismo informe, «puede deberse en parte a iniciativas (…) como la distribución de naloxona entre la población de alto riesgo».

Un panorama al que se aferran los responsables del programa quienes, además, otorgan otra cualidad a su iniciativa. El hecho de que la salud pública financie este tipo de ofensivas médicas facilita esquivar «la estigmatización» de los consumidores. Un criterio que podría extenderse en el resto del Estado, que a través de la Dirección General de Farmacia, dependiente del Ministerio de Sanidad, aprobara recientemente asumir el pago del «Suboxone», que se suma a la metadona como terapia financiada públicamente para frenar la dependencia a la heroína y otros opiáceos.