La Primera Guerra Mundial, iniciada en el año 1914, aparte de sus trágicas consecuencias, introdujo la “fiscalización” de las drogas, como apunta Unodc (2014). Se había producido un rápido aumento en los niveles de consumo de drogas en varios países. Con la Ley Harrison de Narcóticos de 1914 se establece un impuesto y requisitos de registro de narcóticos y cocaína. Se inicia así la guerra contra las drogas. Y empiezan las denuncias y persecuciones, en una batalla que parece no tener fin, por más que se reconozca su fracaso, con mas muertes y sufrimiento que el provocado por las drogas mismas.

Hasta entonces, las drogas fuertes no constituían problema para la sociedad en general, apunta Julio Caro Baroja (Vega, 1985). Julio había nacido precisamente en el año 1914 y como historiador y hombre sabio, era un buen observador de lo que sucedía en su entorno. En esta línea resulta de interés recoger algunos de sus aportaciones sobre el tema, para no perder la perspectiva amplia de la cuestión de las drogas, más allá de los factores personales.

Después de la guerra de 1914-18 quedó un contingente de heridos que usaban de ellas porque se habían habituado o seguían teniendo dolores fuertes causados por viejas lesiones, señala Julio. Recuerda que en las playas de la Côte d´Argént había colonias de esta clase de inválidos dolientes y que allá en la década de 1920 a 1930 hubo un contrabando de drogas organizado, que arrancaba del puerto de Pasajes a donde llegaba con la peculiar mercancía barcos de grandes puertos del norte de Europa; esta se descargaba iba a unos bares y de allí pasaba sobre todo a Biarritz por la frontera de su pueblo familiar de Vera. Las cápsulas se metían en los grandes panes que por entonces se hacían, y eran llevados a las ventas de la misma raya por algunas mujeres que se vieron complicadas, sin saberlo o no, en un proceso. Fue cierto excarabinero, conocido y vecino suyo, que padecía insomnio y pasaba horas y horas a la ventana de su dormitorio, fijándose en todo, quien detectó los movimientos de entrada de ciertos barcos en Pasajes y los de la Frontera.

La droga, por otra parte, era algo que usaban algunas gentes más o menos afectadas y con pretensiones de exquisitez, apunta Caro Baroja. De tal o cual aristócrata o literato decadente se decía que era un “morfinómano” o “cocainómano”. Los discípulos españoles de Tomás de Quincey, el autor el autor de Confessions of an english opium eater, eran, por lo general, personas de modesta talla intelectual, cultivadores de una especie de perversidad de pacotilla, señala Don Julio.

Estamos en los “felices años 20” (no para todos). Se había iniciado una etapa expansiva de la economía mundial, que propicia un clima de euforia y ciega confianza en el sistema capitalista. Se desarrollan nuevos sectores de la producción (químico, siderúrgico, alimentario, automoción), se emplean nuevas fuentes de energía (electricidad y petróleo), se introducen de nuevas formas de organización del trabajo (estandarización…) Los Estados Unidos se convierten en la locomotora de la economía mundial. Y el «estilo de vida americanoe» seduce a los europeos, con el consumo individual de bienes (automóviles, teléfonos, electrodomésticos…), impulsado por la publicidad y sostenido por un crédito fácil y las ventas a plazos. Los espectáculos de masas (cine, deportes, cabarets, teatro), el interés por la alta costura, las nuevas corrientes musicales (jazz, charleston, blues) se convierten en objetos de consumo. Los valores del éxito, la iniciativa y el esfuerzo individual impulsan esta “felicidad”. La pobreza y el fracaso se interpretan como signos de pereza, falta de inteligencia, debilidad e incompetencia.

París, entre otras ciudades, se convirtió en punto de encuentro de artistas de todo el mundo, aristócratas y millonarios, gente de a pie y bohemios. Todos querían formar parte de la efervescencia que se apoderó de la capital francesa al finalizar la primera Guerra Mundial. Querían olvidar los horrores vividos, inventar un nuevo mundo sin guerras, un mundo de risas y placeres. (RTVE, 2015).

En esta época, precisamente, se sitúa la novela, Cabaret Biarritz, el 71º Premio Nadal. La novela tiene como eje las entrevistas que un periodista va realizando a los personajes de las altas esferas, pero también de gentes de vida fácil, que conocían a la víctima, presentando un retrato, entre extravagantes y divertido, de la decadente sociedad de entreguerras. La morfina, el opio, la cocaina o la efedrina, sin olvidar las bebidas alcohólicas, se consumen con facilidad, como también sucede en San Sebastián.

Precisamente, en España, la cruzada gubernativa contra las drogas consideradas eufóricas estuvo estrechamente vinculada con la muerte por sobredosis del conde de Villanueva del Soto, de 21 años de edad, en la capital donostiarra, apunta Usó (2014). A raíz de su fallecimiento y de otros sucesos similares aireados por la prensa, el gobierno puso en marcha la primera medida legislativa encaminada a reprimir el consumo y tráfico de drogas en España. Se trata del Real Orden Circular del Ministerio de la Gobernación publicada el 1 de marzo de 1918, en la cual el gobierno españl también mostraba sus preocupaciones eugenésicas por “el vigor de la raza” ante el incremento del consumo de “la cocaína y sus derivados, el opio y sus alcaloides, singularmente la morfina, el éter, el cloral y otros narcóticos y anestesiantes análogos”, y pretendía frenar su avance “no sólo en boticas y droguerías, sino en cafés, casinos, bares y otros centros de recreo”. Es la prueba definitiva de que el Gobierno ha decidido sumarse a la cruzada internacional contra el uso de drogas.

¿Qué ha sucedido después? Aunque la guerra continúa, no parece que se haya mejorado en el abuso de las diferentes sustancias. Las observaciones que D. Julio hacía en su escrito no han perdido actualidad, a pesar de los 30 años transcurridos: la explotación de las plantas productoras de droga constituye un capítulo importante de la economía de varios países de Asia y América. La elaboración y el comercio de las drogas mismas está en manos de sociedades poderosas y las viejas asociaciones de delincuentes como la “Maffia” controlan gran parte del mercado internacional. La droga es algo que se maneja para obtener cantidades inmensas de dinero. Un dinero que huele menos todavía que el que Vespasiano sacaba del impuesto sobre los urinarios de Roma. El dinero moderno se blanquea, hasta se perfuma.

Sin embargo, predomina una lectura individualista del llamado problema de las drogas. Los condicionantes sociales quedan ocultos entre las nieblas de los grandes intereses de las fuerzas económicas y políticas, ajenos a los derechos básicos de las personas, consumidoras o no. La guerra contra los consumidores y quienes les surten, sigue siendo la gran medida, sin atarcar de raíz los factores de fondo (económicos, culturales y políticos) que llevan a la demanda de las drogas por los consumidores y a los proveedores de las mismas, a su oferta. Pero…¿acaso las guerras se ponen en marcha y se alimentan para atender las necesidades de las personas? Es evidente que son más los perjudicados que los que se benefician de sus resultados. Mirar hacia el inicio de esta guerra con todos los factores implicados en su puesta en marcha, puede ayudarnos a llevar a cabo otra lectura de la cuestión de las drogas.

Firmado: Amando Vega Fuente

Referencias bibliográficas