Los primeros tiempos

La hoja de coca se obtiene de un arbusto originario de Sudamérica, de las zonas cálidas y húmedas de los Andes (Colombia, Bolivia y Perú). La historia del uso de la planta de coca es casi tan larga como la humanidad (1). Existen restos arqueológicos que demuestran su consumo en la zona noroeste de Perú, en una fecha tan temprana como el sexto milenio antes de nuestra era. Las ruinas encontradas en lo que en otra época fueron casas contienen hojas de coca mascadas y piedras con alto contenido en calcio, con las que habrían obtenido la cal necesaria para liberar los alcaloides de la hoja.

El consumo parecía estar limitado a ciertos individuos, como si hubiera sido un privilegio exclusivo de unos pocos. Esto encaja bien con el conocido hecho de que, antes de la conquista española, durante el Imperio Inca, la hoja de coca estaba reservada a los nobles y a los sacerdotes. El emperador podía conceder el derecho a mascar coca a quien él quisiera, en pago por los servicios prestados (2).

Según cuentan varias fuentes, el consumo aumentó después de que los españoles destruyeran el Imperio Inca en el siglo XVI, puesto que las clases bajas, ya sin las restrictivas leyes tradicionales, comenzaron a utilizar coca. Poco después, los conquistadores la prohibieron por motivos religiosos, al considerarla una tradición pagana. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que podía ser una buena fuente de ingresos, hasta el punto de que incluso los impuestos llegaron a pagarse con hojas de coca. También observaron que, mascando las hojas, los indios eran capaces de realizar trabajos inimaginables sin ella, entre otras cosas extraer el preciado mineral de las minas de oro y plata. En consecuencia, decidieron permitirla.

Durante los dos primeros siglos de dominación española, la coca siguió siendo una costumbre exclusivamente propia de Sudamérica. El médico y botánico Nicolás Monardes habló sobre ella en uno de sus libros (Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, 1574) y trajo hojas a Europa a finales del siglo XVI (1580), pero no despertó mucho interés, a lo cual seguramente contribuyó que pierden sus propiedades con el paso del tiempo. La redacción de un poema dedicado a esta planta por parte del poeta inglés Abraham Cowley (A Legend of Coca, 1662) y la mención en las Institutiones rei medicae (1708) del doctor, químico y botánico holandés Herman Boerhaave tampoco hicieron mucho por su popularización en el Viejo Mundo. Ciertamente, la estimulación lenta y sostenida que genera la coca, y el hecho de tener que mascarla durante horas junto con alguna sustancia alcalina para que la hoja libere sus principios activos, no es muy propia de la mentalidad europea.

El boom de la coca

Fue a mediados del siglo XIX cuando la coca despertó gran interés, coincidiendo con los viajes de algunos destacados naturalistas europeos por Sudamérica, que les permitió observar cómo la consumían los nativos y las proezas físicas que les permitía realizar. Su estudio fue acompañado por el intento de aislar el principio activo, que logró por primera vez en 1855 el químico alemán Friedrich Gaedcke (1828-1890), quien le dio el nombre de eritroxilina (3), por la familia, el género y el nombre científico de la planta (Erythroxylum coca).

Albert Niemann explicó en su tesis doctoral, publicada en 1860 (4), los pasos necesarios para aislar el principio activo mediante un proceso más refinado que el empleado por Gaedcke, describió sus propiedades y le dio el nombre de ‘cocaína’. Las hojas necesarias para el trabajo se las proporcionó su profesor en la Universidad de Gotinga, Friedrich Wöhler, quien, a su vez, las había conseguido gracias al viaje del doctor Carl Scherzer alrededor del mundo. Bastantes años después —en 1898—, Richard Willstätter (1872 –1942) conseguiría describir su estructura y obtener la molécula mediante síntesis química.

Buena muestra del interés que suscitó en los medios científicos en aquella época fue la labor del neurólogo y fisiólogo italiano Paolo Mantegazza (1831 – 1910), que viajó a Sudamérica y, tras observar el uso que los nativos hacían de ella, probó a consumir las hojas durante un tiempo. Tan entusiasmado quedó con sus cualidades que en 1858 escribió un artículo titulado “Sulle virtù igieniche e medicinali della coca e sugli alimenti nervosi in generale” (“Sobre las virtudes higiénicas y medicinales de la coca y sobre la nutrición nerviosa en general”), donde describió sus beneficios sobre el rendimiento físico y mental. También le dedicó un capítulo en su principal obra sobre drogas, Quadri della natura umana. Feste ed ebbrezze (“Descripción de la naturaleza humana. Fiestas y ebriedades”). Él mismo hizo un buen uso de esta y otras sustancias, y estaba convencido de que un hombre adulto puede utilizarlas en abundancia sin inconvenientes.

