Muchas personas (profesionales, activistas y otras) y muchas organizaciones hemos estado trabajando unos cuantos años para cuestionar unos cuantos mantras del mundo de las drogas. “Si tomas drogas, te enganchas”, “Nadie controla el consumo”, “Si las pruebas y te gustan, querrás repetir y acabarás adicta” u otras del estilo.

Los argumentos que hemos esgrimido navegaban en dos singladuras. Una era la realidad, entiendo por ésta aquello que hay más allá de un centro de tratamiento o atención de personas drogodependientes. Y es que sí; la mayoría de las personas que usan drogas no son adictas; afirmación válida para casi todas ellas (opiáceos seguramente no).

Por otro lado, parece que, si vamos repitiendo unos lemas hasta la saciedad, al final seremos nosotras, nosotros, quienes la acabemos conformando. Y al final, quien las usa, quien está en contacto, quien trabaja en el tema directa o indirectamente, se lo acabará creyendo. El gran maestro Orwell en 1948 ya nos creó el manual de cabecera de esta estrategia.

De ahí que no nos gustase el paradigma de la adicción como la base para intervenir en el tema (aunque sí que sea útil para el tratamiento con personas que tienen un trastorno de adicción a una o más drogas).

Por otro lado, los problemas asociados a las drogas son muy amplios y de categorías bien variadas. Y especialmente cuando estamos hablando de jóvenes y drogas, hay muchos otros que nos ocupan y preocupan más que la adicción. Tenemos los vinculados directamente a su consumo (intoxicaciones, paranoias, malestares emocionales, ansiosos o mentales varios, etc.); están las conductas asociadas a su uso (sea tuyo, sea de otra persona) como agresividad de machirulos hacia mujeres o hacia hombres, sexo no deseado o de otra forma, accidentes con maquinaria de trabajo o con vehículos, etc. Y por último cómo accionan y reaccionan personas u organizaciones ante el consumo de altri: expulsarte de un instituto, una bronca familiar, una multa de 600 euros ya no por fumar cannabis sino por llevar un grinder, o incluso una medida o condena judicial no por vender sino por suponer que lo ibas a hacer.

En definitiva: hay que trabajar el tema de las drogas, pero no desde el prisma de las adicciones (aunque nadie niega su existencia). La educación en el consumo de drogas -pautas adaptadas a la persona y grupo, al contexto, al nivel de consumo y a cada sustancia- es necesaria también para evitarlas. Las herramientas que ofrece pueden permitir a la persona gestionar el uso de drogas sin llegar a una adicción.

Van pasando los años (“nos vamos poniendo viejos” según Milanés). El protagonismo que van perdiendo las drogas lo van ganando las pantallas. Quien se dedica al arte y práctica de la preventología se va dando cuenta de que o despabila, o se queda sin curro. De ahí que tanto quien trabaja en prevención como quien lo hace en tratamiento, decidan ir ampliando su abanico de temas.

Y ¡voilà! Todo el mundo (o casi) pasa a trabajar adicciones. Se construye un relato compartido: “antes trabajaba en drogodependencias, ahora en adicciones”. Nacen éstas por doquier y se empieza a hablar de la adicción a las redes sociales (léase redes en el sentido de pescar al personal con  app y algoritmos de empresas cuya ética deja mucho que desear), al móvil, a las apuestas deportivas (léase deporte como el que practican otras personas), al porno, a los videojuegos multijugador en línea…

Así que como ahora todo son adicciones, vuelta a empezar con la alfabetización (expresión que usa Obertament para referirse a la explicación de los conceptos básicos). Una adicción es una relación con una práctica (con o sin sustancia) que impacta muy negativamente en la vida, asociada a un craving y a la pérdida de control, y todo aquello que sabemos de sobra. Y la mayoría de las personas que usan pantallas, no cumplen estos criterios.

En definitiva, lo mismo que hicimos (y seguimos haciendo) con las drogas, tenemos que reiterar con las pantallas. Volvemos otra vez: sí, es importante intervenir en ambas, pero no desde el modelo de las adicciones.

Hay organizaciones y profesionales llevan décadas educando en el tema de las pantallas (hay quien nos criticaba entonces y ahora se ha subido al carro). Pero preocupándose sobre todo por otras cosas: desconectan de la realidad, afectan negativamente el estado emocional, distorsionan las relaciones con uno mismo/a y con otras personas, son la escuela más eficiente del consumismo capitalista acrítico, tienen negocios devoradores detrás cuyo objetivo es conseguir que la gente se enganche y lo haga cuanto antes mejor, se utilizan como excusa para agredir o manipular, son un caldo de cultivo fantástico para actitudes racistas y machistas, etc. ¿Verdad que nos suena todo esto también con las drogas?

Algunas administraciones públicas, algunas entidades, algunos programas han apostado por no juntarlas desde la adicción, y hacen bien. O separan drogas y pantallas (sin más complicación), o generan marcos de bienestar emocional (aunque el tema esté de moda, deviene un buen marco para acoger a ambos), o previenen conductas de riesgo (cuyas acciones tienen sentido por sí mismas y, como postre que entra en el menú, también ayudan a prevenir adiciones).

Si seguimos adictas, si todavía somos adictos a las adicciones necesitamos un tratamiento. Sin dilación: empecémoslo ya.