En los últimos años, los festivales de música se han consolidado como eventos culturales de gran impacto, tanto turístico como económico. Solo en el año 2022 se llegaron a celebrar unos 900 festivales en España. Entorno a estos eventos se ha generado una industria turística muy potente, algo que podemos observar fácilmente en el mayor protagonismo de festivales de música en espacios como FITUR (Feria Internacional del Turismo), o en cómo se ha generado una “industria festivalera” que bebe tanto de la inversión privada, como que recibe una inversión de dinero público que, en eventos como BBK Live o Mad Cool, han llegado a subvencionarse con hasta un millón de euros. En este sentido, el periodista Nando Cruz habla de “instrumentalización turística de la cultura” en su libro Macrofestivales, el agujero negro de la música (2023), refiriéndose al sometimiento de estos eventos a estrategias turístico-económicas. Duch M, Calafat A, y Juan M. señalan en Prevención y reducción de riesgos en el ocio nocturno: el papel de las corporaciones locales (2016) que en los países desarrollados, en especial en los perfiles más jóvenes, el atractivo de la oferta cultural depende en gran parte de si esta integra una vida recreativa nocturna. En el caso específico de los festivales, el consumo de bebidas alcohólicas es una piedra angular del evento, además, es un espacio en el que tienden a darse exploraciones estimulantes y/o psicodélicas de diferente tipo. En este sentido, Energy Control, programa estatal de prevención e información de drogas en espacios de ocio, señala que el hecho de durar varios días supone algunos riesgos extra, ya que el uso de alcohol y otras sustancias puede ser más elevado en dosis y en frecuencia. Además, no cuidar el descanso o la alimentación supone otros factores de riesgo añadidos.

Exigir algunos cuidados en este sentido parece oportuno. A la hora de la verdad son pocas empresas organizando un gran número de festivales, y en este circuito tienen gran importancia los patrocinadores, especialmente los de empresas de bebidas alcohólicas. Las propias organizaciones incentivan el consumo de estas bebidas constantemente al patrocinar tantos espacios de sus recintos, desde los nombres de los escenarios, a la impresión de logos en entradas, vasos, redes y otros soportes publicitarios. Para el caso de la cerveza, el precio de esta bebida en un festival de música, según su duración y la cantidad de espectadores, puede facturar un millón y medio de euros sólo en este tipo de bebida en macrofestivales. Por este motivo, el alcohol es una parada obligatoria si hablamos de consumos de drogas en festivales.

El alcohol es la droga más consumida en estos eventos y la que más atenciones sanitarias provoca. Pero no se tiene en cuenta el consumo de alcohol de los asistentes por parte de la organización, a pesar de los beneficios reportados. La escasez de agua potable gratuita es uno de los principales causantes de daños en estos eventos. La temporada de festivales se concentra, en los meses de verano, por lo que las altas temperaturas en un lugar abarrotado de gente, junto a las alteraciones físicas propias del alcohol, hacen que el acceso a agua potable sea una cuestión prioritaria por el riesgo de deshidratación. Este suministro se ha recomendado y señalado en numerosas ocasiones en estos eventos y, a pesar que cada vez se ven más accesos a agua potable gratuita, aún se informan de muchas carencias en este sentido, incluso, llegando a agotarse en las barras de los festivales, o vendiéndola a un precio prohibitivo. Fuera del recinto también pueden explorarse acciones para abordar riesgos derivados de este consumo. Entre ellas, el reparto de alcoholímetros no sancionadores, que constituyen una estrategia destinada a disuadir del consumo a la persona que tiene previsto conducir después de la fiesta, por lo que a través de esta vía puede saber si sobrepasa el límite legal de alcohol. No obstante, Lloret Irles y Cabrera-Perona (2023) señalan que para aumentar la efectividad de esta estrategia debe acompañarse de otras acciones preventivas y educativas.

Así, promover acciones de reducción de riesgos de consumo de drogas en estos espacios puede reportar beneficios para sus asistentes. Estas estrategias cubren diferentes aspectos relacionados con el ocio nocturno, y entre ellos, el consumo de sustancias, tanto las legales como las ilícitas. En lo que respecta al consumo de drogas en estos espacios, este tiende a ser un policonsumo experimental y esporádico, que se da en un ámbito recreativo, con prevalencias de alcohol, MDMA, anfetamina y cocaína. Desde la perspectiva de la reducción de riesgos se desarrollan intervenciones acogidas con mucho interés por parte de las personas consumidoras. Aportar información específica en el consumo específico de la persona usuaria, junto con recursos y consumibles útiles en diferentes áreas (sanitaria, social y legal), resulta de estrategias muy poco utilizadas frente a otras de carácter punitivo, desarrollándose sobretodo hasta el momento metodologías de castigo y recaudación como estrategias más extendidas para abordar estos consumos. En este sentido, el ejemplo más violento en estos espacios lo representa el uso de perros detectores de drogas en los accesos a los festivales de música. Esta práctica puede resultar bastante cuestionable, incluso contraproducente. En ocasiones, quienes van a entrar al recinto se esconden las sustancias en cavidades corporales, se compran las drogas en el evento (lo que aumenta el riesgo de consumir drogas adulteradas o de dudosa calidad), o se producen «consumos por pánico» (Claudio Vidal, 2018), esto es, ingerir rápidamente todo lo que se lleva encima al ver a los perros, lo que incrementa los riesgos asociados a no espaciar el consumo y a consumir dosis más altas a lo recomendable.

