Cuando teníamos las respuestas, nos cambiaron las preguntas.
Frase popularizada por Mario Benedetti

En los últimos tiempos se venía produciendo una saludable reivindicación de la evidencia en el campo preventivo. De acuerdo con ella, buena parte de los programas que se utilizan en nuestro país:

  • explicitan el marco conceptual en el que sustentan sus paradigmas explicativos (la conducta a prevenir es resultado de la interacción de factores como…);
  • presentan el modelo metodológico en el que se materializan sus hipótesis de actuación (factores que podremos revertir y/o compensar si actuamos de manera que…);
  • muestran las pruebas evaluativas que respaldan tales opciones (aspecto este último que seguramente es el más precario).

Así, de manera resumida, sabemos que la prevención universal más prometedora en el ámbito escolar:

  • promueve el descubrimiento de información significativa y veraz;
  • contrasta criterios racionales y creencias imaginarias;
  • trabaja para educar a chicas y chicos en habilidades psicosociales que han mostrado su efectividad a la hora de favorecer la toma de decisiones asertiva en condiciones de influencia grupal y social
  • lo hace mediante metodologías interactivas, basadas en la presencia, la cercanía, el contacto.

    La incertidumbre provocada por la pandemia de la covid-19 y la respuesta social e institucional a la misma ha venido a trastocar las referencias establecidas en la materia. Tras una sacudida que ha hecho tambalearse buena parte de las certezas a las que estábamos habituados, se impone ahora rediseñar el marco preventivo profundizando en la evidencia pre-covid, rescatando cuanto en ella había de valioso y buscando formas de acomodarlo a las circunstancias presentes (y quizás futuras) crecientemente líquidas, inestables, híbridas.

    Es, más que nunca, tiempo de innovar, de fortalecer estrategias que mostraron su eficacia y ensayar metodologías novedosas que resulten viables en las condiciones actuales. Es tiempo de reinventar también la prevención.