La coca parecía una panacea que Europa acababa de redescubrir, y en medio de ese ambiente favorable y cargado de optimismo positivista, el burgués emprendedor con formación científica de finales de siglo no podía dejar pasar la oportunidad. Para aprovechar sus bondades y evitar tener que mascar las hojas junto con alguna sustancia alcalina aparecieron diversas presentaciones comerciales. La más conocida y prestigiosa fue, sin duda, el Vino Mariani, obra del corso Ángelo Mariani (1838 – 1914). Le ayudó en la tarea su primo, el doctor Charles Fauvel (1830 – 1896), un laringólogo que se dedicaba a tratar los problemas de garganta de los cantantes de aquella época mediante la aplicación de tintura de coca y a utilizarla como agente anestésico en las operaciones. Mariani —que siempre afirmó ser farmacéutico, aunque no constara que hubiese cursado la carrera en ninguna universidad—, como buen hombre de negocios, no podía entender que a nadie se le hubiera ocurrido la idea de combinar coca con vino. En aquel tiempo eran muy famosos los vinos tonificantes, ya que el alcohol es un buen vehiculante para muchos medicamentos, y de paso el vino lograba disimular el mal sabor de los principios activos de la coca.

El Vino de Coca Mariani

En 1863, Mariani creó el producto que le inmortalizaría, el Vino Mariani. Se lo administró a una actriz que sentía deprimida, quien mejoró tan rápidamente que lo recomendó a todos sus compañeros. Además de por sus excelentes cualidad tónicas y terapéuticas, el éxito de Mariani se debió al uso de un vino de Burdeos de primera calidad y un sabor excelente. Aunque nunca quiso revelar la fórmula, ésta consistía en algo tan simple como sesenta gramos de hojas de coca pulverizadas, sumergidas durante diez horas en un litro de vino con una graduación alcohólica del 10% al 15%. Basándonos en el contenido medio en cocaína de las hojas de coca, su producto no podía contener demasiada cantidad del alcaloide. Un litro podía tener entre 150 y 300 miligramos de cocaína. Sin embargo, sus adeptos decían sentir una agradable sensación de bienestar y una estimulación positiva, nunca excesiva. La explicación se conoció a principios de los noventa del siglo XX, aunque se sospechaba desde hace mucho tiempo. Varios grupos de investigadores comprobaron que, en presencia de alcohol, la cocaína se metaboliza en el organismo en forma de una sustancia llamada cocaetileno, y de este modo los efectos se perciben como más positivos, más eufóricos y con mayor duración gracias a su acción sobre los neurotransmisores serotonina, noradrenalina y dopamina. El mecanismo parece consistir en la inhibición de los transportadores de la serotonina, la noradrenalina y la dopamina, con lo que aumentaría el nivel de estos neurotransmisores en las sinapsis neuronales (5).

El Vino Mariani se hizo muy famoso y su autor se convirtió en una figura célebre. Numerosas personalidades lo tomaron por razones terapéuticas y recomendaron su consumo al público, entre ellos escritores como Zola, Verne, Dumas y Conan Doyle, y actrices como Sarah Bernardt. También parte de la realeza europea fue cliente de Mariani: la reina Victoria de Inglaterra, el rey Jorge I de Grecia y el rey Alfonso XIII de España. Incluso dos papas, Pío X y León XIII, se declararon bebedores entusiastas del famoso vino de coca. No es necesario decir que el avispado empresario utilizó los nombres de estos usuarios para hacerse publicidad. También publicaba folletos que enviaba a los médicos y que insertaba en los periódicos. Escribió un libro como forma de dar a conocer las virtudes de la coca, de su vino y de los otros productos que fabricaba. Por cierto, el Vino Mariani siguió existiendo hasta 1963, casi cincuenta años después de su muerte.

