La investigación Reducción del daño desde la perspectiva de género aborda la reducción del daño desde una perspectiva de género, destacando su importancia para transformar los enfoques tradicionales en el tratamiento del consumo de sustancias psicoactivas y adicciones. Este estudio, impulsado por la Red Iberoamericana de ONG que Trabajan en Drogas y Adicciones (RIOD), se sitúa en el contexto de las complejidades socioeconómicas y de salud que afectan a personas usuarias de drogas, especialmente en Iberoamérica, una región marcada por desigualdades, pobreza y políticas punitivas que han agravado el estigma y la exclusión.
La reducción del daño es una estrategia orientada a minimizar los efectos adversos asociados al consumo de sustancias, priorizando la salud pública y los derechos humanos. En España, esta perspectiva está profundamente vinculada a la epidemia de heroína en los años 80, que dejó entre 250.000 y 300.000 muertes relacionadas con el SIDA/VIH. Aunque inicialmente fue criticada por considerar que promovía el consumo, su efectividad comprobada llevó a su aceptación y a la inclusión en políticas nacionales y europeas. Sin embargo, el enfoque sigue asociado en el imaginario colectivo a la heroína, dejando rezagados otros tipos de consumo y sus consecuencias.
Desde la perspectiva de género, el informe resalta que los programas de reducción de daños han carecido históricamente de una integración adecuada de este enfoque. Las mujeres usuarias de drogas enfrentan un estigma mayor que los hombres, al ser percibidas como «desviadas de los roles tradicionales de género relacionados con el cuidado y la maternidad». Este doble estigma refuerza su exclusión social, limita su acceso a servicios y perpetúa barreras estructurales. Además, muchas mujeres viven situaciones de violencia de género que agravan su vulnerabilidad, tanto en el acceso a los servicios como en su vida cotidiana.
El documento identifica la intersección entre el consumo de drogas, la violencia de género y las desigualdades estructurales como un área clave para el desarrollo de estrategias más inclusivas. Las mujeres que consumen sustancias suelen experimentar violencia en múltiples formas: desde el ámbito doméstico hasta la institucional, y muchas recurren al consumo como un mecanismo de afrontamiento frente al trauma. Sin embargo, el consumo también puede aumentar su exposición a situaciones de riesgo, como la explotación o el abuso.
El estudio subraya la necesidad de crear espacios seguros y adaptados que fomenten el acceso de las mujeres a los servicios de reducción de daños. Esto incluye instalaciones diseñadas para atender sus necesidades específicas y programas que incluyan sensibilización y formación para las personas profesionales que trabajan en estos ámbitos. Las intervenciones deben contemplar no solo los efectos físicos del consumo, sino también las dimensiones emocionales, sociales y culturales que influyen en la vida de las personas usuarias.
En este sentido, la perspectiva interseccional resulta fundamental. Este enfoque reconoce que las experiencias de las mujeres están atravesadas por factores como la clase social, la etnia, la orientación sexual y la identidad de género, que aumentan las desigualdades y los riesgos asociados al consumo de sustancias. Las estrategias que no aborden estas intersecciones corren el riesgo de perpetuar las exclusiones existentes.
El informe destaca la importancia de la participación comunitaria como herramienta para desarrollar políticas y servicios más efectivos. Involucrar a personas usuarias, profesionales y otros actores clave en el diseño y evaluación de los programas no solo garantiza su relevancia, sino que también fomenta un sentido de pertenencia y compromiso que mejora su aceptación y eficacia.
También se destaca la importancia de repensar las intervenciones desde una perspectiva que no solo se enfoque en la mitigación de daños físicos, sino que también aborde las dimensiones emocionales, sociales y culturales del consumo. Esto incluye reconocer que, para algunas personas, el consumo de sustancias está vinculado a la búsqueda de placer y experiencias significativas, lo que exige un enfoque más comprensivo y menos punitivo. Las reflexiones críticas sobre conceptos como “nuevas masculinidades” y su potencial para perpetuar privilegios estructurales también son relevantes para garantizar que las intervenciones sean verdaderamente transformadoras y no refuercen dinámicas de poder existentes.
Finalmente, el documento propone un cambio de paradigma en el tratamiento del consumo de sustancias, alejándose de la criminalización y adoptando enfoques humanitarios y basados en derechos humanos. Esto implica reconocer el consumo como una realidad persistente y trabajar para minimizar sus efectos negativos en lugar de centrarse exclusivamente en la abstinencia. La integración del enfoque de género es esencial para lograr intervenciones más equitativas y justas, que respeten las experiencias y necesidades de las personas usuarias, contribuyendo a una sociedad más inclusiva y solidaria.
En conclusión, la investigación ofrece una visión integral sobre la importancia de la perspectiva de género en la reducción de daños, proponiendo estrategias que aborden no solo las consecuencias del consumo, sino también los contextos de desigualdad, violencia y exclusión que lo acompañan. Con ello, se busca avanzar hacia un enfoque más inclusivo y efectivo, capaz de responder a las realidades diversas de las personas usuarias en Iberoamérica y otros contextos.