En momentos emocionales muy intensos, ya sea de euforia exultante como de depresión profunda, en aquellos momentos donde sólo te importa el presente más inmediato, donde te sientes invencible o por el contrario te sientes que la vida no vale la pena, es cuando los consumos de drogas son más presentes.

La incertidumbre de estos días puede convertirse en uno de esos momentos. Cuanta más incertidumbre, más consumo. Con un mañana que no sabemos cómo se levantará, y donde las consecuencias de las drogas muchas veces aparecen a medio-largo plazo, no es de extrañar que algunas personas opten por vivir un presente nublado que esconda la cruda realidad que puede devenir.

Cuando no sabemos lo que nos depara el futuro, no nos importa desgastar el presente.

Durante el confinamiento se habrán dado mil y una situaciones donde el consumo de psicofármacos, alcohol o cannabis habrán jugado el rol de calmar ansiedades, miedos o por trasladarnos a estados de evasión que deseábamos que nos hicieran un poco más llevadero el que estamos viviendo.

Los psicofármacos, el alcohol y las otras drogas tienen una funcionalidad en nuestras vidas, sirven para llegar a un estado emocional (desinhibición, euforia o relax) o para compensar un malestar (depresión, ansiedad o baja autoestima). La mayoría de veces las drogas no son la causa del problema, sino una solución trampa que hemos encontrado a un problema anterior.

Y a veces buscamos soluciones mágicas, fáciles y cómodas como Astérix y la poción de su querido Panorámix. Cuanto más tomaba, más la necesitaba para la próxima batalla. Y lo peor del caso, menos se espabilaba a buscar otras soluciones más autónomas. ¿Porque? ¡Si con la poción ya tenía suficiente!

Si no nos importa el mañana, tampoco tendrán importancia las consecuencias menos inmediatas de las drogas. Parece claro, pues, que tendremos que empezar a cambiar los discursos y no sólo eso, sino que el reto está en si entre todas somos capaces de construir un futuro ilusionador donde poder aferrarse.