Como era de esperar, poco después del éxito comercial de Mariani surgió toda una legión de competidores que intentaron seguir sus pasos con otras preparaciones efectuadas con los mismos ingredientes, pero ninguno de ellos logró ni una pequeña parte de lo que él había logrado. Las marcas estadounidenses que le hacían la competencia contenían un poco más de cocaína, lo que indujo a Mariani a incluir más cantidad del alcaloide en la variedad norteamericana de su producto. En cualquier caso, en sus preparaciones nunca añadió el alcaloide directamente, sino hojas de coca de la mejor calidad.

Nace la Coca-Cola, una imitación del Vino de Coca Mariani

Uno de los imitadores del Vino Mariani fue John Pemberton (1831 – 1888), un honorable caballero del sur de los Estados Unidos que había luchado con el ejército confederado, que en su juventud había estudiado química farmacéutica en la universidad y que en 1869 se había establecido en Atlanta para dirigir un negocio de productos medicinales elaborados por él mismo. Después de haber inventado jarabes expectorantes, purificadores de la sangre y artículos de cosmética, habiendo leído sobre las virtudes de la hoja de coca e inspirado por el éxito que en Europa consiguió el Vino Mariani (que también se comercializaba en Estados Unidos), creó en 1884 su French Wine Coca, una imitación del producto original de Mariani, pero más potente, ya que contenía —además de las preceptivas hojas de coca y del vino como vehiculante— nuez de cola como fuente de cafeína y damiana, una planta con propiedades tonificantes y afrodisíacas. De acuerdo con la mentalidad norteamericana, su publicidad tenía un carácter más popular y sensacionalista que los vinos medicinales europeos, y los folletos incidían en que servía para tratar los problemas nerviosos, los digestivos, el agotamiento físico y mental, la jaqueca y la neuralgia. También se presentaba como vigorizante general y afrodisíaco, además de una ayuda para los adictos al opio, la morfina o el alcohol (6).

El negocio marchó moderadamente bien al principio, pero en 1886 un acontecimiento iba a decidir el destino de su producto. La ciudad de Atlanta aprobó la prohibición del alcohol por un período experimental de dos años. Era allí muy fuerte el movimiento defensor de la abstinencia, cuyo principal representante fue el reverendo Sam Jones, una especie de predicador integrista. A fin de evitar problemas, Pemberton realizó experimentos para obtener un producto similar sin vino, manteniendo la hoja de coca y la nuez de cola. La nueva bebida se vendió por primera vez en la Farmacia de Jacob, como preparado medicinal, el ocho de mayo de 1886. No se dispensaba en botellas, sino utilizando fuentes de refrescos (fuentes de soda, soda fountains en inglés), con el típico grifo que expulsa el líquido a presión. En el interior se colocaba el sirope concentrado, que después se mezclaba con dióxido de carbono y agua para formar la bebida que se vertía en el vaso y que consumía el usuario. De esta forma, al combinar la invención de Pemberton (eliminando el vino) con agua y dióxido de carbono (agua con gas), se obtuvo la Coca-Cola, que al principio se vendió a cinco centavos el vaso, y cuyo nombre, caligrafía y logotipo fueron idea de Frank Robinson, socio de Pemberton. La denominación fue bastante afortunada por hacer alusión al contenido (coca y nuez de cola), por ser fácil de recordar debido a su brevedad y por resultar llamativa gracias a su aliteración (repetición del sonido ‘k’).

También fue Robinson el encargado de colocar el primer anuncio con el lema ‘Beba Coca-Cola’ en la marquesina de la farmacia. La Coca-Cola se publicitó al principio como preparado medicinal para tratar la dispepsia y los dolores de cabeza, pero pronto se presentó también como bebida refrescante. Esta tendencia se fue acentuando a medida que Asa Griggs Candler (1851 – 1929) —un ambicioso empresario que no reparaba en los métodos empleados con tal de conseguir sus objetivos— se fue haciendo con el control total de la empresa, lo cual conllevaba también ser el propietario de la fórmula original. Después de muchos embrollos legales, de los que Candler salió triunfante gracias a su falta de escrúpulos, a que Pemberton falleció el 16 de agosto de 1888, a que a su hijo Charley Pemberton le interesaban más las mujeres y las fiestas que los negocios, y a que disponía de dinero de sobra para pagar abogados —mientras que sus rivales, los primeros socios de Pemberton, no lo tenían—, el empresario se convirtió en dueño absoluto de la compañía. Tras varios años de expansión instalando fuentes de soda en bastantes ciudades, en marzo de 1894 la Coca-Cola fue embotellada por primera vez.

