Una sacudida sin precedentes

«Era como si el tiempo se hubiera congelado de repente» La lluvia amarilla. Julio Llamazares.

Nunca habíamos vivido una situación de amenaza como la provocada por la covid-19. De pronto, humanas y humanos perdemos en buena medida la sensación de control  sobre nuestras vidas, siempre relativa, y quedamos, al menos en parte, en manos del azar. Y todo ello como consecuencia de la acción de un microorganismo, espoleado quién sabe hasta qué punto por nuestro modo de vida. Enfilamos el camino vacilante hacia la llamada «nueva normalidad», sea eso lo que sea. Al fondo y a lo lejos se vislumbra un futuro movedizo que nos llena de perplejidadAdemás, llueve sobre mojado, porque, a pesar de los reiterados datos «macro», la  crisis de 2008 ha dejado un rastro de fragilidad en sectores importantes de nuestra sociedad sobre los que sopla con especial virulencia el huracán de la actual emergencia.

Un coste emocional elevado

«El futuro ya no es lo que era». Paul Valéry.

Se va acumulando una creciente evidencia acerca del impacto de esta situación sobre el bienestar emocional y aún la salud mental de la población. Ansiedad, miedo, desánimo, tristeza, ira…; reacciones esperables a un terremoto cuyas réplicas aún estamos lejos de atisbar. Esa «niebla de dudas e incertezas que alimentan el miedo a lo desconocido», de la que habla Ricardo Forster. Además del estrés ocasionado por la necesidad de reinventar buena parte de nuestra vida: la educación, el trabajo, el ocio, las relaciones de amistad, familiares, vecinales, etc. Sin hablar de las situaciones más dramáticas de quienes han tenido que afrontar su duelo en condiciones especialmente dolorosas, quienes han padecido en carne propia una enfermedad con capacidad para dejar consecuencias graves…

Apoyo mutuo

«En tiempos de contagio somos parte de un único organismo; en tiempos de contagio volvemos a ser una comunidad» En tiempos de contagio. Paolo Giordano.

Para afrontar esta situación con el menor quebranto posible necesitamos fortalezas emocionales y capital social. Pero necesitaremos también reconstruir procesos comunitarios en gran medida descuidados, que ayuden a establecer lazos de solidaridad , a superar cuanto sea posible la huella social de la pandemia, a exigir las responsabilidades que correspondan por la mala gestión o, peor aún, por el desmantelamiento previo de tantos servicios públicos, a avanzar en la construcción de un mundo que nos reconcilie con ritmos vitales más humanos… Evitando toda tendencia a la psicologización (léase individualización), que acaba nublando la mirada crítica sobre los conflictos sociales para metabolizarlos ilusoriamente en mantras de autoayuda. De esto habla el manifiesto Cómo vamos a afrontar el sufrimiento que vendrá, firmado ya por varios centenares de profesionales de la psicología.

Educar para la cooperación

«La crisis actual demuestra claramente que la solidaridad y la cooperación global tienen como finalidad la supervivencia de todos y cada uno de nosotros».
Pandemia. Slavoj Zizek.

La solidaridad no se improvisa, no nace espontáneamente, por arte de birlibirloque. La solidaridad se educa. Y esta puede ser una enseñanza de una reacción social consciente ante la pandemia y las consecuencias socioeconómicas que se adivinan. Necesitamos una educación que, además de invertir para cerrar la brecha educativa de la que habla Save the Children, anime a desoír las llamadas al «sálvese quien pueda», tan propias de la época, para construirse como ciudadanas activas que reclaman sus derechos y luchan para remover los obstáculos que los bloquean. Para participar en la construcción de una sociedad del cuidado, cada vez más necesaria, y mirar críticamente el impacto del modelo socioeconómico actual sobre el ecosistema que habitamos. (Re)pensar, en definitiva, las relaciones humanas en clave solidaria.