En este sentido, el testeo de sustancias en espacios de ocio como raves, conciertos, y festivales, se ha utilizado como estrategia de intervención in-situ para identificar de la composición química de la sustancia que se consume o se pretende consumir para informar a la persona usuaria de esta. De este modo, se pueden percibir principios activos o adulterantes para informar sobre efectos y posibles riesgos que pueden derivar del consumo específico de la persona usuaria, así como la forma de evitar dichos riesgos. Conocer el contenido de la muestra es una información crucial para reducir riesgos en cualquier tipo de consumo. Esta metodología permite llegar a una población poco accesible, e intervenir directamente con las personas consumidoras en los espacios que se dan consumos de potencial riesgo. Para quienes deciden no consumir, esta información refuerza su decisión y para quien decide hacerlo, se aportan recursos para que este sea menos dañino. Cuando el consumo se concentra principalmente en el ocio nocturno y se da de una forma esporádica, no se percibe la intención de dejar de consumir, pero sí observamos la intención en adoptar hábitos más saludables y obtener más información sobre las sustancias que se consumen. Cabe destacar a este respecto que la mayoría de los riesgos que se enfrentan en estos consumos derivan de la escasa información, de la condición de ilegalidad y del tabú alrededor de las drogas. Por ello, la reducción de riesgos juega un papel fundamental, ya que, en síntesis, sus objetivos son: fomentar la responsabilidad en los consumos y potenciar las decisiones informadas; la disminución de desórdenes, enfermedades y accidentes, entre otros riesgos derivados del consumo de sustancias; disminuir comportamientos conflictivos, agresiones, y/o acosos en espacios de fiesta, y prevenir relaciones sexuales de riesgo de las que puedan derivar enfermedades de transmisión y/o embarazos no deseados.

Ante la planificación de recursos y la coordinación con otros profesionales que trabajan en este campo, la Red de Estudio de Drogas en Urgencias Hospitalarias en España en el 2021, anunció la necesidad de adaptar la planificación de recursos asistenciales en días festivos, y señaló la importancia de un observatorio toxicológico para identificar tendencias para mejorar atenciones.  En este sentido, gracias a la confidencialidad y transparencia de los resultados, estos proyectos permiten observar tendencias en consumos, recopilar datos y utilizar esta información para desarrollar acciones orientadas a la prevención sanitaria en el consumo de sustancias cuando se prevea un evento de este tipo.

Destacar la necesidad de aprender a convivir con estas sustancias. En el acervo sociocultural de gran parte de las culturas conocidas aparecen sustancias que alteran el estado de conciencia. Hoy día, en occidente, está especialmente presente en los festivales de música, estos son algo más allá de un negocio y representan una de las manifestaciones culturales más grandes de nuestro tiempo. Las entidades locales y las organizaciones juegan muchas veces con un doble rasero a la hora de diseñar estos eventos. Las entidades locales promueven, vinculado a su oferta cultural, una oferta recreativa nocturna. En esta oferta, se castiga el consumo de unas sustancias, y al mismo tiempo se promocionan días de fiesta sin descanso. Esto no sigue un hilo lógico y, desde luego, puede dar para muchos debates. El auge de festivales de música plantea nuevos desafíos, un festival es un negocio, y pretende maximizar sus beneficios, no obstante, y dada la cada vez mayor percepción de dinero público, deberían revisarse algunas cuestiones para crear espacios más seguros para los asistentes y asegurar unos servicios mínimos gratuitos durante estos días. En lo que respecta a los consumos, promover acciones de reducción de riesgos se presenta como una estrategia poco explotada en España. El enfoque prohibicionista ha dominado las estrategias para abordar el consumo, y en lo que a los festivales se refiere, se han impuesto registros, castigos, y otras vejaciones hacia los asistentes. La perspectiva de la reducción de riesgos aporta información, recomendaciones para la detección de riesgos y materiales preventivos, buscando crear espacios seguros en estos eventos. Con esto, esta estrategia debería integrarse más a menudo por parte de las organizaciones de festivales. La escasa cobertura de la reducción de riesgos pone de manifiesto las resistencias sociopolíticas que obstaculizan su avance a pesar de sus beneficios. Con esto, lo que esta claro es que la ausencia de una perspectiva histórica y basada en la evidencia científica en la investigación y la acción impide comprender la totalidad del fenómeno, por lo que si no superamos esta limitación seguiremos viendo la realidad de las drogas de forma fragmentada.

 

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