Los inicios del siglo XX vieron cómo la bebida triunfaba a nivel internacional y se transformaba en símbolo del emprendedor estadounidense. Sin embargo, antes de conseguir todo eso, Candler tuvo que resolver dos problemas. El primero consistía en convertir un producto comercializado como remedio medicinal en bebida refrescante de consumo habitual. Esto no implicó mayores problemas gracias al cambio en el modo de hacer publicidad y en los eslóganes utilizados desde entonces (lo que actualmente llamaríamos ‘marketing’), tareas en las que era todo un experto. El segundo problema era más difícil. A medida que se aproximaba el cambio de siglo, en la sociedad norteamericana habían ido proliferando los movimientos que promovían la abstinencia del alcohol y de las demás drogas, a las cuales se culpaba de la creciente delincuencia. A la Coca-Cola le creaba mala fama que su fórmula incluyera coca. De hecho, muchos clientes, al pedirla en algún establecimiento, utilizaban el nombre de dope (‘droga’); además, corría el rumor de que fomentaba la adicción a la cocaína. Candler defendió durante varios años la presencia de coca en su bebida, si bien todos los indicios apuntan a que en la década de los noventa rebajó sustancialmente la cantidad original de Pemberton. Sin embargo, a finales de siglo ya estaba convencido de que debía eliminar definitivamente todo rastro de la sustancia, pero con ello se exponía a que la bebida perdiera parte de sus propiedades estimulantes (y por tanto parte de las ventas) y a tener problemas legales por no cumplir con la denominación (la ‘coca’ de ‘Coca-Cola’). Convencido de la necesidad del cambio, en 1901 —mediante algún procedimiento que ignoramos— intentó suprimir la cocaína presente en la bebida; sin embargo, no lo consiguió, ya que un análisis de 1902 mostró que todavía contenía trazas. Por ello, en 1903 firmó un contrato con un laboratorio químico de Nueva Jersey para que eliminara toda la cocaína de las hojas de coca que utilizaba. A partir de entonces, la Coca-Cola conservó su denominación, pero la materia prima ya no incluía su alcaloide característico. Para redondear su plan, Candler hizo todo lo que pudo para borrar los testimonios que recordaran que su bebida había llevado cocaína alguna vez. Todavía debió aguantar varios juicios relacionados con el contenido en hojas de coca descocainizadas y en cafeína, pero los superó sin mayores dificultades. Y como suele decirse, el resto es historia. La compañía Coca-Cola se convirtió en una multinacional de gran relevancia y en símbolo de la cultura estadounidense. Allí donde llega la influencia de los Estados Unidos está presente la Coca-Cola; tanto que durante mucho tiempo se la ha asociado a los intereses internacionales de este país, con todo lo que esto conlleva.

La cocaína y su uso terapéutico

Volviendo a la cocaína, su uso fue bastante reducido hasta 1883, año en que un médico militar, Theodor Aschenbrandt, compró un suministro a la compañía farmacéutica Merck para utilizarlo en los soldados durante unas maniobras e informó sobre sus efectos beneficiosos a la hora de soportar la fatiga física, en un artículo que publicó poco después (7). El joven doctor Sigmund Freud, que se encontraba en una etapa difícil de su vida —sufría melancolía y fatiga crónica— leyó el artículo, obtuvo más información sobre las hojas de coca y se decidió a probar la cocaína. Todo un nuevo mundo se abrió ante los ojos de quien años más tarde sería el fundador del psicoanálisis. Se sintió como nunca se había sentido, recomendó tomar la droga a su novia y a sus amigos, la utilizó en su práctica médica y escribió varios artículos (“Über Coca”, “Beitrag zur Kenntniss der Cocawirkung”, “Nachträge Über Coca”, “Über die Allgemeinwirkung des Cocains”) que tuvieron amplia difusión y fueron en gran parte los responsables de la popularización de la sustancia. También llegó a sugerir su uso como anestésico, pero su colega Karl Koller se le adelantó y a él se atribuye esta aplicación en las operaciones oculares.

