Me contactó a principios de mayo Teresa Morales para hacerme unas preguntas para la revista Buena vida, de El País, sobre el efecto de las subidas del precio del alcohol y medidas similares en el consumo. Con mis respuestas y otras elaboró el artículo ¿Qué pasaría si subiéramos el precio del alcohol?, que se publicó el domingo 17 de junio. Reproduzco aquí todas mis respuestas.

Rasgos principales del consumo de alcohol en nuestro país

Los últimos datos referentes a la población general (15-64 años) se publicaron el año pasado, aunque corresponden a una encuesta realizada en 2015 a una muestra de 22.541 personas: EDADES, que cada dos años hace el Plan Nacional sobre Drogas. Esta encuesta dice que el 93,5 % de la población ha consumido alcohol alguna vez en la vida. Al preguntar por el consumo alguna vez durante el año anterior a la encuesta ese porcentaje baja al 77,6 %. Y cuando pregunta por el consumo reciente (el mes anterior a la encuesta), ese porcentaje es del 62,1 %. El 9,3 % reconoce beber a diario (sin que esto signifique necesariamente abusar del alcohol). La tendencia de consumo es descendente. De hecho, este consumo diario nunca ha sido tan bajo desde que comenzó a hacerse esta encuesta en 1997. Por otra parte, la edad media de inicio en el consumo de alcohol se mantiene bastante estable en el tiempo, no habiendo sido nunca inferior a 16,6 años. En cuanto a la experiencia de intoxicación, el porcentaje de quienes se han emborrachado al menos una vez durante el último mes es del 6,5 %.

Se trata de consumos que están, en efecto, tan vinculados al ocio, a la diversión, que resulta difícil aceptar que puede ser nocivo para la salud. Podríamos decir que la expectativa positiva que se deposita sobre esta sustancia compensa posibles riesgos. De ahí que sea tan importante promover el pensamiento crítico, sobre todo entre adolescentes, para que puedan cuestionar rutinas sociales heredadas de generaciones anteriores. Impulsando procesos ambiciosos de educación y concienciación social, es posible que esta vinculación entre alcohol, socialización y fiesta, perdiera vigor.

Eficacia de medidas como subir precios, establecer un monopolio estatal o restringir la publicidad

Desde al menos 2010 viene proponiendo la Organización Mundial de la Salud que se adopten este tipo de medidas. Y lo hace porque son acciones consideradas “costoeficaces”, es decir, que con un coste económico limitado, pueden conseguir resultados significativos. Siempre que no olvidemos que la OMS las propone como parte de una estrategia global que incluye otras actuaciones relacionadas, por ejemplo, con el control del marketing de bebidas alcohólicas (publicidad, patrocinio de eventos deportivos o culturales, etc.), la educación y concienciación social o la acción comunitaria para prevenir la venta de alcohol a menores. Es decir, una política integral que promueva medidas a varios niveles. Es necesario educar a niñas, niños y adolescentes para que sean más capaces de tomar decisiones inteligentes, y a la vez es necesario suprimir estímulos favorecedores del consumo, venta a menores, etc.

Posible efecto de las subidas de precios en jóvenes y en personas adultas asalariadas

El impacto de estas medidas tiene una relación muy estrecha con el poder adquisitivo de cada persona. Habrá a quien le resulte irrelevante la subida, sea de la cuantía que sea, por tener una economía suficientemente desahogada. Para otras personas, por el contrario, el efecto de cualquier incremento en el precio será mayor. Es más probable que estas medidas que propugnan organismos como la OMS sean más efectivas entre personas en situación más precaria. En cuanto a las personas más jóvenes, con las tasas de desempleo actuales y las dificultades de emancipación, dependerán especialmente de la capacidad económica de sus familias y buscarán, como hacen ya, fórmulas más baratas de consumo, con bebidas de baja calidad compradas en supermercados o tiendas de conveniencia y consumidas en la calle. Este tipo de “efectos secundarios” también deben tenerse en cuenta. En todo caso, lo que no es de recibo es que la imposición fiscal sobre las bebidas alcohólicas sea en España tan baja.

Impacto de estas medidas en la población con menos recursos económicos

Quienes, por decirlo de un modo coloquial, beben “más de la cuenta”, en tanto en cuanto sean conscientes de ello pueden encontrar en este tipo de medidas motivación para replantearse sus relaciones con el alcohol. A fin de cuentas, salvo personas alcohólicas, que dependen psicológica y fisiológicamente de la sustancia, para el resto de los casos es muy probable que se trate de un simple hábito, una rutina, y que pueda por lo tanto modificarse.

Tiempo necesario para ver la efectividad de estas medidas

Dependerá, en parte, de factores como la rapidez con la que se establezca ese incremento del precio y de su propia cuantía. Si fuera progresivo, es probable que buena parte de la población fuera adaptándose a la subida. Si fuera más inmediato, quizás tuviera un claro impacto al principio que, posteriormente, podría irse relajando. Dependiendo, insisto, de la cuantía. En todo caso, los cambios sociales requieren tiempo. Probablemente sea necesaria al menos una década para contemplar cambios significativos en los datos de consumo, y aún más para ver su impacto en la prevalencia de enfermedades relacionadas con el abuso de alcohol. Sobre todo, si no se adoptaran paralelamente otras medidas como las antes comentadas relacionadas con la educación de las nuevas generaciones, la sensibilización social, la retirada de estímulos favorecedores del consumo…

Otras medidas que serían necesarias

Para que una persona pueda tomar decisiones inteligentes ante el alcohol, que eviten por lo tanto consumos perjudiciales, tienen que darse varias circunstancias: que desaparezcan las influencias sociales favorecedoras del consumo, que disponga de información objetiva y que pueda socializarse de manera positiva. Para ello, el acento conviene ponerlo en la educación para la autonomía y el pensamiento crítico. Si un o una adolescente dispone de la información adecuada sobre la sustancia, ha aprendido a disfrutar por sus propios medios, sabe relacionarse sin muletas químicas, es capaz de procesar las frustraciones de manera equilibrada… será menos probable que el abuso de alcohol sea un rasgo relevante de su vida cotidiana, que es, desde el punto de vista de la salud pública, lo que realmente debe ocuparnos.

Educar a los hijos/as o educar a padres y madres

A ambos. A madres y padres porque, conscientes o no, son un modelo que niñas y niños absorben. Además, las familias tienen en sus manos muchas posibilidades educativas, acordes con la llamada “parentalidad positiva”: ayudar a que hijas e hijos aprendan a tomar decisiones autónomas, a desarrollar su pensamiento crítico, a encontrar en sí mismos recursos para divertirse, relacionarse o afrontar los sinsabores de la vida… Sobre esto escribí más extensamente en Prevención familiar del abuso de drogas: un poco de contexto. Y, por supuesto, también a chicas y chicos, que pasan un periodo considerable de sus vidas en espacios educativos en los que convendría que encontraran algunas respuestas útiles para tomar decisiones: información objetiva sobre el alcohol, competencias psicosociales que fortalezcan su autonomía frente a las influencias grupales y sociales… La prevención funciona mejor cuando se desarrolla simultáneamente en los diversos ámbitos socializadores: escuela, familia y comunidad, sin olvidarnos de internet.