Las aparentemente infinitas aplicaciones terapéuticas de la cocaína causaron una gran euforia en el ámbito de la medicina y la farmacología, lo mismo que había sucedido unos años antes con la hoja de coca. Las compañías farmacéuticas Merck y Parke, Davis & Company comenzaron a producirla. El optimismo reinaba por doquier, pero pronto surgieron problemas derivados del abuso, que se hicieron públicos y sirvieron para que los sectores más conservadores exigieran su control. Por ejemplo, se supo Freud quiso curar con cocaína la adicción a la morfina que su amigo, el profesor Ernst von Fleischl-Marxov, utilizaba para soportar el dolor neuropático que sufría desde hace años. Al principio proporcionó fuerzas al paciente y le permitió reducir la dosis de morfina, pero pronto creció su tolerancia a la droga y tuvo que aumentar considerablemente la cantidad consumida, con lo que acabó sufriendo una psicosis cocaínica y su salud quedó definitivamente arruinada. Es evidente que fue el abuso —en una persona predispuesta por la patología que ya padecía—, y no la sustancia en sí, lo que causó estos problemas, pero a los prohibicionistas nunca les han interesado estos pequeños —aunque importantes— detalles. Varias autoridades médicas, entre ellas el doctor Erlenmeyer, afirmaron que la cocaína era una droga perjudicial y que causaba adicción. De todas formas, se siguió vendiendo libremente en las farmacias, y el buen uso o el abuso se dejó al libre arbitrio de cada uno. El mismo Freud, después de haberla utilizado durante varios años, abandonó su consumo sin ninguna molestia.

Y llegó la prohibición…

Los prohibicionistas fueron sumando fuerzas, y en diciembre de 1914 Estados Unidos aprobó la Harrison Act, ley que regulaba el consumo de varias drogas, entre ellas la cocaína. Gran parte del mundo civilizado quiso seguir el ejemplo, y aunque la Conferencia de La Haya de 1912 no dejó nada decidido porque fue suscrita por pocos países, en 1913 y 1914 se convocaron nuevos encuentros para que la firmaran más. La aplicación de las primeras leyes prohibicionistas podía haber sido bastante irregular a nivel internacional, pero Inglaterra sugirió incorporar los acuerdos de La Haya dentro del Tratado de Versalles —el que puso fin a la Primera Guerra Mundial en 1919—, con lo que a hurtadillas se consiguió que prácticamente todos los países suscribieran el acuerdo firmado por unos pocos en 1912 (8). Los subsiguientes tratados internacionales sobre drogas han ido incrementando el control, hasta el extremo de que la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961 decretó también la prohibición del uso de la hoja de coca, excepto para fines médicos y científicos.

 

Referencias

(1) Nos hemos basado en Karch, Steven B., A Brief History of Cocaine, Taylor & Francis, 2006, y en Mortimer, Willam G., History of coca, the divine plant of the Incas, H. Vail & Company, 1901.

(2) Dillehay, Tom D. et alia, “Early Holocene coca chewing in northern Peru”, Antiquity, Volume 84, Number 326, Page: 939–953.

(3) Gaedcke, F., “Über das Erythroxylin, dargestellt aus den Blättern des in Südamerika cultivirten Strauches Erythroxylon Coca Lam”, Archiv der Pharmazie 132 (2): 141–150.

(4) Niemann, A., “Über eine neue organische Base in den Cocablättern”, Archiv der Pharmazie 153 (2): 129–256.

(5) Hearn, W. L. et alia, “Cocaethylene: a unique cocaine metabolite displays high affinity for the dopamine transporter”, J Neurochem. 1991 Feb; 56 (2):698-701. Landry, M. J., “An overview of cocaethylene, an alcohol-derived, psychoactive, cocaine metabolite”, J Psychoactive Drugs, 1992 Jul-Sep, 24:3, 273-6.

(6) Pendergrast, Mark, For God, Country & Coca-Cola, Basic Books, 2000. Versión española: Dios, Patria y Coca-Cola, Vergara Bolsillo, Grupo Zeta.

(7) Aschenbrandt T., “Die physiologische Wirkung und die Bedeutung des Cocains”, Deutsche medizinische Wochenschrift, December 1883;9:730-732.

(8) Escohotado, Antonio, Historia general de las drogas, Espasa-Calpe.